Es el número uno, a distancia del siguiente, sin discusión posible. Al menos, en su ambiente, con los suyos, como ha demostrado durante la convención de la CPAC, la Conferencia Política de Acción Conservadora, de donde salen los líderes del Partido Republicano y sus futuros candidatos.
Trump llegó, habló y venció con un discurso que los comentaristas califican ya de hito en su carrera. Ofreció optimismo, propuso nuevas ideas, evocó un tentador panorama de futuro para Estados Unidos, pero el momento crucial, el que dio la frase para recordar e inspirar a sus seguidores, fue cuando pronunció las palabras: «Yo soy vuestra venganza» (I am your retribution).
«Soy vuestro guerrero», dijo. «Soy vuestra justicia, y para aquellos que han cometido injusticias contra vosotros y os han traicionado, soy vuestra venganza. Aniquilaré por completo el Estado Profundo».
Eso es exactamente lo que el votante conservador desea oír, tan alejado de los selling points tradicionales del Partido Republicano como se pueda desear. Ya no es «un gobierno pequeño», ni una mera bajada de impuestos; ni siquiera basta ya detener la invasión en la frontera sur: el conservador norteamericano, sometido a una ofensiva sin precedentes del estamento woke en el poder, ahora quiere venganza. No reformas aquí y allá, no medidas parciales, sino que todo esto se dé la vuelta. Victoria, retribución.
Todo a lo grande, kingsize, a la medida de Estados Unidos. No meramente controlar la frontera, sino la deportación masiva de ilegales: «Bajo mi liderazgo, emplearemos todos los recursos estatales, locales, federales y militares necesarios para llevar a cabo la mayor operación de deportación nacional en la historia de Estados Unidos. Los cogeremos, los echaremos de nuestro país y no habrá preguntas«.
Y si Trump no ha parado todo este tiempo de denunciar lo que ha denominado fraude electoral con todas las letras, ya le ha llegado la hora de dejar de llorar sobre la leche derramada. ¿Que el método conocido como «cosecha de votos» es un truco antidemocrático y abusivo que contribuyó a la victoria demócrata? Pues mientras exista, los republicanos se convertirán en maestros del procedimiento y punto. Después de todo, no tiene sentido pelear siguiendo las normas del Marqués de Queensbury cuando tu rival emplea métodos de lucha en el barro: «Hasta que podamos eliminar la cosecha de votos, seremos maestros en la cosecha de votos». Ya llegará el momento, cuando se alcance el poder, de volver a los votos presenciales en papel, contados uno a uno.
Tuvo momentos que sólo pueden calificarse como simbólicos, como cuando casi se puso lírico hablando de arquitectura, abogando por un regreso al modelo clásico en los edificios oficiales y en las políticas urbanísticas: «Nos desharemos de los edificios feos y volveremos al estilo clásico de la Civilización Occidental». Porque de eso se trata: de recuperar la civilización occidental, vilipendiada y herida de muerte por el estamento globalista que predica el autoodio.
No hizo la mínima concesión al sentimentalismo woke, y es que nadie sabe «leer» a su electorado como Trump. Basta de ceder, de componendas, de medias tintas; de lo que ha sido, en fin, la historia de la derechita oficial de posguerra, en Estados Unidos y en todo Occidente. «Teníamos un Partido Republicano dirigido por frikis, neocones, globalistas, fanáticos de las fronteras abiertas e idiotas, pero nunca volveremos a ser el partido de Paul Ryan, Karl Rove, y Jeb Bush».
En la encuesta instantánea posterior al discurso, recibido con un entusiasmo que se podía tocar, la distancia entre Trump y su más directo rival para la nominación republicana, el gobernador de Florida Ron DeSantis, que, sin embargo, no ha expresado su intención de entrar en liza, fue considerable: 60% frente a 20% (20% el resto).