«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El camionero que se encaró con los etarras de Pardines: 'No soy un héroe'

Fermín lamenta que a los agentes se les haya acosado en Cataluña. «El mundo se está volviendo loco», enfatiza.


«No me siento un héroe ni nada de eso; lo hice por humanidad». Son las palabras de Fermín Garcés, el camionero que hace exactamente 50 años se enfrentó a los asesinos del guardia civil José Antonio Pardines, la primera víctima de ETA. No tuvo miedo, pero se jugó la vida. A sus 86 años, Fermín rememora para Efe ese episodio.
Garcés y su hija Carmen reciben a Efe en su casa de Madrid horas antes de que se cumpla medio siglo de aquel 7 de junio de 1968, cuando el agente Pardines regulaba el tráfico en Aduna (Gipuzkoa) y fue acribillado por cinco disparos que le causaron la muerte, la primera del historial sangriento de ETA.
Fermín transportaba maíz desde Francia a Madrid y era consciente de que la carga de su camión superaba en dos toneladas lo autorizado. Por eso, cuando vio a guardias civiles se puso en alerta y, de repente, escuchó un sonido parecido a un disparo.
Pensó -continúa Fermín su relato- que se trataba del ballestín de su camión, que cuando se rompe suena igual que un disparo. Pero su vehículo funcionaba con normalidad. Miró a su alrededor y vio como Pardines cayó muerto, a la vez que escuchó cuatro tiros más dirigidos al agente, un joven gallego de 25 años.
No dudó en bajarse del camión, pero los dos terroristas, Iñaki Sarasketa y Taxbi Etxebarrieta, dos jóvenes de 19 o 20 años, como llegó a calcular Fermín, tiraron la moto que Pardines había puesto delante del coche de los sospechosos y se introdujeron en un Seat 850.
Fue entonces cuando el camionero, sin dudarlo, cogió de un hombro a Sarasketa y le espetó: «¡Quietos, asesinos, bandidos, quietos aquí!». Los terroristas le pusieron la pistola en la cabeza y no le mataron «de milagro», rememora Fermín Garcés, quien recuerda cómo hacía «culebrillas» con su cuerpo por si disparaban para evitar así ser alcanzado. O al menos, intentarlo.
Tras el camión había varios coches, que no pudieron presenciar los hechos porque el vehículo pesado impedía la visión. Fermín pidió a los ocupantes de uno de los turismos que avisaran al otro motorista de la Guardia Civil, compañero de Pardines, de que éste había sido abatido.
Intentaron coger la matrícula del coche de los terroristas -«no llevaba ni bolígrafo», dice Fermín-. En una papelera cercana, avisó al cuartel de Tolosa y un grupo de guardias civiles llegó hasta el lugar.
Al verse asediados, los terroristas salieron del coche e intentaron huir «monte arriba». Se cruzaron disparos, Etxebarrieta resultó herido -murió después- y Sarasketa consiguió llegar hasta la casa del cura de Tolosa tras amenazar al conductor de un coche, que tuvo que llevarle, pero finalmente fue detenido.
«Fue todo tan rápido… Actué de esa forma… No me lo podía creer ni yo», relata emocionado Fermín, que pide disculpas por ello y por si en algún momento de su narración le cuesta hacer memoria de todo lo que en esos días ocurrió.
«No sabía que eran de la ETA, solo que eran unos chicos jóvenes» los que habían disparado. Cuando días después Fermín fue requerido por la comandancia de San Sebastián, reconoció sin ningún titubeo a Sarasketa como uno de los terroristas.
A partir de ahí, la vida del camionero, que hasta entonces trabajaba para una empresa, cambió radicalmente. En la Guardia Civil le ofrecieron regalarle un camión, pero él no quería nada, solo entrar en el cuerpo.
Hasta entonces no había ni soñado esa posibilidad, pero tras el atentado a Pardines deseó ser miembro de la Benemérita, aun consciente de que ganaría la mitad del sueldo que conseguía como camionero.
Mientras llegaba la fecha de ingreso en la academia de Sabadell (Barcelona), Fermín pasó un mes en su pueblo, donde había gente afín a la causa etarra. Pero él no tenía miedo ni se sintió señalado. Claro que el cabo José, «un tiarrón», ya le había dicho: «Fermín, no te preocupes que te vigilamos, aunque no nos veas».
Su mujer no se creía lo que había hecho.»¡Cómo va a hacer eso Fermín!», se preguntaba. Su hija Carmen da la respuesta: «Mi padre es muy lanzado, no tiene miedo a nada. Si ve en la calle una discusión, enseguida media».
Fermín ha desarrollado su carrera en el parque móvil de la Guardia Civil en la calle del Príncipe de Vergara de Madrid. No ascendió y dejó el curso de cabo a medias porque el sueldo no le daba y tuvo que buscarse otros trabajos de tarde: acomodador, camarero, portero en el Santiago Bernabéu…
Ha sido testigo de la «increíble» evolución de la Guardia Civil, un cuerpo que para él es «lo más grande del mundo» y cuyos agentes merecen, a su juicio, un mejor sueldo.
En otros tiempos Fermín no hubiera imaginado que las mujeres iban a ingresar en la Benemérita. Y mira por donde, su nieta ya es guardia. Hizo Sociología, tuvo su primer destino en una localidad de Madrid y su ilusión es entrar en alguna unidad de Información.
Fermín lamenta que a los agentes se les haya acosado en Cataluña. «El mundo se está volviendo loco», enfatiza.
Coincide el 50 aniversario de su heroicidad y de la muerte de Pardines con la disolución de ETA, que era algo que «tenía que llegar», porque «todo se termina, hasta las guerras», añade Fermín.
Los terroristas «han hecho mucho mal, ha durado mucho, han matado a gente e incluso a chiquillos que no tienen culpa de nada. No hay derecho», insiste.
Fermín sonríe al terminar cada frase y su expresión se dulcifica. Pese a los reconocimientos, le resta importancia a su acción. «¿Héroe de la Guardia Civil? Qué pichorras. No soy héroe. Hice lo que tenía que hacer, por humanidad». Es más que suficiente. Ya no puede haber más preguntas.

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