La miseria económica en la eurozona ya se refleja en los datos: el principal indicador adelantado de la confianza empresarial, el Índice de Gerentes de Compras (PMI), confirma la contracción de la actividad. El PMI del sector de la construcción cayó a 45,6 en mayo y el manufacturero apenas alcanzó 49,5 en junio. En ambos casos, valores por debajo de 50 evidencian que la economía sigue encogiéndose.
Las consecuencias son visibles en toda Europa. La industria retira su capital y lo invierte fuera de la Unión Europea, dejando tras de sí un páramo que recuerda al Cinturón Industrial estadounidense: desempleo al alza, deterioro social y mayor presión migratoria por la llegada incontrolada de población en situación de pobreza.
Detrás de este éxodo industrial se encuentra la obsesión ideológica de Bruselas por imponer objetivos climáticos cada vez más irreales. Con un arsenal de regulaciones y el destructivo sistema de comercio de emisiones de CO₂, la Comisión Europea sigue adelante con su meta de una eurozona «neutral en carbono» para 2050, y con el objetivo intermedio de recortar las emisiones un 90% para 2040 respecto a 1990.
El resultado es previsible: la economía emitirá menos CO₂ no por innovación, sino por desindustrialización. Alemania, por ejemplo, despilfarra entre 30.000 y 90.000 millones de euros al año en inversiones directas para sostener una política cada vez más alejada de la realidad, guiada por una ideología que desprecia la crítica constructiva.
Las advertencias del empresariado parecen llegar a Bruselas, pero nadie en la Comisión comprende la gravedad del problema. Según un borrador citado por Frankfurter Allgemeine Zeitung, la Comisión contempla que, a partir de 2036, los Estados miembros puedan compensar hasta un 3% de sus objetivos climáticos invirtiendo en proyectos de «protección de alta calidad» en terceros países, certificados por la ONU. Es decir: la eurozona podría invertir en reforestación o energías renovables en el extranjero —por ejemplo, como parte de la «ayuda al desarrollo»— y contar esas acciones como reducción de emisiones propias.
La Comisión dice querer «aliviar la presión» sobre la economía europea suavizando levemente su estrategia. Pero ni los burócratas en Bruselas saben explicar cómo invertir en plantaciones en zonas subtropicales o en ciclovías en Paraguay ayudará a mantener el empleo industrial en Alemania o Francia.