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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Europa consulta a sus ciudadanos

Imagen del Parlamento de la UE

Conscientes de que la Unión Europea atraviesa por el peor momento de su historia (es difícil valorar de otro modo la crisis política interna, los problemas de la emigración, el Brexit, la política exterior…) y de que la desafección ciudadana alcanza cotas desconocidas, la UE ha lanzado una iniciativa para que los europeos participen en la creación del futuro de esta a través de la web.


La iniciativa no parece, empero, estar despertando un entusiasmo que podamos calificar de indescriptible.
Entre tanto, hace apenas una semana se ha celebrado el Día de Europa, que ha pasado con más pena que gloria. Europa – la Europa comunitaria – no parece despertar adhesiones inquebrantables, y las fuerzas políticas que se oponen a las élites que la dirigen ganan cada día más terreno.

9 de mayo, Día de Europa.

Cada 9 de mayo se celebra el Día de Europa, conmemorando el fin de la Segunda Guerra Mundial. La fecha es importante en el conjunto de Europa, por lo que representa: el comienzo de la paz tras casi seis años de terrible conflagración. La celebración del 9 de mayo, sin embargo, soslaya el que Europa quedó dividida durante cuatro décadas en dos mitades, una de las cuales en manos de otro totalitarismo letal, el soviético.
Si la fecha ha de conmemorar un acontecimiento que verdaderamente suponga algo sustancial en el camino de Europa hacia su unidad, quizá debiera ser la de la caída del Muro de Berlín. No puede, sin embargo, sorprender que eso no sea así por cuanto las mismas autoridades de la Unión que se han negado a reconocer la matriz cristiana de Europa, celebran el doscientos aniversario de la muerte de Karl Marx. Que la importancia de este para Europa (y para el mundo) no puede ser objeto de debate resulta obvio, pero mucho menos debiera serlo lo anterior. 

En el origen

La idea de la unión de los países europeos, tal y como ha llegado a nuestros días, arrancó precisamente de la necesidad de evitar futuros conflictos en un continente prolijo en ellos desde el comienzo de los tiempos.
Pero también era una necesidad económica. Los vencedores de la guerra, en definitiva dos imperios extraeuropeos – los Estados Unidos y la Unión Soviética -, más otro imperio que también lo era – el británico, aunque arruinado -, constituían poderosas economías que dominaban el mundo y, previsiblemente, lo seguirían dominando en el futuro. La creación de un espacio económico único en Europa se hacía ineludible.
Ese espacio aunó las economías alemana y francesa, construyendo una identidad de intereses que bloquease la enemistad entre ellos. A los que se sumó otro gran país, como Italia, y tres desarrolladas pero pequeñas naciones como Holanda, Luxemburgo y Bélgica. El bloque pronto comenzó a funcionar de modo envidiable, y se convirtió en un club atractivo.

Atractivo pero con reparos

Pero los europeos nunca fueron demasiado entusiastas de la construcción de esa Europa. Preocupados al principio por la reconstrucción de sus países tras la devastación bélica, se acostumbraron a la idea del mercado único, pero siempre en el entendimiento de la preservación de su soberanía.
Con esa preocupación, algunos señalados Estados europeos quedaron voluntariamente fuera de la unión (de lo que, acertada y significativamente, se conocía como el «Mercado Común»), como fueron los casos de Suiza y de Noruega. Otros se sumaron con un más bien escaso entusiasmo que el Brexit no ha hecho más que refrendar. Incluso un beneficiario de la unión como era Francia defendió siempre la idea de construir una «Europa de las patrias», en la que las cesiones de soberanía deberían ser las imprescindibles. O menos que las imprescindibles.

Una Europa de espaldas a los ciudadanos

La llamada construcción europea se ha hecho de espaldas a los ciudadanos. Las principales decisiones no se han consultado y, cuando se ha hecho, el resultado no ha sido el esperado: desde el principio, la construcción europea fue un asunto de las élites.
Los referéndum para aprobar la Constitución europea supusieron un rotundo fracaso, y hubo que retirar el proyecto; la respuesta de las élites al fracaso fue burlar la democracia haciendo aprobar por vía parlamentaria el Tratado de Lisboa, un texto muy similar al constitucional rechazado en Francia y Holanda.
Algo parecido puede estar pasando con respecto al Brexit. Apoyado por los británicos en referéndum, las negociaciones para concretarlo se están prolongando y, en el peor de los casos, parece que la relación que unirá al Reino Unido con la Unión Europea no será muy distinta de la anterior, sobre todo teniendo en cuenta que Londres estaba fuera de la eurozona.

Creciente rechazo

Las cifras de apoyo a la Unión varían considerablemente en función del país de que se trate. En su conjunto, solo un significativo 55% de los europeos se sienten ciudadanos de la UE (por un 71% de los españoles), mientras que el 92% lo hacen con respecto a su propio país (en España el 84%). Es decir, que las lealtades a la propia nación están mucho más extendidas que el sentido de pertenencia a la UE.
Curiosamente, aunque los españoles tienen unas expectativas de futuro peores que el conjunto de los ciudadanos europeos, su confianza en que la situación terminará por arreglarse desde la propia Unión Europea es mayor, lo que mide su europeísmo: por término medio, el europeísmo aumenta según descendemos en el mapa, mientras los países del norte se muestran más y más escépticos.
Por eso, el 76% de los jóvenes europeos ven la Unión Europea como un club económico, y no como una comunidad de valores, por lo que en principio están poco dispuestos a consentir las cesiones de soberanía. Este dato ha sido calificado de preocupante por la Fundación Tui, para cuyo portavoz «la fuerza cohesionadora de Europa basada en sus valores se ha dado por supuesta durante mucho tiempo, pero esta obviedad no es tal».
Los españoles son, de nuevo, quienes se muestran más partidarios de la moneda única – nadie les ha explicado el papel que ha jugado en la crisis el carecer de soberanía monetaria -, pero los países que mantienen su moneda no muestran ningún deseo de perderla.
Igual sucede con la deseo de mantenerse en la UE: España es la primera y Grecia la última. En el país heleno, solo el 52% es favorable. Obviamente, el caso griego es singular por lo padecido porn sus ciudadanos a manosde su casta política y de las políticas europeas. En Grecia ha habido debate acerca de estas; en España, no.
Es posible que esta situación no se mantenga mucho tiempo en España por cuanto nuestra país ha dejado de ser beneficiario de los fondos de la UE y ha pasado a ser contribuyente neto. Las optimistas perspectivas de futuro pueden desvanecerse con rapidez; si surge una fuerza política que cuestione el papel que España desempeña en Europa, y el que Europa desempeña en España, el caudal de optimismo bien puede secarse en poco tiempo.

¿Votar? ¿para qué?

La convocatoria llamando a la participación a través de la web quiere proyectar una idea democrática sobre el proyecto europeo. Una forma de hacer también responsable a la población de la deriva de la UE, algo de lo que está muy necesitada la élite bruselense.
Esa construcción a espaldas de la voluntad popular tiene poco que ver con lo que los padres fundadores quisieron para el continente, erigida por unas élites que, como ha reconocido Javier Solana, han hecho de Europa el laboratorio de un gobierno mundial.
Esa transformación pasa por la destrucción de las soberanías nacionales, lo que implica la negación de las identidades de los pueblos de Europa sin que, a cambio, surja una identidad propia: porque tal destrucción se opera no para construir una Europa soberana, sino para construir una Europa concebida como una pieza más del engranaje del designio globalista.
El europeo de hoy no ignora esas cesiones de soberanía, que han conducido a que las instituciones que deciden las políticas básicas para su vida y su nación sean las comunitarias.
La baja participación, sin embargo, en las elecciones europeas, parecería apuntar lo contrario. Pues los comicios al Parlamento europeo suelen utilizarse para castigar al gobierno en una medida que no se produce en el caso de elecciones nacionales. Pero esa baja participación y ese carácter experimental de las elecciones europeas no significa que los europeos ignoren que es en Europa donde se decide su futuro, sino más bien de la convicción, o de la sospecha, de que la construcción europea tiene poco que ver con ellos.
Es poco probable que la web de la UE modifique, mediante una votación on.line, esa visión del comportamiento esencialmente antidemocrático de las instituciones comunitarias.

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