Nunca fue un plan muy eficaz el de pagar a un país africano, Ruanda, para que acogiera a los inmigrantes subsaharianos que llegaban a Gran Bretaña. Tampoco trajo, en general, demasiado alivio en la invasión que sufre el país, pero al menos enviaba cierta señal en la dirección correcta por parte del Gobierno británico.
Pero hasta eso se acabó con la llegada del nuevo Gobierno laborista de Keir Starmer, al que le ha faltado tiempo para echar el plan a la basura el primer día en Downing Street.
Concedido: el Plan Ruanda fue un desastre desde su misma concepción y Starmer ya había anunciado que pensaba acabar con él como primera providencia. Introducido por Boris Johnson y mantenido por Liz Truss y Rishi Sunak, tenía todas las trazas de un plan puramente demagógico y carísimo, y de hecho no se deportó a un sólo inmigrante ilegal de acuerdo a este programa a pesar de haberle costado al contribuyente británico 270 millones de libras.
Pero si los conservadores fueron desastrosamente negligentes con la inmigración, todo el mundo da por hecho que los laboristas no se tomarán el menor esfuerzo por detener la avalancha, pese a las prescriptivas declaraciones de la nueva ministra del Interior, Yvette Cooper, sobre la necesidad de «fronteras seguras».
El año empezó para Gran Bretaña con un desembarco récord de más de 5.000 inmigrantes en sólo los tres primeros meses del año, el primer trimestre de mayor actividad en cruces registrado.