«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El yihadismo despierta (otra vez) a Europa

La yihad amenaza a la Unión Europea
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El atentado en Trèbes demuestra que los sistemas actuales de seguridad no son efectivos y que la preocupación ciudadana por el terrorismo se ha derrumbado.


El enésimo ataque terrorista en suelo europeo ha puesto en evidencia dos (preocupantes) tendencias: los sistemas de seguridad no son efectivos para hacer frente a este amenaza y los ciudadanos se han terminado por acostumbrar a la violencia en nombre de Alá. Motivos no les faltan, pues los yihadistas han atacado el Viejo Continente en innumerables ocasiones en los últimos años ante la inoperancia de las autoridades.
Radouane Ladkin, el yihadista que el pasado viernes asesinó a cuatro personas en el sur de Francia, estaba bajo un «seguimiento» efectivo en el momento en que perpetró los atentados. El fiscal de París, François Molins, aseguró que el yihadista no había dado «señales precursoras de su paso a la acción ni intenciones de viajar a Irak o Siria».
El terrorista figuraba desde 2014 en el llamado «Fichero S», de personas susceptibles de representar un peligro para la seguridad del Estado, y desde noviembre de 2015 había sido incluido dentro del Fichero de Señalamientos para la Prevención de la Radicalización Terrorista (FSPRT) por sus vínculos salafistas.
«El registro en su casa permitió descubrir notas que hacen pensar en el testamento de alguien que ha jurado lealtad al Estado Islámico y que se dice listo para morir por esa organización terrorista», agregó.
Lakdim, nacido en 1992 en Marruecos y nacionalizado francés desde 2004, estaba citado para el próximo 23 de abril en el Tribunal Correccional de Carcasona (sur) por posesión de arma blanca y por conducir sin permiso.

El nuevo sistema francés

La nueva realidad que vive Francia obligó a Emmanuel Macron, que durante la campaña culpó a los franceses de los atentados, a preparar un ambicioso plan antiterrorista cuyo objetivo principal es terminar con la oleada de ataques en suelo francés. El primer fin de semana de octubre, un islamista armado con un cuchillo asesinó  dos jóvenes estudiantes en la estación central de ferrocarril de Marsella (Francia) al grito de “Alá es grande”.
El Parlamento francés aprobó a comienzos de octubre la nueva ley que incorpora al derecho ordinario varias medidas excepcionales para el combate contra el terrorismo que figuran en el actual estado de emergencia.
La norma entró en vigor el 1 de noviembre, cuando concluyó el estado de emergencia que está vigente desde noviembre de 2015, activado por el recrudecimiento de la oleada de atentados yihadistas en Francia. La nueva ley traspone al derecho ordinario medidas excepcionales contra el terrorismo, como el cierre de los centros religiosos en los que se profieran discursos que hagan apología de la violencia y facilitar los registros y controles a sospechosos de terrorismo.
Los prefectos (delegados del Gobierno) están habilitados para clausurar centros religiosos desde los que se profieran discursos que “inciten a la comisión de actos terroristas”. El ministro precisó que actualmente hay once clausurados.
Al igual que durante el estado de emergencia, el Gobierno puede limitar los movimientos de personas que se considere que tienen vínculos con organizaciones terroristas, una medida que afecta en la actualidad a 41 personas.
Igualmente seguen vigentes los registros administrativos de domicilios, aunque están sometidos a autorización previa por la autoridad judicial, que también pueden ejercer un control sobre el tratamiento de los elementos que se requisen.

Acostumbrados al terror

El alcalde de Londres, Sadiq Khan, pidió a los ciudadanos europeos que se “acostumbraran” a los ataques islamistas porque era algo “inevitable en las grandes ciudades”. Más allá de lo desafortunado de sus declaraciones -pues el laborista admitió que no estaban en condiciones de luchar contra el yihadismo-, sí parece que acertó en su diagnóstico: el terrorismo se ha convertido en rutina para los europeos.
Tras los atentados de Charlie Hebdo y Bataclan, los ciudadanos se volcaron con los afectados y las marchas se repitieron por todo el país. Europa trazó entonces su estrategia contra el islamismo: encender velas, recordar a las víctimas y cantar, en este caso, el Imagine de John Lennon, que reclamaba un mundo sin fronteras. Semanas después, los investigadores determinaron que los autores de la masacre se habían aprovechado de las lindezas del espacio Schengen para viajar por Europa con total impunidad.
Los ataques en Bruselas, Niza o Berlín tuvieron una reacción similar por parte de las autoridades, pero la opinión pública fue perdiendo interés por ellos. Esta realidad se constató tras los atentados en el Puente de Westminster, Manchester y el Puente de Londres. La multitud desapareció de las marchas ciudadanas y ni siquiera en las redes sociales se vivió un clima de repulsa a la altura de los hechos.
El terrorismo islámico ha desaparecido de la primera plana mediática pese a que su amenaza es más evidente que nunca. El informe del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo sostiene que la pérdida de los territorios controlados por el Estado Islámico en Siria e Irak y el consecuente retorno de combatientes “podría suponer un nuevo incentivo para tratar de seguir promoviendo la comisión de nuevos atentados en Europa”.
El documento alerta de que Europa “continúa incubando vocaciones yihadistas” y constata que “la radicalización es un fenómeno complejo, de muy difícil prevención, especialmente en ciertas áreas urbanas donde se mezclan condiciones de marginalidad, criminalidad e impunidad”.
Añade que el Viejo Continente es “el corazón histórico de Occidente y para los yihadistas es esencial continuar presentándose como los vengadores de agravios e injusticias que atribuyen a los ‘cruzados’”.

Semilleros islamistas

Generaciones completas de europeos han vivido bajo el paraguas de la UE. La creación del espacio comunitario ha sido siempre uno de los grandes logros esgrimidos desde Bruselas hasta que sus numerosas fallas se convirtieron en evidentes a ojos de lo opinión pública. El espacio Schengen, que elimina los controles en los pasos fronterizos, retiró una competencia clave del Estado y permitió la entrada de centenares de terroristas listos para atentar procedentes de Siria e Irak.
La llegada de islamistas procedentes de Europa acrecentó un fenómeno que se lleva gestando durante años gracias a la connivencia de las autoridades: la creación de barrios donde los imanes radicales han tomado el poder, la sharia se ha ido implantando y las Fuerzas de Seguridad tienen restringida su entrada. París, Londres o Bruselas son algunos de los ejemplos más evidentes.
Los ciudadanos, que sí se posicionaron en contra de estas zonas y denunciaron lo que allí ocurría, ahora guardan silencio. No obstante, los terroristas de París y Bruselas habían residido y habían sido radicalizados en Molenbeek, el barrio islámico más famoso de Europa y en el que son los propios vecinos los que aseguran que están dispuestos a vivir bajo la sharia.
Los ataques en Reino Unido han sido perpetrados por terroristas procedentes de zonas deprimidas del país y barrios musulmanes donde los imanes radicales se han hecho con el control. Hace unos meses, el Servicio de Seguridad (MI5) ya se declaró “incapaz” de controlar a las decenas de células terroristas activas en el país, pero la amenaza ha ido en aumento. Según una información del periódico The Times, 23.000 islamistas han sido identificados por los servicios de inteligencia como posibles terroristas, pero sólo 3.000 son vigilados a diario.
Cabe recordar que los autores de las masacres en Londres y Manchester estaban en el primer fichero, pero los responsables del MI5 consideraron que no representaban suficiente amenaza. En el caso de Salman Abedi el despropósito fue aún mayor, pues las autoridades británicas conocían sus viajes a Siria para entrar en contacto con miembros del Estado Islámico.
La reacción de la opinión pública fue tibia y los grandes medios, que tan raudos acuden a denunciar otro tipo de situaciones, han guardado un conveniente silencio ante la imposibilidad de los países europeos para controlar la situación. El temor a ser tachado de islamófobo hace que -una vez más- muchos callen en un momento crucial para el futuro de Europa.
Ya ocurrió en Suecia durante la oleada de abusos y agresiones. El testimonio de una joven sueca, que aceptó hablar para el Daily Mail, muestra lo que las autoridades del país han tratado de ocultar. “Vivo muy cerca de la ‘no-go zone’ y cada vez que vuelvo del trabajo tengo que evitar grupos de delincuentes que tratan de robarme”, explicó Lucy, que siempre porta un aerosol de seguridad por “miedo a sufrir” abusos sexuales.

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