«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La guerra que ganaron los que la tenían perdida

Hoy hace 79 años que terminó la Guerra Civil española. Un hecho histórico que todavía marca parte del debate político y causa una fractura en nuestra sociedad.

Hoy hace 79 años que terminó la Guerra Civil española. Un hecho histórico que todavía marca parte del debate político y causa una fractura en nuestra sociedad. Una guerra que sólo se produjo por el fracaso de un golpe de Estado –que se organizó para hacerse con el Gobierno en unos pocos días- y la resistencia de una coalición que hizo del poder una herramienta para la instalación de un régimen soviético en España.

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La relación de fuerzas era claramente favorable a los gubernamentales, mientras que los alzados a penas tenían posibilidades de ganar ante la fortaleza muy superior del Ejecutivo del Frente Popular.

Militarmente, el bando republicano contaba con la mayor parte del Ejército y la casi totalidad de la armada y la aviación, además de algo más de la mitad de la Guardia Civil –con implantación en todo el territorio nacional- y toda la Guardia de Asalto. Unas fuerzas a las que pronto se sumaron las milicias de los partidos a las que decidió repartir armas el jefe de Gobierno José Giral, miembro de izquierda Republicana, el partido de Manuel Azaña. Además, en la zona controlada por ese bando se encontraban las áreas industriales del norte de España, entre las que estaban las fábricas de armamentos, toda la zona de producción agraria de exportación y, lo que debería haber sido definitorio: las reservas de oro del Banco de España. Y por supuesto, contaba con una estructura administrativa ya creada y controlada por miembros adeptos a la coalición de Gobierno del Frente Popular. También disfrutaba del reconocimiento internacional, que salvo Alemania, Italia y Portugal, consideraba al Gobierno republicano el legítimo de España.

 Frente a ello, los nacionales apenas contaban con el Ejército de África, que si bien era el más experimentado por encontrarse en zona de conflicto, estaba al otro lado del estrecho y tuvo que cruzar a la Península para poder entrar en el conflicto, una parte de la Guardia Civil y una mínima representación de aviones y barcos militares. Frente a lo que ocurría en el otro bando, las milicias de Falange y las carlistas eran mucho menos numerosas y estaban muy modestamente armadas con las sobras de armamento de las guarniciones sublevadas. No poseían industria y solamente contaban, en lo que a agricultura se refiere, con las zonas cerealistas de Castilla León. Además, frente a la financiación fácil de la que disponían los republicanos, los nacionales apenas contaban con la limitada aportación del financiero Juan March –pensada para aguantar un golpe rápido de unos días- y el acceso a la negociación de préstamos en el mercado internacional, algo muy difícil para una Europa que se encontraba intentando salir de la Gran Depresión que sucedió al Crash de 1929.

Ante esta perspectiva no era de extrañar que la mayoría de los Gobiernos del mundo dieran por frustrada la intentona golpista, algo que también ocurría con el presidente de la República Manuel Azaña, que la misma tarde del 17 de Julio anunció en un mensaje radiado que no existía riesgo alguno para la estabilidad del régimen. Llegó a comparar esta intentona con el simulacro protagonizado por el general Sanjurjo en agosto de 1932.

Desde la misma mañana del 18 de julio, desde las plazas españolas de Ceuta y Melilla se empieza el lento traslado de las fuerzas legionarias y regulares. Un proceso lento que debe hacerse empleando aviones al estar el mar controlado por parte de la marina republicana.

Una vez clara la intención de los alzados de no deponer su actitud cuando quedó fijado el reparto territorial de las zonas en las que había triunfado el levantamiento y el de aquellas en las que había sido derrotado, ambos bandos se lanzaron a establecer unas estrategias claramente definidas.

Así, una semana después del pronunciamiento, la división territorial era muy significativa. Los nacionales se habían impuesto en Galicia, Castilla León, La Rioja, Navarra, Canarias, Baleares –a excepción de Menorca-, Ceuta, Melilla, el sur de Cádiz, el oeste de Aragón, el oeste de Cáceres y Álava. Además de mantener puntos de resistencia en Oviedo, Toledo, Córdoba, Sevilla, Granada y en el Santuario de Santa María de la Cabeza en Jaén.

Por su parte, los republicanos mantenían bajo su control toda Cataluña, toda la comunidad Valencia, Murcia, Andalucía, Castilla-La Mancha, Madrid, la cornisa cantábrica –Asturias, Cantabria, Guipúzcoa, Vizcaya-, el este de Aragón, la mayor parte de Extremadura y la isla de Menorca.

Una guerra cambiante

En esta situación empezó la Guerra Civil que en un primer momento se caracterizó por la llegada de las ayudas internacionales a ambos bandos,con calidad y cantidad muy similares, y las ofensivas rápidas del ejército de los nacionales.

Los apoyos al bando republicano fueron muy significativos, además de los 50.000 voluntarios procedentes de 53 países integrados en las Brigadas Internacionales que organizó la Internacional Comunista y que se pusieron al servicio de la causa soviética, recibió el envío de material de guerra soviético y varios miles de asesores militares –léase comisarios políticos- de la URSS.

Los nacionales recibieron apoyo de Alemania e Italia, además de 10.000 voluntarios de quince nacionalidades, especialmente portugueses, irlandeses, centroeuropeos y rumanos. De Alemania llegaron tanques y aviones, que si bien no eran suficientes para compensar la superioridad numérica de los republicanos sumados a los rusos, compensaron su falta total de ese tipo de armamento. También llegaron 6.000 asesores militares alemanes. De Italia obtuvo el Corpo de Truppe Volontarie, formado por 38.000 soldados italianos que se alistaron voluntariamente para luchar en España.

La evolución militar obligó a ambos bandos a adaptarse a las circunstancias del momento. Así, los nacionales fijaron su primer objetivo en la toma de Madrid, con la seguridad de que si caía la capital, el resto del territorio republicano se rendiría. De esta manera, desde Navarra, un cuerpo de ejército se plantó en la zona norte de Madrid tras pasar el alto de Somosierra al mando del general Mola. Mientras que desde Sevilla, una vez asegurada, la columna de África subía por Extremadura, hasta tomar Badajoz y avanzar hacia Madrid al mando del general Franco, que todavía no era el jefe militar y político de su bando. En el avance, esta columna se desvió, una vez llegados a la localidad de Maqueda, para rescatar a los sitiados en el Alcázar de Toledo.

El tiempo empleado por los dos cuerpos de ejército hasta llegar a Madrid, fue suficiente para que el general republicano Vicente Rojo organizase la defensa de la capital al contar con tropas regulares y las milicias armadas de los partidos de izquierda, que fueron reforzados por los comunistas de las Brigadas Internacionales.

Cambio de objetivos

El fracaso en la toma de Madrid obligó al mando de los nacionales a intentar cortar la comunicación de la capital con Valencia. Para ello emprendió dos ofensivas sucesivas en los meses de febrero y marzo de 1937. La primera fue la Batalla del Jarama, atacando desde el sur en un proceso envolvente que tras un mes de desgasta a penas consiguió mover el frente. Un mes después se intentó la misma estrategia en Guadalajara, donde las tropas nacionales fueron derrotadas.

A partir de ese momento los planes de Franco, ya jefe militar y en unos meses jefe del Estado, cambiaron. Optando por una conquista total del territorio para buscar la rendición del enemigo. De esta manera emprendió la Campaña del Norte, que terminó con el control de la franja cantábrica entre los meses de marzo y octubre de 1937. El siguiente paso lo dio el ejército republicano, con una ofensiva dirigida a tomar Teruel, única capital de provincia que lograron conquistar a lo largo de toda la contienda. La respuesta de los nacionales, conocida como la Campaña de Aragón, acabó con la salida al Mediterráneo del ejército de Franco a la altura de Vinaroz. Una situación que dejaba seriamente dañados a los republicanos al partir su territorio en dos partes y dejar a Cataluña aislada del resto del territorio bajo su control.

La respuesta republicana, una vez desechada la opción defendida por el general Rojo de atacar en Extremadura para recuperar Andalucía que se encontraba poco guarnecida, fue una ofensiva que pretendía atravesar el río Ebro para reunificar el territorio republicano. La Batalla del Ebro, que costaría 20.000 vidas y que terminaría dejando herido de muerte al ejército republicano tras cinco meses de combates. El final de esta batalla, en noviembre de 1938, dejó paso libre hacia Cataluña, que terminaría siendo ocupada por los nacionales con su llegada a los pasos fronterizos pirenaicos el 10 de febrero.

El resto de la guerra, hasta el 1 de abril de 1939, fue una sucesión de escaramuzas y negociaciones hasta la caída de Madrid el 28 de marzo y la toma de los puertos del Mediterráneo tras la caída de Alicante.

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