Melisa Hernández, madre de una niña de cuatro años que ha tenido que abandonar su vivienda en La Matanza (Canarias) por las constantes agresiones y amenazas que estaba sufriendo a manos de una pareja de okupas marroquíes, ha relatado la «traumática» experiencia soportada en los últimos meses a LA GACETA: «Mi marido y yo llevábamos tiempo teniendo problemas con una rumana que ya ha sido denunciada por varios vecinos sin sufrir consecuencias penales. Cuando llegaron los marroquíes, se aliaron, depauperando la convivencia y convirtiéndola en dura y peligrosa».
«La gota que colmó el vaso se produjo cuando el otro día, al venir a nuestro domicilio, uno de los okupas marroquíes bajó con un arma blanca y nos amenazó a mi marido y a mi. Tuvimos que correr todo lo que pudimos, meternos en el coche y llamar a la Guardia Civil«, ha revelado profundamente resignada.
«La inseguridad ha aumentado por la inmigración»
Respecto a si considera que la región es hoy más insegura que hace algunos años, tiene clara la respuesta, y también quienes son los responsables: «Quizás a muchas personas no les parece bien lo que voy a decir, pero se debe al aumento de la inmigración. De hecho, mis padres viven al lado de un centro de inmigrantes y ya no pueden pasear por la zona solos porque tienen miedo de que les roben. Nos están destrozando», ha señalado apostillando que en ocasiones se los han encontrado masturbándose en plena calle.
«Estamos viviendo situaciones que personas civilizadas no hacen, y por supuesto que creo que la seguridad ha empeorado por este tema», ha zanjado.
Pese a sufrir una amenaza que les obligó a huir de su vivienda, Hernández afirma no haberse sentido amparada por ninguna institución: «Los propios policías se han disculpado ante mi porque son conscientes de que no pueden hacer nada. Hay numerosas denuncias y no llegan a nada, no hay nada que hacer».
Sorprendente es la postura que sostuvo la fiscal cuando se celebró el juicio con la rumana, originaria de la inseguridad en la calle: «Prácticamente nos dijo que éramos unos racistas, y ella creo que tiene una multa por convivencia pero poco más».
Por último, confiesa haber temido por su vida en varias ocasiones, motivo que le ha llevado a abandonar el lugar en el que habitaba desde hacía años: «Tengo una hija de cuatro años y yo no puedo venir todos los días con miedo a casa. No sé de que son capaces».
Y es que durante meses tuvo que enfrentarse a diversas situaciones que traspasan la barrera de la legalidad cuyo único propósito era complicarles la vida: «Hemos tenido que aguantar que nos lancen excrementos de perro, que hagan ruido de madrigada, que lancen botellas de cristal, que suelten al perro para que ladre y no nos deje dormir… Y estoy medicada desde hace tiempo para poder conciliar el sueño», concluye añadiendo que el daño psicológico ya es grande desde hace tiempo y tenían que pagar hoteles los fines de semana para poder descansar y que su hija durmiese tranquila.