Pedro, un vecino del municipio de La Orotava, en Tenerife, se ha convertido en una de las muchas víctimas de la ocupación ilegal que, según él y varios vecinos que hoy han acudido a manifestarse contra este delito amparado por el Gobierno, está siendo exacerbada a causa del aumento de la inmigración ilegal en las Islas Canarias. Hace tan sólo tres semanas, un grupo de magrebíes tomó su vivienda forzando la entrada y, tras un arduo combate para recuperarla en el que han participado diversos actores externos, lo ha conseguido.
«Fue gracias a los vecinos que me enteré de todo. Estaba durmiendo cuando me mandaron mensajes avisándome de que habían ocupado mi casa», relata Pedro. Lo que siguió fue un calvario legal y emocional que involucró a la Policía Local, la Guardia Civil y otros entes municipales, sin que inicialmente se lograra una solución rápida.
«Intentaron entrar de nuevo cuando logré sacarles por primera vez. En esta ocasión, reforzaron las cerraduras y volvieron a intentarlo, pero los vecinos lograron detenerles antes de que volvieran a entrar», añade Pedro, evidenciando el nivel de inseguridad y miedo que se ha instalado en su vida y la de sus vecinos.
El ambiente en La Orotava y en otros municipios cercanos se ha vuelto tenso. «Hay un ambiente de miedo en el barrio. La gente ya no sale por la noche, y eso en Canarias es triste», comenta Pedro con evidente preocupación. El origen de los ocupantes, según comenta, está vinculado con la inmigración ilegal. «No somos racistas, pero nos están obligando a serlo», declara, reflejando el creciente malestar en la zona y señalando a los procedentes del magreb.
Una de las gotas que colmó el vaso y alertó a todos los vecinos fue la aparición de un cuchillo escondido bajo un colchón dejado por los ocupantes y hallado por Pedro: «Era un cuchillo enorme. La gente está asustada, y con razón», dice, mostrando la gravedad de la situación. A pesar de ello, Pedro confía en que la justicia prevalecerá, aunque el proceso haya sido largo y tortuoso. «Confiamos en la justicia, y al final, todo se resolvió gracias al apoyo de los vecinos y amigos como Rudy, un educador social que fue fundamental para que las cosas avanzaran en mi caso».
Sin embargo, Pedro sigue sintiendo que el sistema lo ha dejado solo en muchos aspectos. «La casa está vendida, pero el proceso ha sido un calvario. Tardaron un año en resolver el expediente. Ha sido un estrés tremendo, y todo esto deja una marca difícil de borrar».