No recuerdo qué autor clásico hacía notar que el buen gobernante fía su seguridad personal en su propio pueblo, mientras que el tirano prefiere confiarla a mercenarios extranjeros, porque sus verdaderos enemigos están entre sus compatriotas. Y la Administración demócrata parece subrayar esta diferencia en casi cada detalle de su política, desde el desprecio por su propia frontera al desdén por los damnificados del derrame tóxico de East Palestine.
Que en el mismo Día del Presidente (día de fiesta en Estados Unidos) Biden se haya ausentado para visitar Kiev y ponerse a disposición de Zelenski, prometiéndole incluso pagar las pensiones de los ucranianos no ha sentado nada bien en Ohio, donde el descarrilamiento de un tren con sustancias altamente tóxicas ha provocado el mayor accidente medioambiental de la historia del país.
El alcalde de East Palestine, la localidad donde se produjo un accidente que tendrá consecuencias imprevisibles sobre la salud de los habitantes de la zona en décadas por venir, Trent Conaway, ha llamado la atención sobre las extrañas prioridades del presidente en declaraciones a la cadena Fox.
Trent calificó la inesperada visita a Kiev de Biden como «una bofetada» a sus paisanos. Que el presidente haga llover millones de dólares en Ucrania mientras ignora el envenamiento del aire en East Palestine, dice Conaway, «revela que no le importamos».
Por ahora negocian con Norfolk Southern, la empresa de transporte participada por el fondo Blackstone que llevaba el material tóxico, que les ha prometido ocuparse de algunos gastos derivados del accidente. Pero lo que ha llamado la atención de los observadores ha sido el relativo silencio de los grandes medios de comunicación cercanos a la Administración demócrata (casi todos los grandes) y, sobre todo, la inacción flagrante ante el daño.