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La decisión fue tomada por una comisión presidida por Torra en 2019

El Gobierno catalán empezará en mayo a retirar las pinturas del salón Sant Jordi de la Generalidad

Saló de Sant Jordi. Vista general de la nave central. Generalidad
Saló de Sant Jordi. Vista general de la nave central. Generalidad

Cada veintitrés de abril, aragoneses y catalanes celebran el día de San Jorge de Capadocia, patrón de ambas comunidades y, también, de otros lugares del mundo cristiano como Cáceres, Santurce, Durango (Méjico), Génova, Georgia o Serbia. La imponente enciclopedia Espasa dice esto del gran mártir, el caballero Georgius: «Ya en las más antiguas actas del santo lo llena todo la leyenda, donde se le atribuyen los milagros más estupendos. La Legenda aurea consumó la obra de la leyenda aportando nuevas narraciones siempre más concretas y detalladas, como la del famoso combate del santo caballero con el dragón». 

En Cataluña, desde tiempos lejanos, se le honra con devoción. Ejemplo simbólico de esto es la galería gótica del Palacio de la Generalitat, originalmente capilla, encargada al arquitecto Pere Blai en 1596. A dicho noble espacio de estilo renacentista, que consta de tres naves y está profusamente decorado, se le conoce como Sala Sant Jordi. En la actualidad está cubierta por escenas pictóricas de temática histórica, encargadas a reputados artistas catalanes durante el régimen de Primo de Rivera. Las pinturas murales representan diversos momentos de la historia, como la llegada de Colón a Barcelona o la batalla de Lepanto. Inauguradas en 1927, en la nave central estaba situada también una imagen de la Virgen de Montserrat, aunque fue retirada por orden de Tarradellas, a la sazón Consejero de Gobernación de la Generalitat (1932). La Virgen volvería a su lugar finalizada la Guerra Civil. 

Lo noticioso hoy es que el Gobierno autonómico se dispone ya a retirar toda la decoración del lugar, por razones «estéticas e ideológicas». La decisión fue tomada por una comisión presidida por el president Torra en 2019. Y así, el próximo día dos de mayo una empresa comenzará a remover los murales. La comisión detalló en su momento que «exaltan valores guerreros, el orden estamental opuesto al parlamentarismo, la monarquía perenne y sagrada, el estado basado en el catolicismo como ordenador social, la lucha contra el Islam, así como un patriotismo bélico e imperial». La limpieza ideológica del lugar, que el nacionalismo considera «arte rancio» costará al erario público unos dos millones de euros y será presentada en sociedad, cómo no, el día once de septiembre del próximo año. 

La remoción de los murales es sólo un detalle, no baladí, de la catalanización radical de cualquier cosa que recuerde el pasado y el presente común entre el Principado y el resto de España. Supone la continuidad de la obra pujolista, es decir, el borrado de la memoria histórica y objetiva (no aquella fantasiosa y servil) y la cancelación de cualquier elemento que la represente. Así se construyen los mitos. Las obras condenadas «por españolistas» de la Sala Sant Jordi no son artísticamente significativas. Lo relevante es que en Cataluña, una vez alcanzada esa «paz social» de la que el Gobierno central se enorgullece, los mandatarios autonómicos continúan una labor política no tan ruidosa como el fracasado procés pero con idéntico objetivo: la «desespañolización» cultural de esta tierra. O, dicho de otro modo, la edificación final de la patria que imaginó Prat de la Riba y Jordi Pujol, su mejor discípulo, cimentó durante décadas. 

En 1978, el periodista José María Carrascal publicó en ABC un artículo de título Catalanizar España. Leerlo hoy conmueve, no por el buen propósito (y quizás inocencia) del autor al escribirlo, mas por la comprobación actual del drama. En él afirmaba: «Necesitamos [de Cataluña] no sólo su industria, su arte, su organización, su modernidad, sino también su espíritu, su ejemplo, sus líderes, su seny«. Y continuaba: «España no tiene que ir fuera de sus fronteras para buscar virtudes cívicas modernas: las tiene dentro de ella misma, en Cataluña». La lluvia fina y persistente del nacionalismo deja actualmente escasas dudas. El repliegue tras el procés es táctico, coyuntural. Pero, sin tanta algarada y gesticulación, los poderes catalanes prosiguen su larga marcha hacia la liberación nacional. Ayer fue la acosada enfermera andaluza del hospital Valle Hebrón y su video crítico con la obligatoriedad del título de catalán; hoy, el desmantelamiento decorativo del Salón Sant Jordi

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