El día que el Constitucional avalaba la ley de eutanasia Ramón Tamames tomó la palabra en el Congreso y las carcajadas se sucedían en la sala contigua al hemiciclo donde los periodistas seguían la moción de censura. La pantalla mostraba el rostro contrariado de un hombre, casi nonagenario, que replicaba la interminable perorata propagandística de Pedro Sánchez y las bravuconadas huecas de Patxi López.
Apenas lograban reprimir las risas quienes veían en el candidato a la presidencia del Gobierno a «un pobre anciano al que Vox había engañado para encomendarle una tarea imposible». Tamames, con la vista cansada propia de la edad, se acercaba los papeles para leerlos mejor y algunos periodistas reían con la osadía del ignorante y la maldad del bárbaro. Lo hacían a coro la jefa de prensa de uno de los partidos gubernamentales y algunos de los reporteros acreditados. Total, todos están en la misma trinchera.
Las burlas, lejos de lo pretendido, en realidad retrataban a quienes las proferían y no al catedrático de estructura económica al que no hizo falta lucir una camiseta con eslogan, sacar una impresora o gritar para hacerse oír en el templo de la palabra. Chesterton decía que la mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta. Algo de eso hubo en la escena: la historia pasaba ante sus ojos y los más cerriles la despachaban con regocijo.
Las carcajadas y aspavientos tenían su réplica en el gallinero donde varios cronistas, de esos que traían las consignas escritas de casa, se mofaban de don Ramón. Por lo visto, confiar la moción a una figura de la transición no era buena idea para quienes ya censuraron a Abascal cuando la lideró en 2020. Vox mal, que polariza. Pero un mito del 78, tampoco. Nada convence a quienes se pasan el día dando lecciones de consenso, diálogo y espíritu de la transición, pues cuando ese cóctel se hace carne (Tamames) los escribas del poder huyen despavoridos demostrando que su retórica es pura pose. Ellos, como el Gobierno, fueron los grandes retratados de la moción.
Esta corriente, subversiva en sus formas pero obediente en el fondo, es el escudo que blinda a las élites tachando de populista que un partido recurra a una herramienta constitucional, o sea, a hablar en las Cortes. Es populismo debatir en el Congreso, pero no incumplir un programa electoral o engañar a los electores para conformar gobierno, maquiavelismo al alcance de paladares selectos.
Claro que cuando las informaciones e interpretaciones de los medios se repiten con sospechosa exactitud cabe hablar de régimen de portada única. Así contaron los principales diarios el primer día de la moción: La Razón: «Fracasa la estéril pinza de PSOE y Vox contra Feijoo». ABC: «Sánchez aprovecha el regalo de Vox». El Mundo: «Sánchez y Díaz lanzan su ‘ticket electoral’ en una moción inútil». El País: «La moción cohesiona al Gobierno frente al bloque de la derecha».
Pero si hay algo cohesionado de verdad es el mensaje monolítico, puro granito, que entonan al unísono medios de comunicación y aquellos partidos con bula para gobernar. Editoriales, portadas y tertulias destacan la inutilidad de la moción porque no contaba con apoyos, aunque ninguno repara en que el primer partido de la oposición rehuyó por segunda vez la posibilidad de liderarla.
Por supuesto, se trata de un detalle menor. Feijoo, como entonces Casado, ha sido proclamado vencedor —quizá porque otorgárselo a Cuca da pudor— sin bajarse del autobús. Tres años después se repiten los mantras, así que caben varias reflexiones. Si realmente las mociones refuerzan al PP, ¿por qué no presenta entonces una propia o vota a favor cuando lo hacen otros? Las consignas oficiales también hablan del supuesto balón de oxígeno regalado a Sánchez cuando, aseguran, estaba moribundo.
Si esto ha impulsado de verdad al Gobierno, ¿por qué se quejan cuando Tezanos vuelva a colocar al PSOE en primera posición? ¿Y qué dirán si el PSOE pierde las elecciones generales en unos meses, acaso no estaba fortísimo? Si la narrativa dominante dice una cosa y la contraria convendremos, por tanto, en que todo es una gigantesca patraña. Haberla expuesto ante los focos, con luz y taquígrafos, ha sido un colosal acierto. Sólo por eso ha merecido la pena escuchar a Tamames.