Han corrido ríos de tinta (yo mismo he vertido algunas gotas en el caudal) sobre cómo el 15M fue traicionado por Podemos, quien se reclamaba como su sucesor político. Las acusaciones son de sobra conocidas. Algunas tienen que ver con cómo se cambió el asfalto de las plazas por la moqueta roja de las instituciones, o las tiendas de campaña por los chalés. Este tipo de críticas no son muy acertadas, porque no describen una realidad que sea exclusiva de ese grupo político, sino una tendencia general en cualquier formación que entre a formar parte del «Estado de partidos» o «partidocracia». Es la «ley de hierro de las oligarquías» que describió Robert Michels.
Más interesante es señalar cómo los lemas del 15M fueron retorcidos por sus supuestos herederos. Se pasó de «PSOE y PP, la misma mierda es» a la absoluta dependencia y validación del PSOE. Se pasó de plantear una lucha heroica del «99% contra el 1%» a unos enfrentamientos divisionistas como «el feminismo del 50% de hombres contra el 50% de mujeres» o «el ecologismo del 70% de países en vías de desarrollo contra el 30% de países desarrollados». Se pasó de cantar «el pueblo unido jamás será vencido» a acompañar a los que corean “i-indá-indapandensiá”. Se pasó de afirmar que la crisis económica de 2008 era una estafa a defender todas las «verdades oficiales» respecto a la crisis del covid, la crisis climática, la crisis de Ucrania o la crisis que fuese. Se pasó de rebelarse contra los insultos de las élites («¡perroflautas!») a convertirse en una élite intelectualoide que insulta a los demás («¡cayetanos!», «¡privilegiados blancos cis-hetero!», «¡juanantonios!»).
Como escribe David Bollero, los propios podemitas han pasado años dándole vueltas a «una narrativa cuyo único hilo conductor es si se ha cerrado o no el ciclo» del 15M. Algo que, además, «a buena parte del electorado ni siquiera le interesa, especialmente al más joven que ni siquiera conoce qué fue ni qué supuso». Ya en 2016 la tertulia «Fort Apache» de Pablo Iglesias daba por muerto el «momento populista», es decir, la fase en que se podía hacer política a partir del lema del 15-M: «somos los de abajo y estamos en lucha contra los de arriba»; «el pueblo contra la casta». Aquello debía ser sustituido por el viejo eje de «izquierda contra derecha», reeditando el bi-partidismo en forma de bi-bloquismo. O aun peor: «fascismo o democracia», que no se sabe si es tan viejo como los años 30 del siglo pasado, o tan nuevo como las directrices que emanan de Washington contra «autocracias» y «regímenes iliberales».
Pero, pese a todas estas puñaladas en la propia espalda, hay que reconocer que Podemos siempre ha seguido, en alguna medida, reivindicándose como vástago del 15M. Sin ir más lejos, Covadonga Tomé (candidata de Podemos a presidir Asturias) acaba de declarar que su objetivo para las próximas elecciones del 28 de mayo es mantener vivo el espíritu del 15M. Esta mirada puesta, aunque sea de soslayo, en las plazas del 2011 es lo que hace que a Podemos siempre le podamos recriminar algo, siempre le podamos exigir unos estándares, siempre le podamos señalar sus traiciones de una forma mucho más sangrante que a las otras formaciones políticas, que no se deben a nada más que el Régimen del 78. Pero todo esto está a punto de llegar a su fin.
Ahora se ha construido contra Podemos un nuevo partido: Sumar. En muchos sentidos, es cierto, Sumar solamente continúa y agrava las traiciones de Podemos al 15M: pasar de la indignación al buenrollismo arcoíris, o de la democracia asamblearia al liderazgo (supuestamente) carismático. Pero la clave diferencial es que Yolanda Díaz ha montado Sumar con la única idea de poder reeditar el Gobierno de coalición con el PSOE, ante la pérdida de popularidad de Podemos. No hay nada de revuelta popular, sino de aferrarse a sillones. Nada de progresismo, sino de conservadurismo. Sumar no tiene un origen en las plazas que le obligue a nada, sino un origen en despachos y gabinetes que le autoriza a todo. No es una operación política plebeya (como definía Errejón al 15M y a Podemos), sino una operación política palaciega. No se trata, como el 15M y Podemos, de salvar a una generación de «juventud sin futuro», sino de salvar los muebles simplemente cuatro años más.
La propia Yolanda lo dice sin reparos: «Podemos nació de la impugnación, mientras que yo parto de la construcción. Las fuerzas progresistas se han sentido cómodas en el ‘no’, en hacer oposición, en impugnar al contrario. Yo lanzo un movimiento ciudadano en el que no solamente deconstruyo la impugnación, sino que quiero construir. Un país a favor, en el que dialoguemos, escuchemos, hablemos, hagamos síntesis, tendamos puentes, no los destruyamos. En el contexto en que surge Podemos era normal que se hiciese eco de la impugnación. Ahora es diferente».
Detrás de toda esta palabrería se oculta un discurso fúnebre pronunciado ante la zanja metafórica en la que yacen los mitos y esperanzas del 15M. Se acabó la indignación, ahora toca ser felices, «no tener nada y ser feliz». Se acabó el ‘no’, ahora sólo queda el sí a todo, o mejor aún, el silencio. Se acabó el ser, el existir y por lo tanto luchar, ahora sólo toca deconstruir, disolver, abolir. También habrá que construir pero, como dicen los lemas de Sumar, se construirá «un nuevo país», «todo empieza ahora», «sumar futuro»; porque todo lo anterior, todo lo que somos, no vale nada. «Un país a favor», dice, ¿a favor de qué? A favor del viento que más sople, de la tormenta globalista. «Que dialoguemos», excepto con los que piensan distinto, que son fascistas. «Que escuchemos», concretamente que los demás me escuchen a mí, pues yo estoy en el escenario y vosotros en las butacas. «Ahora el contexto es diferente», dice, ahora la gente ya no sale a las calles a protestar, porque gobiernan los buenos. Ahora la gente ya no sabe lo que es el quince de mayo, ni el dos de mayo, ni sabe nada de ningún mes de mayo que no sea el de 1968. Ahora se trata de sumar: sumar cero pasado, cero presente y cero futuro. Echen ustedes las cuentas. Feliz cumpleaños y descanse en paz.