Ya forma parte del paisaje habitual: personajes corruptos, ligados al Partido Popular, que adornan sus muñecas con pulseras rojigualdas compareciendo ante comisiones de investigación, entrando en los juzgados, portada de informativos. Desde instancias interesadas, una y otra vez se subraya la ostentación que estos imputados hacen de los colores nacionales; lo que tampoco parece casualidad es que, de todas las circunstancias concurrentes, la de adornarse con dichos colores sea la enfatizada.
Esta misma semana
Ha sucedido de nuevo con la declaración de Ricardo Costa ante la Audiencia Nacional, a cuenta de la trama Gürtel de financiación ilegal del Partido Popular. Irene Montero, claro, no ha perdido ocasión de señalar la pulsera en la muñeca izquierda de Costa: «a quien roba, aunque se envuelva en la bandera de España, se le llama ladrón».
Si bien, como se ha dicho, es frecuente que personajes en ocasiones grotescos salten a la luz pública embutidos en la bandera de España, la exhibición de Costa admitiendo sin rebozos esa financiación ilegal del PP ha incorporado un elemento distinto: el reconocimiento de la culpa, lo que puede ser considerado un hecho, hasta cierto punto, positivo.
Incompatibilidad de patriotismo y corrupción
La crĆtica, sin embargo, no carece de base. En el fondo, quien la ejerce parece asumir que el patriotismo es un sentimiento noble que no debe mancharse con la herrumbre de la corrupción; de otro modo no se entiende su escĆ”ndalo. O lo que pretenden hacer pasar por tal.
Porque, en el fondo, Podemos no se escandaliza de la prostitución del patriotismo cuando se utiliza para encubrir otros intereses, ya que segĆŗn su visión del mundo la función del patriotismo es exactamente esa: lo que Podemos hace es utilizar la corrupción para atacar los sĆmbolos nacionales, identificando patriotismo y corrupción.
En la Herriko Taberna
En su momento, Podemos trató de pasar por patriota, aunque nunca se atrevió a ir demasiado lejos en ese camino. Y es que resulta muy difĆcil jugar a ser patriota (por lo menos de EspaƱa) desde una Herriko Taberna. En sus fibras mĆ”s Ćntimas es algo que les repele.
La evidente reluctancia confesada por el propio Iglesias a la hora incluso de pronunciar el nombre de EspaƱa, la consideración que le merecen el himno y la banderaā¦.es menos que poco adecuada si se quiere reivindicar el patriotismo desde cualquier perspectiva.
Sabedores de que el patriotismo ha estallado en EspaƱa, no se les escapa que no es el momento de una enmienda a la totalidad. La exigencia de la hora es la de amoldarse a ese estallido.
Una estrategia de neutralización
El patriotismo, para una organización que parasita el espacio soberanista, debiera ser obligatorio, casi elemental. Pero no es asà en Podemos, precisamente porque no se trata de una fuerza soberanista. Sencillamente: quien no defiende el soberanismo no puede ser patriota y, obviamente, Podemos no tiene interés alguno en preservar la identidad nacional.
Llegados a ese punto, lo que Podemos ha intentado, dado que no estĆ”n dispuestos a oficiar de patriotas, ha sido evitar que los demĆ”s lo sean. Tal y como se hizo en la transición, la idea es que nadie ice esa bandera algo que, hace apenas unos meses aĆŗn se podĆa proscribir, pero que hoy es impensable.
En su estrategia de neutralización, Podemos ha intentado dar al patriotismo un nuevo significado, pero sin Ć©xito. De modo que Iglesias ha efectuado todo tipo de quiebros dialĆ©cticos para sacar su rĆ©dito. Incidiendo en esa lĆnea, asegura queĀ Ā«la patria es lo contrario a un corrupto envuelto en una bandera o a una sede financiada en negro, tapada con una banderaĀ».Ā En otras oportunidades tambiĆ©n ha tratado de definir la patria de forma aĆŗn mĆ”s estrambótica.
Significativamente, el Ćŗltimo remache del ataĆŗd de Podemos ha sido el āprocesoā en CataluƱa, destinado a catapultar a la extrema izquierda al poder, pero que ha supuesto justamente lo contrario. Tiene algo de justicia poĆ©tica el que haya sido una cuestión relacionada con la unidad de EspaƱa la que haya precipitado la caĆda de Podemos y del Partido Popular, su contraparte en el guiƱol de la polĆtica espaƱola.
Sin rƩdito electoral
El rechazo del patriotismoĀ por parte deĀ Podemos,Ā se asienta en un anĆ”lisis realista de la formación ultraizquierdista:Ā segurosĀ delĀ antiespaƱolismo esencial de la izquierda en muchas regiones de EspaƱa,Ā calcularon con acierto queĀ el escaso patriotismo de la izquierda del resto del paĆsĀ jamĆ”s compensarĆa la pĆ©rdida que supondrĆa su ausencia en CataluƱa, PaĆs Vasco y Galicia.
Quiso arreglarlo:Ā āLa izquierda entiende el amor por la diversidad porque EspaƱa es mucho mĆ”s que la institucionalidad de Madridā,Ā pero cosas asĆ no se terminan de traducir en tĆ©rminos electorales.Ā La clientela podemita enĀ las llamadas āautonomĆas históricasāĀ o es nacionalista ā y en ocasiones, muy radical ā o veĀ el nacionalismoĀ con benevolencia, desde una izquierdaĀ extremaĀ cuyo nexo entre autonomĆas no es otro que la hispanofobia.
Pero esta tambiĆ©n tiene sus lĆmites, y hoy parece claro que Podemos pierde a buena velocidad apoyos entreĀ unĀ electoradoĀ para el que lo esencialĀ son las cuestiones sociales pero que no estĆ” dispuesto aĀ renegar deĀ su identidad. Por eso, PodemosĀ pierdeĀ cada vez mĆ”s voto no ideologizado, replegĆ”ndose hacia las cifras que en EspaƱa ha tenido siempre la extrema izquierda.
Para ello inventó ā no es broma ā un āpatriotismo republicano plurinacionalā que oponer a los queĀ āse envuelven en banderas para tapar los privilegios de la Ć©liteā.Ā Insistiendo en esta misma idea,Ā Pablo IglesiasĀ ha declarado recientemente que āsoy patriota, y nadie con cuentas en Suiza me da a dar lecciones de lo que es ser espaƱolā.
Una deriva desafortunada
Al poco de su primer Ć©xito electoral,Ā el lĆder radicalĀ comenzó a elaborar un discurso prometedor, en el que incluyó algunas reflexiones plausibles: āClaro que me siento espaƱol, y entiendo que hay que arrebatar el tĆ©rmino a los patriotas de pulserita rojigualda que luego venden la soberanĆa y cierran escuelas y hospitalesā.
Sin entrar en el sentimiento de espaƱolidad que reclama para sĆ, lo cierto es que,Ā si se ha empleado a fondo contra la pulserita, delĀ soberanismo no hay ni rastro. De hecho, apenas nadie identificarĆa hoy a Podemos con una fuerza soberanista, lógico corolario de negarĀ la soberanĆa nacional del pueblo espaƱol, como ha mostrado ante el desafĆo secesionista catalĆ”n.
Parece claro que, quien no defiende la soberanĆa hacia dentro, mal la puede defender hacia fuera. Por otro lado, sus bien conocidas connivencias con algunos de los principales agentes globalizadores impiden considerar con una mĆnima seriedad la posibilidad deĀ queĀ PodemosĀ seaĀ una fuerza dotada de un mĆnimo patriotismo.
Algo que, a fuer de ser sinceros, cada vez parece mĆ”s extensible al conjunto de fuerzas polĆticas.