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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Francia, el aliado necesario que se hizo esperar

Su labor, y los ya fluidos intercambios entre las fuerzas de seguridad españolas y francesas, permitió que a cada intento de ETA de reconstituir su comandancia le siguiese más pronto que tarde un desmantelamiento.


La negra historia de ETA no podrá contarse sin evocar la imprescindible cooperación del país vecino, Francia, que antes de descabezar sistemáticamente a las cúpulas etarras fue un santuario para los miembros de la banda terrorista.
El primer gran jalón en esa colaboración, que se hizo esperar durante años ante la relativa inoperancia de los cuerpos de seguridad galos, fue el golpe contra la dirección de ETA el 29 de marzo de 1992 en Bidart (País Vasco francés).
Allí cayó el denominado «colectivo Artapalo», compuesto por los máximos responsables del ala militar, Francisco Mújika Garmendia, Pakito; política, José Luis Álvarez Santacristina, Txelis, y logística, Joseba Arregi Erostarbe, Fiti.
La operación fue saludada en su momento por la prensa francesa como «una nueva etapa en la cooperación entre Francia y España», aunque no se trataba de la primera vez en que altos dirigentes etarras eran atrapados en el País Vasco francés.
En 1986 fue detenido en San Juan de Luz el número uno de la banda, Domingo Iturbe Abásolo, Txomin; un año más tarde cayó en Anglet Santiago Arrospide Sarasola, Santi Potros, y en 1989 lo hizo en Bayona Josu Urrutikoetxea, Josu Ternera, precisamente el encargado hoy de leer el acta de defunción de la banda criminal.
No hacía tanto, a comienzos de la década de los ochenta, el ministro del Interior francés Gaston Deferre se refería aún a los etarras como un grupo de «resistentes».
Bidart marcó un nuevo renglón en la colaboración entre dos policías que seguían mirándose con recelo y que se oponían a compartir información.
Y, sin embargo, pasaría casi una década hasta que volvieron los arrestos de los principales cabecillas de la organización.
La lucha contra ETA en Francia ha tenido nombres y apellidos, pero fuentes diplomáticas españolas recordaban hoy especialmente a dos: el exministro del Interior y expresidente Nicolas Sarkozy y la jueza antiterrorista Laurence Le Vert.
La llegada de Sarkozy en 2002 a la Plaza Beauvau, sede del Ministerio del Interior, supuso un golpe de timón en la estrategia antiterrorista francesa.
«No es casualidad que se le concediese el Toisón de Oro», la orden dinástica de mayor prestigio del mundo y que sólo han recibido una decena de personas este siglo, apuntó a Efe un diplomático español.
Dos años después del desembarco de Sarkozy al frente de Interior, tuvo lugar una operación que para muchos analistas supuso el principio del fin para ETA: fue desarticulada la cúpula etarra formada por Mikel Albisu Iriarte, «Mikel Antza», y su pareja, Soledad Iparragirre, «Anboto», la otra encargada hoy de anunciar el fin del grupo.
En el flanco judicial ya había emergido la figura de Le Vert, la implacable magistrada que, siempre ajena a los focos mediáticos, se encargó durante 25 años de investigar los crímenes de los etarras y de facilitar su entrega a España cuando correspondía.
Su labor, y los ya fluidos intercambios entre las fuerzas de seguridad españolas y francesas, permitió que a cada intento de ETA de reconstituir su comandancia le siguiese más pronto que tarde un desmantelamiento.
Y pese a que los etarras se cuidaron siempre de no causar víctimas entre los ciudadanos franceses, un gendarme galo, Jean Serge Nérin, se convirtió, tras ser tiroteado en 2010, en el último nombre de la macabra lista de asesinatos de la banda criminal.

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