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MIENTRAS CHINA AUMENTA SU CAPACIDAD MILITAR

El adoctrinamiento ‘woke’ pone en riesgo la capacidad bélica de EEUU

El secretario de Defensa de EEUU, Lloyd Austin, y el secretario de Estado, Antony Blinken. Europa Press

«Get woke, go broke»: hazte woke y te arruinarás, un refrán moderno que hemos visto confirmado de nuevo en Estados Unidos en el caso de la cerveza Bud Light y su enloquecida ocurrencia de hacer de un ‘trans’ particularmente paródico, Dylan Mulveney, su imagen de marca, haciendo perder a la empresa muchos millones. Pero la máxima podría tener una variante más peligrosa para el Ejército de Estados Unidos: hazte woke y serás derrotado.

Desde luego, el Ejército de Estados Unidos está decidido a ser el más progresista del mundo, y no es menos cierto que este año ha dado la voz de alarma: no está cumpliendo los objetivos de reclutamiento, ni de lejos. Y a cualquiera con dos dedos de frente se le ocurre que hay una relación entre ambos fenómenos.

No es, desde luego, el único problema para llenar las filas. La economía está cercana al pleno empleo, lo que no hace que enrolarse en un Ejército especialmente activo resulte una opción atractiva. Además, los reclutadores advierten que los jóvenes estadounidenses están demasiado gordos y tienen, en general, unas condiciones físicas bastante mejorables para entrar en filas.

Pero el wokismo instilado con furia en el estamento militar quizá sea el factor más importante. Tradicionalmente, los reclutadores militares han tenido siempre su mejor caladero entre los jóvenes conservadores de pequeños pueblos del sur, a menudo con tradición familiar castrense, cristianos y atados a una concepción de la vida centrada en Dios y Patria. Es decir, la última persona que estaría dispuesta a morir a la sombra de la bandera arcoiris o a preguntar los pronombres de sus mandos.

El mes pasado, la secretaria del Ejército de Estados Unidos, Christine Wormuth, reconoció durante un debate en la Universidad George Washington que el Ejército no alcanzó su objetivo de reclutamiento el año pasado, quedándose corto en 15.000 hombres. Esta año tampoco lo van a conseguir, por lo que van a dedicar 1.200 millones de dólares más en la campaña de alistamiento.

No va a tener una solución fácil, porque el Gobierno ha convertido a las fuerzas armadas en un perfecto laboratorio para sus experimentos en ingeniería social. Así, el general Mark Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto, confiesa estar obsesionado por la «toxicidad» de la raza blanca, y es un decidido partidario de que se inculque la teoría racial crítica —la idea de que oprimir a los negros es la razón de ser de la fundación de Estados Unidos— a todas las tropas.

Cuando el secretario de Defensa, Lloyd Austin, asumió el cargo bajo la presidencia de Joe Biden ordenó abrir un periodo de sesenta días de concienciación en la lucha contra el «extremismo» y para alcanzar la equidad en todo el Ejército. Biden ya había anunciado una nueva política para que los reclutas transexuales puedan hormonarse y operarse a cargo del generoso contribuyente americano.

Y luego está el «cambio climático». El «cambio climático» es esencial para el Ejército de Estados Unidos, el ente corporativo más contaminante y que más combustibles fósiles gasta de todo el planeta. Es decir, que el Ejército más poderoso del mundo tiene como principales objetivos la igualdad, la lucha contra el racismo, la promoción de los infinitos géneros, la reducción de la huella de carbono y, finalmente y si queda tiempo, ganar guerras.

China, con la puesta vista en Taiwán y, en general, en recuperar el dominio sobre su hinterland, puede centrarse mientras en que su Ejército sea, sencillamente, letal.

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