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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La conexión de Villarejo con el exjefe de campaña de Trump

El 8 de febrero de 2017 José Villarejo cenó en la casa de Nueva York de Héctor Hoyos, un empresario socio del que fuera jefe de campaña de Donald Trump y ex «número tres de la CIA», según el excomisario español, que se jactó de haber trabajado para el FBI en una velada llena de buena comida, obras de arte y coches de lujo.

Villarejo grababa todas sus reuniones, incluida la cena celebrada en la vivienda de Hoyos, a la que también asistió el expresidente de Telefónica Juan Villalonga y el empresario español Adrián de la Joya, quien afirma en otras conversaciones que Hoyos es su socio y parecido a un hermano.

Dos grabaciones de tres horas y media (cortada cuando Villarejo va al baño) y de treinta minutos en las que se habla en varias ocasiones de Paul Manafort, socio de Hoyos y jefe de campaña de Trump en 2016, condenado por haber asesorado ilegalmente al ejecutivo prorruso del expresidente ucraniano Víktor Yanukóvich.

El evento ocurre días después de una reunión entre Villarejo, De la Joya, Villalonga y Manafort en el despacho de Hoyos de Madison Avenue para hablar de inversiones e intentar que usara su influencia para poner en la presidencia de Guatemala al exembajador Julio Ligorría, todo ello con el propósito de evitar la extradición a este país de un cliente de Villarejo, el naviero Ángel Pérez-Maura.

En la cena en casa del empresario tecnológico puertorriqueño, que ha trabajado para el Departamento de Defensa de EEUU y a quien en otra conversación Villarejo y De la Joya se refieren como ex «número tres de la CIA», se habla del vino, que está muy bueno, y del gran tamaño de las botellas.

Pepe Villarejo dice que Adrián le quería excluir del viaje, que era mejor que no fuese a Nueva York, pero el excomisario insistió porque con él aprende «un huevo».

Se habla también de arte, de las horas que duerme cada uno (tres, cinco…), de que a Villalonga le han perdido la maleta, de la «policía corrupta» y de Pepiño, al que llaman «el corruto». «Pepiño se salvó porque le salvaron», dice Villarejo.

Y por supuesto de Manafort, a quien alguien que no mencionan quiere conocer «por todo lo que está pasando en México». «Si quieres conocer a Paul, pasa por taquilla», contesta otro convidado, y Villalonga lo ratifica: «¡que pague!».

En el audio se entremezclan conversaciones en español e inglés y se escucha cómo Héctor habla a Pepe de sus piezas de arte: Teddy Roosevelt, Andy Wharhol -que lo tiene asegurado, ya que es único en el mundo-, Emilio Fournier, Stan Lee…

Luego se marchan todos a ver esas obras a la oficina que Héctor tiene separada de la casa principal, encima del garaje donde guarda sus deportivos: un California edición especial, un Masserati, un Ferrari y un Porsche Carrera 911 de 1987. Héctor les cuenta que su ex se quedó con el avión, que ahora alquila, y con el helicóptero. Ella, dice, vive en Puerto Rico.

Pepe habla con un tal José y se jacta que en 2003 trabajó para la inteligencia en Irak, Líbano y Jordania y apoyó a Estados Unidos con la CIA y el FBI. Fue un error de los americanos, dice Villarejo, disolver el ejército de Irak para volver a crearlo después. De ahí salió ISIS.

Es hora de cenar. En la mesa un menú que prepara para la ocasión la dueña de un restaurante de la ciudad. Hablan de Washington, la capital «civilizada», «dinámica» y «cosmopolita». También de Trump y cómo el estadounidense es el mejor sistema que conocen hasta ahora.

Sale la carne y bromean sobre el tamaño. Es un corte tamaño chuletón «muy difícil de conseguir». Entonces Héctor llama a Paul por teléfono para decirle lo que se está perdiendo. Todos le saludan y se despiden.

Paul, dice Héctor, ha recibido una llamada de la «casa grande». Puede haber acuerdo en una oferta si es beneficiosa para Puerto Rico. Los asistentes empiezan a hacer chistes acerca del reparto, de lo que se va a llevar cada uno.

La grabación se para cuando Pepe va al cuarto de baño, pero se reanuda luego media hora más. En el cierre de la velada bromean por la cantidad de comida que han tomado, lo bebidos que están y cómo van a tener relaciones sexuales unos con otros después.

Es miércoles y los convidados se quedan hasta el viernes en Nueva York. Unos viajarán a Madrid y otros a Andorra. Una de las invitadas, Lina, esposa de José, propone un brindis por «la maravillosa velada, los nuevos amigos y las reuniones».

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