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Un apoyo nada casual para la producción armamentística

En EEUU crece el recelo hacia el interés de la Casa Blanca en impulsar la Guerra de Ucrania

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, en la segunda y última jornada de la Cumbre de la OTAN en Madrid. E. Parra. POOL / Europa Press

La Guerra en Ucrania ha supuesto un apoyo nada casual para la producción armamentística estadounidense, poniendo en marcha, una vez más, la maquinaria bélica de la todavía primera potencia mundial. Lejos queda la Pax Americana en un momento histórico en el que se extienden los malos augurios —entre ellos el del expresidente Donald Trump— sobre la posibilidad de una tercera guerra mundial protagonizada por Estados Unidos y Rusia sobre suelo europeo.

Pasado ya casi un año desde su estallido, la guerra no parece tocar a su fin en un futuro próximo; todo lo contrario, lejos de ello, continúa suscitando serias dudas sobre qué estrategia seguir. Aunque el apoyo y el envío de armas a Ucrania ha logrado imponerse como la postura dominante, cada vez son más los ciudadanos que se muestran recelosos con su alcance. Así lo demuestra una de las últimas encuestas del Pew Research, que pone de manifiesto la disconformidad de uno de cada cuatro estadounidenses con el grado y la proporción de la ayuda.

Sea como fuere, la Administración Biden se propone continuar e incluso incrementar el apoyo a Ucrania, hasta que, en palabras de Nancy Pelosi, «la batalla haya terminado». No se divisa un claro final a un conflicto que continúa siendo reavivado cada vez que la Casa Blanca decide enviar armamento. El pasado 31 de enero se alcanzó un nuevo escalafón con el anuncio del envío de tanques Abrams, un movimiento propiciado por el Canciller alemán, Olaf Schloz, y su negativa a continuar prestando asistencia militar a Ucrania si Estados Unidos no colabora al mismo nivel.

El efecto del envío de armas sobre la industria de defensa de los Estados Unidos es una cuestión que destacar. La proliferación armamentística ha suscitado que el valor de las acciones de las principales empresas y contratistas militares, entre ellas Northrop Grumman y Lockhead, de las que el gobierno es el cliente mayoritario —en el caso de Lockhead supone el 70% de sus ventas— se disparen un 35% por encima su precio habitual. El aumento de la compra de armas por Estados Unidos ha ido acompañado del correspondiente incremento presupuestario del Pentágono y de la partida militar nacional, que el pasado mes de diciembre alcanzaba los 858 mil millones de dólares y de la que, 800 millones iban destinados al apoyo a Ucrania. Sin embargo, los cambios a nivel público no sólo han sido presupuestarios, también legislativos, con ampliaciones de los plazos de los presupuestos del Departamento de Defensa o la aprobación de partidas extraordinarias.

Las carencias del Ejército estadounidense

Una observación más profunda de la situación pone en evidencia una realidad oculta a simple vista, y es que, el temor por el efecto del envío de armas sobre la seguridad nacional es cada vez más acuciante. El aumento de la producción ha puesto seriamente en riesgo la capacidad defensiva de los Estados Unidos, en tanto que ha aminorado el ritmo de abastecimiento al ejército si un nuevo frente se abriese. La Guerra de Ucrania ha expuesto múltiples deficiencias, como apuntaba recientemente uno de los asesores de seguridad nacional del presidente Biden, Jake Sullivan. Tanto es así, que, de acuerdo con los datos proporcionado por el director de Rytheon —uno de los principales contratistas militares—, en el transcurso de 10 meses se han agotado por completo las reservas de mísiles Stinger producidas en los últimos seis años.

Éste y otros argumentos han sido utilizados por los republicanos como baza contra el aumento del gasto destinado a enviar apoyo a Ucrania. Aunque divididos por el grado de su postura, la bancada republicana ha criticado mayoritariamente el derroche y la carga que supondrá para los contribuyentes estadounidenses, previniendo al mismo tiempo sobre la gravedad de alentar el conflicto, que podría desatar una tercera guerra mundial. Algunos congresistas republicanos como Marjorie Taylor Greene han advertido que no permitirán que «un solo centavo más sea destinado a Ucrania» mientras ostenten la mayoría en la Cámara de Representantes. En cualquier caso, al tiempo que se oponen a ampliar el envío de ayuda, han criticado la dilación en la decisión de enviar cierto tipo de armamento, como hizo recientemente el republicano Tom Cotton con respecto al envío de tanques.

La alusión al conflicto como una proxy war (guerra de delegación) por miembros de la Administración Biden ha hecho crecer el escepticismo sobre las verdaderas intenciones de Biden respecto a Ucrania. Unas intenciones que parecen estar enraizadas en el rencor de los demócratas contra Rusia, a la que consideran estar detrás de la victoria de Trump en 2016. Nada más lejos de la realidad, como quedó demostrado en el fallido impeachment acometido a raíz de tal acusación.

Sí ha quedado expuesta, por el contrario, la utilización de Ucrania por el Partido Demócrata como cabeza de turco para luchar contra Rusia. Así lo manifestó Adam Schiff, uno de los congresistas que lideraron el impeachment contra Trump. En palabras del propio Schiff, «Estados Unidos ayuda a Ucrania y a su pueblo para poder luchar contra Rusia allí, y no tener que luchar contra Rusia aquí». Declaraciones que chocan con el discurso adoptado recientemente por Biden, que se asemeja más al clásico alegato al estilo del «pagar cualquier precio, soportar cualquier carga» de John F. Kennedy sobre la responsabilidad de Estados Unidos en la defensa de la libertad y la democracia en otras partes del mundo. En esta línea, posiblemente como una manera de revestir el efecto adverso del envío de armas, uno de los últimos discursos de Biden sobre Ucrania contenía alusiones grandilocuentes como la siguiente: «Dios proteja a los valientes defensores ucranianos que mantienen encendida la llama de la libertad con la misma intensidad que nosotros».

El recelo de Rusia

Los fallos de liderazgo de Biden, su aparente debilidad en los meses previos al inicio de la guerra, así como el acercamiento de Ucrania a la OTAN, promovido por su Gobierno, no ha hecho más que alimentar la suspicacia y el recelo de Rusia, logrando confirmar la amenaza a su cinturón de seguridad, conformado por Ucrania y otras exrepúblicas soviéticas. La susceptibilidad rusa ha conducido a analistas de la talla de John Mearsheimer a sugerir una acción similar a la adoptada en 2008 en Georgia tras la invasión rusa de Osetia del sur, es decir, una postura pragmática basada en la inacción preventiva.

La intermediación a favor de la paz, por la que aboga el primer ministro húngaro Viktor Orbán casi en solitario, se presenta como el camino más pragmático y la actitud más prudente ante un potencial conflicto nuclear. Así lo han manifestado tanto los republicanos como un grupo de demócratas que, hace tan sólo unas semanas, reclamaba la activación de un mecanismo diplomático para resolver el conflicto en una carta pública dirigida a Biden.

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