Como candidata presidencial, Kamala Harris tiene mucho de grandioso experimento de marketing político; es coger a una persona sin talento y sin logros de ningún tipo, que lleva un cuarto de siglo en política sin provocar entusiasmo alguno ni aun entre los suyos, y convertirla en una estrella. Y eso, con la enorme potencia de las finanzas, la «cultura», los medios y la maquinaria política, como estamos viendo, se puede conseguir. Pero no puede durar.
Desde su súbita y confusa ascensión a la candidatura demócrata, Harris ha conseguido «brillar» sin decir una sola palabra de cuáles son sus logros o cuál sería su programa. No ha habido entrevistas, ni siquiera áulicas y amables, ni ruedas de prensa ni debates. Y una sola, minúscula, propuesta robada a Donald Trump: no gravar fiscalmente las propinas.
Pero ahora ha dado un paso más, que la sitúa en el campo de esa izquierda que ha arruinado país tras país en todo el mundo: el control de precios.
La medida tiene «venta», sobre todo en un momento de alta inflación. Harris propone la primera prohibición federal de la «especulación de precios corporativos en las industrias de alimentos y comestibles». «Hay una gran diferencia entre los precios justos en mercados competitivos y los precios excesivos no relacionados con los costos de hacer negocios», escribe la campaña de Harris en un comunicado, donde se añade: «Los estadounidenses pueden ver esa diferencia en sus facturas de comestibles».
La campaña de Harris anuncia que la vicepresidenta dará a conocer la nueva propuesta como parte de una plataforma de política económica más amplia. La propuesta garantizará que las empresas de alimentos no puedan «explotar» a los consumidores para aumentar las ganancias, según CBS News, citando a funcionarios de la campaña de Harris-Walz.
Harris también pedirá a la Comisión Federal de Comercio (FTC, por sus siglas en inglés) y a los fiscales estatales que examinen a las corporaciones que violan las reglas de fijación de precios. Se espera que sus comentarios se hagan eco de las acciones y la retórica de Biden, especialmente con su guerra contra las empresas de procesado de carne que, según él, son responsables del aumento de los precios de las hamburguesas en el supermercado.
Harris ignora la causa última de la inflación, que es la inflación monetaria impulsada por la creación de dinero de la Reserva Federal. Los datos de déficit presupuestario de julio revelan que la administración Biden gastó otros 574.000 millones de dólares en sólo un mes, con un déficit de 243.000 millones de dólares.