«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
mientras la mayoría de medios afines a Feijoo suplican por un gobierno de concentración

Los ataques del PP a VOX: de las amenazas de Guardiola al «más miedo que ERC y Bildu» de Moreno Bonilla

Moreno Bonilla, y María Guardiola. Europa Press

«No puedo dejar entrar en el Gobierno a quienes niegan la violencia machista, a quienes usan el trazo gordo, a quienes deshumanizan a los inmigrantes, a quienes tiran a una papelera la bandera LGTBI. (…) Tampoco voy a entrar en batallas culturales que están superadas». Esas palabras las podría firmar la exministra de Igualdad, Irene Montero, o cualquiera de sus colaboradoras, pero las pronunció una candidata del PP cuando se le preguntaba por la posibilidad de pactar con VOX un gobierno autonómico.

María Guardiola, hoy presidenta de Extremadura gracias a VOX (como antes Moreno Bonilla, Ayuso, Almeida, López Miras…), fue la primera voz del PP en sumarse a la estigmatización de la izquierda contra la formación de Abascal antes y después de las elecciones autonómicas y municipales del 28 de mayo. Es verdad que otros compañeros de partido habían explorado esa vía, pero nadie llegó tan lejos ni se expresó con tal rotundidad como la desconocida aspirante a presidir Extremadura.

El 20 de junio Guardiola, frustrada porque VOX no le regalaba sus votos tal y como daba por seguro la misma noche electoral («Va a hacer falta que VOX me apoye, pero no va a hacer falta que VOX entre en el gobierno») y después de los insultos durante la campaña, asegura que está dispuesta a una repetición electoral y estalla contra Jorge Buxadé, al que llama «capataz del señor feudal». Es el día en que se constituyó la mesa del parlamento extremeño en la que el PP permitió que VOX se quedara fuera a pesar de tener un escaño más que Podemos, que sí entró.

El 21 de junio, en una entrevista a ABC, Guardiola ahonda en el cordón sanitario a Abascal: «En el PP caben todas las sensibilidades, pero no VOX, están en otro sitio».

Esta semana Moreno Bonilla ha dado un nuevo giro al subgénero periodístico que los medios afines al PP practican desde que VOX irrumpió en las instituciones: el periodismo asustaviejas. De este modo, al votante ya no se le convence con propuestas, ideas o programa, sino con el miedo a terceros. Moreno Bonilla ha comprado el marco mental y la caricatura que han creado los mismos partidos que han propiciado, entre otras cosas, la suelta de 200 violadores, el indulto a los golpistas catalanes, dos estados de alarma inconstitucionales, el hundimiento de la economía o los pactos con golpistas y terroristas para reformar el código penal a su antojo. «Cuando se va a Cataluña y se dice que se va a liar la mundial y que van a aplicar un 155 permanente, ¿usted qué reacción cree que van a tener los ciudadanos? Pues evidentemente han reaccionado votando al PSC y sacando una brecha de 14 diputados precisamente en Cataluña», le echaba en cara al portavoz de VOX, Manuel Gavira.

Aunque en 2019 no pareció muy molesto cuando VOX votó sí a su investidura, Moreno Bonilla acusa ahora a su antiguo socio de homofobia. «¿Usted cree que eso le puede favorecer?, ¿o es que no sabe que el 52% de la población española son mujeres (…) y que hay padres, madres, conservadores y de derecha, cuyos hijos son homosexuales y que se sienten violentados por sus actitudes?».

Días después y lejos de rectificar sus palabras, el presidente de Andalucía concedía una entrevista en El Mundo:

«VOX da más miedo que Bildu y ERC al electorado».

«La única manera de volver a gobernar es crecer por el centro sin mirar a VOX; ser nosotros. El PP aprende de sus errores».

«Tenemos que reunificar el centroderecha. Se logró con Cs y se logrará con VOX».

Más ambiguo ha sido Alberto Núñez Feijoo, que comenzó la reciente campaña prometiendo que derogaría el sanchismo y la finalizó pidiendo el voto tanto a los simpatizantes socialistas como a los de Sumar para evitar a VOX en la Moncloa. Por supuesto, nadie ha oído a Pedro Sánchez interpelar a los votantes de VOX para frenar a Sumar. Hay cosas que sólo pasan en la derecha.

El 13 de julio, quizá condicionado por la audiencia de Esradio, Feijoo soltó una bravuconada impropia de un moderado hombre de Estado: «Hay que derogar el sanchismo en el Gobierno y en el PSOE». Ahí acabaron los mensajes abiertamente hostiles a Pedro Sánchez que sonaran demasiado VOX.

El resto de la campaña, el candidato popular aludió al PSOE como el partido con el que habría de entenderse tras las elecciones. El mensaje más contundente lo pronunció el 16 de julio en una entrevista a El Español: «VOX no es un buen socio, me siento más cercano a Page, si necesito 20 escaños voy a hablar con el PSOE».

El 17 de julio, Feijoo declaraba en TVE: «Si saco un resultado suficientemente claro, llamaré a la puerta del PSOE para que me deje gobernar […] Si el PSOE está muy preocupado por los pactos con VOX, lo tiene en su mano: dejar gobernar al PP absteniéndose en la investidura».

El 19 de julio llegaba el turno en La Voz de Galicia: «Yo no voy a decir que pactaré con VOX porque yo no quiero pactar con VOX […] Si gano, la primera llamada será al PSOE, para que no bloquee el gobierno del país».

Fracasada la estrategia, los mensajes postelectorales de Feijoo siguen la misma línea. El último movimiento ha sido la carta dirigida a Pedro Sánchez para concretar una reunión y negociar una abstención del PSOE. El presidente en funciones le ha contestado en estos términos: «Nuestro sistema democrático cuenta con reglas claras para la configuración del Gobierno de la nación […] Me permito recordarle que nuestra Constitución es diáfana al respecto y así lo estipula claramente en su artículo 99 […] En fechas recientes, el principio de la mayoría parlamentaria ha vuelto a ser aplicado en la constitución de distintos gobiernos autonómicos en los que Partido Popular y VOX han unido fuerzas y votos atendiendo al criterio de la suma aritmética del número de escaños en los parlamentos autonómicos».

En definitiva, Génova 13 desprecia a VOX y el PSOE al PP mientras la mayoría de medios afines a Feijoo y su equipo suplican por un gobierno de concentración.

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