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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La crisis del 'Aquarius' evidencia la nueva división política en Europa

El ministro del Interior, Matteo Salvini

En Europa, ya no se trata tanto de liberalismo o socialdemocracia como de mundialismo o soberanismo; ya no se trata tanto de progresismo o conservadurismo como de ‘sistema’ o ‘reacción’


La tradicional dicotomía política izquierda-derecha saltó por los aires hace años. Liberales y socialdemócratas están de acuerdo en lo fundamental y orientan su acción al mismo fin: el fortalecimiento de las entidades supranacionales en detrimento del Estado-Nación y la progresiva construcción de un mercado mundial, con unos consumidores de gustos, predilecciones y principios morales (basados en el sincretismo) homogéneos.
En consecuencia, el nuevo tablero político enfrenta en Occidente a quienes anhelan la consumación del proyecto liberal-socialdemócrata (ya expuesto grosso modo), y a quienes desean preservar el Estado-Nación, las comunidades naturales y una economía al servicio del hombre. En Europa, ya no se trata tanto de liberalismo o socialdemocracia como de mundialismo o soberanismo; ya no se trata tanto de progresismo o conservadurismo como de ‘sistema’ o ‘reacción’.
Aunque la existencia de esta nueva división ya era obvia hace unos años, la crisis del Aquarius y las feroces críticas que ha recibido el Gobierno italiano por su gestión la evidencian un poco más. Así, mientras las élites políticas y mediáticas globales han arremetido – con saña – contra el Ejecutivo transalpino, los cada vez más numerosos políticos soberanistas europeos han salido jubilosos en su defensa.

Salvini y Macron

En este sentido, el prócer del globalismo, Emmanuel Macron, acusaba este martes en un comunicado al Gobierno de Giuseppe Conte de ‘cinismo’ e ‘irresponsabilidad’, arguyendo que Francia sí habría acogido a los migrantes.
Ello suscitó la inmediata reacción del Ejecutivo italiano, a través de sus dos vicepresidentes. Por un lado, Luigi di Maio, vicepresidente y ministro de Trabajo, aseguró que ‘su país no acepta lecciones y de Francia’; y, por otro lado, Matteo Salvini, vicepresidente y ministro del Interior, reafirmó su disposición de anteponer los intereses de los italianos a cualquier otra consideración: ‘Primero los italianos’, aseveró el líder de Liga Norte.
El enfrentamiento entre ambos Estados no se ha constreñido al plano declarativo, sino que se ha extendido al de los hechos. No en vano, el ministro de Exteriores transalpino, Enzo Moavero Milanesi, ha convocado este martes al embajador galo en Roma, Christian Masset, para expresar la disconformidad de su Gobierno con las desleales declaraciones de Macron.

Dos bloques diferenciados

Como ya se ha sugerido, la Europa hodierna se halla dividida en dos bloques en lo que a la cuestión migratoria se refiere: uno, acaudillado por Macron y Merkel, proclive a la llegada masiva de inmigrantes al Viejo Continente; y otro, encabezado por Orbán, Salvini y Kurz, reacio a que los flujos migratorios masivos erosionen el ethos propiamente europeo.
En este primer grupo encontramos, por supuesto, a España, el irreprochable escudero de Francia y Alemania. El recién constituido de Pedro Sánchez – pero también antes el de Mariano Rajoy, quien dijo no creer en las fronteras – ha manifestado su disposición de acoger a cuantos inmigrantes sea necesario en años futuros.
En el otro frente hallamos, además de a la Italia de Salvini y a la Austria de Kurz, al Grupo de Visegrado. Así, integrado por Hungría, Polonia, Eslovaquia y República Checa, ha reivindicado en ingentes ocasiones la necesidad de que la Unión Europea respete la soberanía nacional y las fronteras. En este sentido, el primer ministro austríaco, Sebastian Kurz, ha llamado esta semana a la constitución de un ‘eje’ de países ‘dispuestos’ a ‘combatir la inmigración ilegal’.
En unas declaraciones pronunciadas hace meses, Orbán sintetizó bien la esencia de la postura común de los soberanistas europeos: ‘Las fronteras exteriores deben ser defendidas, y los inmigrantes deben ser mantenidos fuera de Europa’.
A grandes rasgos, los partidos soberanistas coinciden en señalar tres efectos perniciosos de la inmigración masiva: perjudica a la clase trabajadora europea, a la que obliga a competir con personas con menores exigencias salariales; daña aún más el ethos europeo (ya languideciente por la acción de las élites políticas y mediáticas del continente); y menoscaba la seguridad de los países europeos, como han demostrado los recurrentes atentados yihadistas perpetrados en los últimos meses.
Hace unos años, nadie dudaba que el proyecto mundialista acabaría neutralizando los conatos de rebeldía soberanista. No obstante, lo cierto es que estos conatos, lejos de ser sofocados, van adquiriendo vigor, y una mecha de esperanza prende entre los pueblos europeos que no se resignan a morir.

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