Pablo Iglesias, líder de Podemos, elogia «la capacidad de Lenin de convertir lo imposible en real». La Gaceta le recuerda cuál fue la realidad implantada por el líder comunista soviético
Este miércoles el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, y el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, han participado en una conferencia en el Círculo de Bellas Artes con el título “Tiempos salvajes. A cien años de la Revolución soviética”. En su charla, Iglesias ha elogiado «la capacidad de Vladímir Lenin de convertir lo imposible en real».
El líder de Podemos ha ensalzado el «genio bolchevique», que ha definido como»la llave política para abrir las puertas de la historia». Ha considerado que Lenin es el mejor legado de la revolución rusa al «construir una teoría política para ganar». También ha ensalzado a Lenin por demostrar que «la política puede ganar a la historia» al elaborar «una ciencia política para los de abajo más potente que la de los de arriba».
Iglesias no ha dudado en afirmar que «Lenin es un genio de la conquista del poder político» y ha valorado como una de sus principales aportaciones la «capacidad bolchevique para ganar y derrotar a enemigos imbatibles».
Ante estas afirmaciones, solamente cabe explicar al exprofesor de Política de la Complutense quén fue Lenin y cuales fueron sus realidades. Cómo dio un golpe de Estado contra la democracia que decía apoyar y las consecuencias que tuvo para la Unión Soviética a partir de entonces.
Los crímenes de Lenin
Por si Iglesias desconoce realmente lo que supuso la represión llevada a cabo por Lenin, vamos a explicarle cómo fue y en qué consistió.
Tras la revolución de febrero de 1917 se impuso un Gobierno formado por mayoría de socialistas moderados de los partidos Socialista Revolucionario y Constitucional Demócrata. Su presidente era Kerensky, que no quería permitir la entrada de los bolcheviques de Lenin en el Ejecutivo porque eran radicales, porque no tenían más del 15% de los votos y porque solamente tenían presencia en Moscú y Petrogrado.
Pese a su escasa representación electoral, Lenin ordenó en el mes de julio un primer golpe de Estado que fracasó, pero que le mostró los errores que no debería cometer nuevamente en la segunda intentona. Finalmente entre los meses de octubre y noviembre dieron el golpe definitivo con el que impusieron la dictadura del proletariado que asoló la Rusia soviética durante más de siete décadas.
El 24 de octubre la capital de Rusia, Petrogrado, amaneció ocupada por los milicianos de la Guardia Roja. Un día después tomaban el Palacio de Invierno, antigua residencia de los zares y en ese momento sede del Gobierno y el Parlamento ruso, forzando la huida de Kerensky y de todos sus ministros que fueron sustituídos por un gabinete presidido por Lenin y formado por ministros bolcheviques.
En este ambiente de control bolchevique, Lenin convocó unas elecciones. Pero las perdió, obteniendo el 24% de los votos frente al 40% de los eseritas. No respetó los resultados y mantuvo el Consejo de Comisarios del Pueblo (Sovnarkom), que fue inmediatamente reforzado por un servicio de Policía política secreta denominada ChK y a cuyo frente puso al siniestro Feliks Dzerzhinski.
Uno de los primeros decretos tras este segundo golpe de Estado fue el que modificaba el Código Penal e introducía la figura de “enemigo del pueblo”, es decir: “todos los individuos sospechosos de sabotaje, especulación, oportunismo…” que podrían ser detenidos inmediatamente y puestos a disposición de la nueva Policía política, no de los jueces.
En diciembre ilegalizó el Partido Constitucional Demócrata (KD) y sus principales dirigentes fueron detenidos, pero los Socialistas Revolucionarios (SR) -que seguían siendo la principal fuerza política en Rusia- se oponían a los brutales métodos de control social que pretendía imponer Lenin, en esa revolución que tanto anhela Garzón.
Acto seguido desplazó a importantes contingentes de la Guardia Roja a Petrogrado con la única misión de detener a los miembros del SR acusándolos de ser enemigos del pueblo. Una ironía cuando eran los miembros del partido que más apoyo popular tenían, especialmente entre los trabajadores no cualificados.
Cuando el 18 de julio se iniciaban las sesiones de la nueva Asamblea, diputados y simpatizantes del SR y de los comunistas críticos con Lenin, los mencheviques, organizaron una marcha pacífica hacia la sede de la Asamblea, pero la Guardia Roja abrió fuego contra ellos causando un centenar de víctimas, en su mayoría mujeres y ancianos.
Pese a los disturbios que se multiplicaban por todo Petrogrado, los diputados acudieron a la Asamblea, en la que los bolcheviques eran una minoría pese a controlar el poder, y se eligió una Cámara presididda por Víktor Chernov, miembro del SR. En protesta los bolcheviques abandonaron la Asamblea, que quedó disuelta. De esta manera el Gobierno de Lenin quedaba sin control.
El terror para imponer el comunismo
Pablo Iglesias debería prestar atención a la evolución que a partir de ese momento toma el régimen soviético bajo el mando de Lenin. Los bolcheviques tenían fuerza en las dos principales ciudades rusas: Moscú y Petrogrado, pero apenas eran representativos en el resto del inmenso territorio del país. Por eso, la ChK recibió órdenes de imponer allí la dictadura del proletariado usando el terror como método de sometimiento. Las acciones más siniestras se registraron en Ucrania, Crimea, Kubán y el Don. Alli se asesinó a miles de personas por los métodos más brutales: decapitaciones, gaseamientos, fusilamientos, castraciones, cremaciones en vivo,…
Una vez instaurado el terror en esas zonas tocó el turno de limpiar Moscú. Como Lenin había explicado unos meses antes: “A menos que apliquemos el terror a los especuladores -una bala en la cabeza en el momento- no llegaremos a nada”. En abril de 1918 se produjeron las primeras grandes redadas y ejecuciones en Moscú: 520 políticos opositores fueron detenidos, la mayoría ejecutados. Al mes siguiente se cerraron más de 200 periódicos en toda Rusia.
La ChK tenía ya 12.000 agentes repartidos por toda Rusia, estaban en franca expansión. Un año después superarían los 200.000 agentes con sedes propias -con salas de tortura y celdas- en las principales ciudades del país.
El mes de julio Lenin ordenó el asesinato de toda la familia real rusa: el Zar Nicolás II, la zarina, su hijo, el príncipe heredero, las cuatro hijas y cinco empleados. Durante muchos años se negó el crimen, que la sociedad no iba a aceptar, y se explicó que se encontraban detenidos en un lugar seguro y secreto.
El 9 de agosto Lenin daba la orden de formar una troika dictatorial para “implantar el terror de masas, fusilar o deportar a las prostitutas que hacen beber a los soldados, a todos los antiguos oficiales (…), requisas masivas (…), deportaciones en masa…”. Seis días después firmaba órdenes de detención de todos los líderes del resto de partidos políticos. Los pocos restos de la democracia implantada en la revolución de febrero eran borrados de un plumazo.
Entre septiembre y octubre, la ChK asesinó a más de 15.000 personas, el triple de las ejecuciones cometidas por el zarismo en el último siglo.
Llegados a este extremo, sin posibilidad de una vía política, todas las fuerzas de la oposición contra los bolcheviques se unieron en una guerra civil para poner fin al terror rojo que ya se había impuesto en el país.
La guerra civil terminó con casi 12 millones de víctimas. Tres de ellos corresponden a muertos en acciones de guerra, cinco millones de muertos por hambre, dos millones de muertos por represión tras las conquistas del Ejército Rojo de ciudades y otros tantos muertos por enfermedades infecciosas, especialmente por una epidemia de tifus.
Mientras que el Ejército Rojo cometía todo tipo de atrocidades sobre las poblaciones conquistadas, la ChK desarrollaba archivos sobre todos los habitantes de las ciudades, a la vez que se construían los primeros campos de concentración, que en 1922 albergaban a más de un millón de presos.
Mientras todo esto ocurría, los pequeños propietarios agrarios habían sido masacrados. Los kulaks estaban siendo asesinados, bien por la ChK o por una lenta condena a muerte por hambre. Son muy significativas las palabras de felicitación que envía Lenin a Semashko, comisario de Salud, el 20 de agosto de 1919: “Le felicito por la exterminación enérgica de los kulaks”.