«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
«Las revoluciones son así de ingratas, siempre devoran a sus propios hijos»

Y un día la «perspectiva de género» tocó a la puerta de Iñigo

El líder de Más País, Iñigo Errejón, interviene en un acto de Sumar. Europa Press.

«Primero vinieron por los de la derecha,y yo no dije nada, porque yo no era de derecha.Luego vinieron por los entrenadores de fútbol, actores, periodistas, empresarios,y yo no dije nada, porque yo no era nada de todo eso.Luego vinieron por los politicuchos moralizadores que la izquierda se quiere sacar de encima,y no quedó nadie para hablar por esos politicuchos».

El pastor Martin Niemöller, autor de las líneas originales aquí chacoteramente modificadas, fue arrestado en 1937 y confinado al campo de concentración Dachau hasta 1945, cuando lo liberaron las tropas aliadas. Su poema fue un reproche a la cobardía de la sociedad impasible, que vio crecer al monstruo del totalitarismo sin oponer resistencia, hasta que ya fue demasiado tarde. Esa cobardía y la loca idea de que permaneciendo en silencio es posible escapar a la furia de los tiranos fue lo que, como denunciaba Niemöller, permitió la llegada de los nazis al poder.

El influyente canciller del wokismo Iñigo Errejón se encuentra en estos momentos estelarizando un escándalo que parece calcado de las advertencias de Niemöller. Pero con una diferencia: él no fue un cobarde cómplice perdido en el anonimato social. Errejón fue el guionista, productor, director y actor de una narrativa tóxica y resentida que ensució las relaciones humanas y más aún las amorosas durante la última década. Esta narrativa que rompió el sistema jurídico al pisotear el sagrado mandamiento de una democracia liberal según la cuál todas las personas son iguales ante la ley y se las presume inocentes de todos los delitos hasta que se demuestre lo contrario.

Estamos hablando de la Teoría de Género, pilar del feminismo de cuarta y subsecuentes olas. Hablamos de un delirio criminal, sin pies ni cabeza llamado «perspectiva de género», que hace unos años se hubiera podido desmontar con facilidad de haber contado con la entereza de quienes callaron por comodidad. Pero que, ahora, es una pátina de mugre que cubre todos los sistemas, desde el jurídico hasta el mediático, pasando por el universitario, el cultural, el médico, el escolar, el religioso, y varios etcétera.

Según se sabe ahora, Errejón es un típico tarado sexual, de esos a los que el atractivo les llega tarde y mal, por fama, dinero o poder o algún factor externo a su habilidad de seducción. Conocemos el arquetipo, es difícil describirlo sin usar adjetivos despectivos, pero se trata de señores incapaces de llevar una intimidad sexual satisfactoria para ellos y sus eventuales parejas. Mientras la fama, el dinero o el poder los acompañen, seguirán teniendo personas dispuestas a acompañarlos para obtener, por un opinado proceso osmótico, parte de esa fama, dinero o poder.

Hasta el momento en que se escriben estas líneas lo que sabemos es que a comienzos de la semana circularon por redes sociales mensajes anónimos difundidos por la señora Fallarás que hablaban que un «político que era un “maltratador psicológico» y un «verdadero monstruo». El aquelarre de la izquierda enloquecida española se dio por aludido a sabiendas de que se hablaba del señor Iñigo y comenzaron a pedirle explicaciones. La dirección de Más Madrid, partido fundado por él mismo, le soltó la mano

Errejón hizo un flip flap en el aire y anunció, también a través de las redes, su decisión de abandonar, estoico, responsabilidades políticas porque reconocía que había mantenido «comportamientos machistas». No hizo referencia a las acusaciones que se empezaban a acumular a borbotones en los medios. En cambio responsabilizó al patriarcado que, como «Venom», vendría a ser simbionte semilíquido, que sobrevive parasitando a un huésped, necesariamente varón blanco heteropatriarcal judeocristiano. 

Esta forma de vida dual de la que Errejón sería víctima lo habría dejado enajenado, según sus propias palabras: «He llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona»; y aclara (porque la verdad no se entiende demasiado lo que dijo). «En la primera línea política y mediática se subsiste y se es más eficaz, al menos así ha sido mi caso, con una forma de comportarse que se emancipa a menudo de los cuidados, de la empatía y de las necesidades de los otros. Esto genera una subjetividad tóxica que en el caso de los hombres el patriarcado multiplica, con compañeros y compañeras de trabajo, con compañeros y compañeras de organización, con relaciones afectivas e incluso con uno mismo». La aclaración oscurece, pero traducido lo que quiso decir es que la culpa no es suya por ser un guanaco.

Y acá viene algo bien interesante, Íñigo Errejón informa que «Llevo tiempo trabajando en un proceso de acompañamiento psicológico». 

Hace pocos meses, dos predicadores argentinos del «hermana yo te creo», dos vociferadores de todos los dogmas sororos del feminismo tutelado del #MeToo, pasaron por el mismo proceso. Uno es nada más y nada menos que el ex presidente de la nación, el kirchnerista Alberto Fernández que llegó a decir en conferencia de prensa que «él personalmente» había derrotado definitivamente al machismo porque había creado el Ministerio de la Mujer. Este párrafo sólo da para escribir una enciclopedia de las paradojas más tontas de la historia de la humanidad, pero eso quedará para otro día, la cosa es que el expresidente recibió denuncias por delitos contra su esposa, a los que se sumaron otros testimonios. Ahora el expresidente, la esposa y el resto de los implicados están especulando, a ver a quién le conviene qué arreglo. Para sus acuerdos usaron acusaciones serias de delitos graves que sí ocurren en la vida real. Como pasa siempre.

El otro caso es el del opinólogo argentino, asesor y operador de la dictadura venezolana Pedro Brieger. Se trata de un exégeta del kirchnerismo, del castrismo, del putinismo, del chavismo, del islamismo y de todo otro despojo comunista al que pueda servir. Ha trabajado en medios, casi siempre públicos, desde tiempos inmemoriales, siempre al servicio de la izquierda más rancia. Pedro fue un apologista del feminismo 8M, propalando todos sus dogmas hasta que le aparecieron las denuncias por acoso sexual. Como Iñigo, realizó un descargo en sus redes sociales donde dijo: «Hace muchos años hice un quiebre en mi vida y dejé de tener conductas que no eran respetuosas, gracias a un acompañamiento terapéutico prolongado lo pude superar y hoy soy otra persona, la que describen existió, pero hace mucho tiempo que no existe más». Como Iñigo, Pedro se desdobla, él ha combatido a su Venom patriarcal. No era su culpa, era el machismo ambiental.

La coartada de Iñigo y de Pedro es calcada y es obvia, pero sólo es aplicable a los varones de la izquierda woke. El resto al cadalso, el dios woke no tiene misericordia con quienes no lo adoran. 

La pregunta es: ¿coartada para qué acusación? De las mujeres que habían acusado a Pedro, había algunas que decían que las había acosado con insinuaciones, que había aprovechado de una situación de poder para seducirlas, que se había desnudado en una habitación a la que no habían sido forzadas a entrar y hasta que, mientras daba clases, las miraba mucho. De las de Errejón hay acusaciones de dejarlas plantadas, de ignorarlas, de hacer escenitas de celos. A ambos se les acusa de ser pésimos amantes, repugnantes, brutos, desconsiderados, perfectos imbéciles. ¿Es esto equiparable a la violencia física, a la supresión de la libertad o a la violación?

Tras la caída en desgracia de Errejón, la actriz Elisa Mouliaá denunció ante la Unidad de Atención a la Familia y la Mujer (UFAM) que camino a una fiesta a la que llevó a Errejón, este tornó «en una actitud dominante» y que en el ascensor la besó de forma asquerosa, le hizo una escena horrible y la trató mal. También que después de sentirse agredida de todas estas formas se va con él, aun cuando su pequeño hijito estaba muy enfermo. Mouliaá declara que «se sintió paralizada y que no consintió nada de lo que sucedió». Según es de protocolo, parece que la Policía ante una denuncia de este tipo, hace una «recepción de la víctima», a la cual se le da «una atención especial durante la formulación de su denuncia, utilizando una escucha activa, respetando sus tiempos y ofreciendo recursos especializados» y que después de una comprobación de la veracidad de los hechos mediante las correspondientes diligencias de investigación se procederá contra el acusado dando siempre cuenta de ello a la autoridad judicial. 

Pero Errejón ya ha sido sentenciado.

Yolanda Díaz ha afirmado: «Nuestro compromiso contra el machismo y por una sociedad feminista es firme y sin excepciones» y referentes de toda la izquierda censuraron el comportamiento de Errejón y festejaron la dimisión. Mónica García expresaba: «Todo lo que estamos conociendo en las últimas horas es horroroso y demoledor», la ministra de Igualdad animaba la hoguera este viernes invitando «a las mujeres a que denuncien», «la vergüenza está por fin cambiando de bando» declaraba en éxtasis. Más Madrid incluso despedía a Loreto Arenillas, una diputada señalada por un supuesto encubrimiento de un caso de acoso de junio de 2023. Pero Arenillas de volea devolvió la acusación al acusar a Más Madrid de lanzar una “campaña de mentiras” y no permitirle dar una explicación. 

Las revoluciones son así de ingratas, siempre se devoran a sus propios hijos. 

Para los simples mortales, el debate interno es clave. ¿Debemos alegrarnos de que gente como Brieger o Errejón beban de su propio veneno? ¿Al hacerlo, no avalamos la sarta de mentiras, dogmas enfermos y retorcidos de los que todos somos víctimas? Según el viejo principio leninista: ¿Debemos ahorcarlos con la cuerda que ellos mismos proveyeron? Es bien humano regocijarse por la desgracia del hipócrita. La hipocresía moral de la izquierda es su piedra fundacional. Acumulan riquezas robadas mientras proscriben el capital. Sermonean con la alarma climática desde sus aviones de lujo. Son codiciosos, abusadores, lascivos, falsos, ignorantes, tramposos dando clases de austeridad, probidad, transparencia y honestidad. Los ejemplos son tantos, a lo largo de la historia y de la geografía, que el patrón parece evidente: presumen de lo que carecen, y legislan y gobiernan bajo ese principio rector.

Tal vez por eso es que no deberían ni legislar ni gobernar.

Ahora ya los engranajes institucionales están andando. Si Errejón secuestró, violó o golpeó a alguna de las personas que lo acusan, del mismo modo que si cometió otros delitos, ojalá dé con sus huesos en la cárcel. Nos alegraremos. Pero si va a ser juzgado con perspectiva de género, con leyes que equiparan la violación a cualquier mal comportamiento, desavenencia o desplante. Si va a ser juzgado de forma diferente por ser varón y si lo mismo por lo que se lo acusa no sería delito si lo hiciera una mujer. Si va a ser juzgado bajo la lógica dicotómica de opresores y oprimidos en la que «todo es violación» y «sólo sí es sí». Si lo van a acusar con la arbitrariedad que él mismo fabricó para su repugnante narrativa woke en la que ser varón es delito de lesa humanidad, entonces no nos alegremos. Porque tarde o temprano esa narrativa tocará a nuestra puerta.

Es humano, como plebe que somos, alegrarnos cuando las leyes hechas para someternos desguazan a los que están en la cúspide de la pirámide del régimen interseccional. ¿Cómo no esbozar una sonrisa?. Pero lo mejor sería abandonar la cobardía y desterrar para siempre cualquier vestigio de perspectiva de género del sistema judicial y de la vida en general. Así, en lugar de esta pequeña sonrisa culposa de hoy, tendríamos un festejo largo, justo y duradero. 

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