Ni el hielo polar se libra de la histeria identitaria. El British Antarctic Survey (BAS), organismo que gestiona las bases británicas en la Antártida, ha publicado una guía de «inclusividad» que acusa de «racismo» a quienes creen que el mérito y la competencia deberían ser los criterios para acceder a un puesto de trabajo.
Decir que «la persona más cualificada debe conseguir el empleo» o que «todos pueden triunfar si se esfuerzan» ahora es considerado una «microagresión racial». Según el BAS, estas frases forman parte del «mito de la meritocracia«, un supuesto relato opresor que niega que la raza influya en el éxito en la vida.
La guía sostiene que quienes creen en la meritocracia lanzan el mensaje de que «las personas de color son vagas o incompetentes» o que «reciben beneficios injustos por su raza». En otras palabras: no se puede creer que el esfuerzo tenga valor sin ser tildado de racista. El delirio es tal que incluso advertir de que «sólo hay una raza, la humana», o defender que «todas las vidas importan», es considerado un intento de «borrar la experiencia racial» de las minorías.
Lo que antaño era sentido común, hoy es etiquetado como discurso de odio. En un apartado de la guía el BAS también exige a sus empleados «ser conscientes de su privilegio y poder» y reconocer «los sesgos culturales y las historias coloniales» que, según su visión, explican las dinámicas de trabajo entre científicos. La meritocracia, el profesionalismo y la objetividad han sido sustituidos por la penitencia woke.
La obsesión identitaria alcanza niveles caricaturescos en el apartado de orientaciones sexuales. Además de las ya conocidas etiquetas, el BAS introduce términos como «demisexual» —alguien que sólo siente atracción sexual si existe un fuerte vínculo emocional— o «alosexual» —persona que sí siente atracción sexual, es decir, el 99 % de la humanidad—. Todo, por supuesto, acompañado del dogma de que el sexo no es biológico, sino «asignado al nacer».
Desde el propio BAS afirman que su intención es crear «una comunidad inclusiva» y «un entorno seguro para todos«. Pero lo cierto es que este manual no fomenta ni la igualdad ni el respeto, sino la censura, el victimismo y el adoctrinamiento ideológico en nombre de una falsa diversidad impuesta desde arriba.
Lo que los críticos con el BAS consideran más grave no es que estas ideas se difundan desde un grupúsculo activista, sino que ahora son política oficial dentro de un organismo estatal del Reino Unido.