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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Francia permite que un investigado por islamismo se convierta en policía

Las grietas del sistema de vigilancia en Francia son más evidentes que nunca. Los servicios de seguridad llevaban vigilando al nuevo agente desde 2012.

El sistema de protección de Francia contra el islamismo no funciona. Casi tres años con el Estado de Emergencia activo no han servido para cerrar las grietas en torno a la seguridad y esta semana estas fallas se han hecho más evidentes que nunca. Y es que un hombre investigado por islamismo ha conseguido entrar en las Fuerzas de Seguridad sin que los servicios de inteligencia tuvieran constancia de ello.

Un ejemplo más de la nueva Francia, y la nueva Europa, que ha causado una oleada de estupor entre la opinión pública. El hombre, que llevaba siendo investigado desde 2012, mantenía un comportamiento «preocupante» y se encontraba en la lista de vigilancia emitida por el servicio de inteligencia del Ministerio del Interior.

El islamista intentó alistarse en el Ejército, pero los mandos rechazaron su entrada y fue entonces cuando se interesó por el cuerpo de Policía. Todavía bajo la vigilancia de la DGSI, fue contratado como adjunto de Seguridad, un puesto por debajo de un oficial de Policía y que implica patrullar las calles, tareas administrativas y contacto directo con los ciudadanos.

Según RTL, las autoridades no encontraron «inconvenientes» a su contratación y el pasado 22 de septiembre se convirtió oficialmente en agente tras recibir adiestramiento en la academia de Policía.

Cabe recordar que el pasado año, el islamista Mevlut Mert Altintas se aprovechó de su posición como agente para asesinar al embajador ruso en Turquía Andrei Karlov durante una exposición de arte en Ankara.

Oposición al islam

La brecha respecto al islam se acrecienta aún más en Europa. El 60% de los franceses admite ya sin ambages que no cree que el islam sea compatible con los valores de la sociedad, mientras que el 65% apuesta por reducir la inmigración. Estos dos asuntos se convirtieron en capitales durante la campaña de las presidenciales, pero la llegada de Emmanuel Macron al Elíseo no hace presagiar un cambio de sentido en este aspecto.

Es el nuevo cisma que vive la Europa de Bruselas y que en Italia ya se ha evidenciado en el Parlamento. Allí las figuras políticas del país discuten sobre una ley cuyo objetivo es otorgar la nacionalidad a los hijos de inmigrantes nacidos dentro de sus fronteras.

Una encuesta de Ipsos para Le Monde muestra un aumento del rechazo a la inmigración masiva entre los partidarios de todos los partidos, incluidos los socialistas. Según el 61% de los franceses, la mayor parte de los recién llegados no hace “esfuerzos” por integrarse en Francia.

Un 74% de los encuestados afirma que el islam quiere imponer “su modo de funcionamiento” a la sociedad francesa. Un sentimiento que es mayoritario entre los partidarios del Frente Nacional y Los Republicanos y que continúa al alza entre los socialistas y los votantes de Macron.

Macron culpó a los franceses

Durante la campaña electoral, Macron culpó a los jóvenes franceses de los procesos de radicalización que muchos musulmanes sufren en las principales ciudades galas. Ni una palabra sobre el islam, ni sobre las mezquitas wahabistas o los barrios periféricos donde la sharia se ha convertido en la verdadera ley. ¿Los culpables? Los jóvenes franceses que, curiosamente, se habían decantado en su mayoría por las propuestas del Frente Nacional.

El actual presidente, que recibió el apoyo de los principales dirigentes de Bruselas y de buena parte de la clase política europea, aseguró que la sociedad francesa “maltrata” a los jóvenes que viven en “barrios apartados” y que “son fácilmente influenciables” por el islam radical. Resultó paradójico ya entonces que tras más de dos años de violencia y terror yihadista en suelo francés, Macron no tuviera ni un sólo plan contra la amenaza que se cierne sobre Francia.

Claro que aquella noticia se entendió mejor unos días después, cuando la Gran Mezquita de París defendió al exministro francés de Economía por “encarnar la vía de la esperanza y de la confianza en las fuerzas espirituales y ciudadanas de la nación, dentro del respeto de los valores republicanos y de la aplicación estricta de los principios del laicismo”.

La sharia en París

Éric Zemmour puso de manifiesto un fenómeno que se viene repitiendo en los barrios periféricos de las grandes ciudades europeas: la creación de grandes barrios musulmanes donde la ley islámica ha sustituido al Estado. «Es necesario afrontar el problema en muchas zonas. Hay innumerables barrios donde las ‘no-go zones’ son habituales. Allí no se vive a la francesa, sino al estilo musulmán», advirtió.

«¿El futuro de Francia pasa por lugares donde los hombres se visten con túnicas, las mujeres no tienen permitido salir de casa y las costumbres no tienen nada que ver con la tradición occidental?», se preguntó Zemmour, que denunció la connivencia de las autoridades con estos fenómenos: «Tras los disturbios de Trappes, la ley del burka integral no se aplica. Los policías creen que es mejor no hacerlo para evitar incidentes».

La realidad de las ‘no-go zones’ fue desvelada por dos activistas de la llamada Brigada de las Madres, que denunciaron los hechos y grabaron las reacciones de los musulmanes con cámara oculta. Las imágenes no dejan lugar a dudas.

Cuando Madia y Aziza acceden a un establecimiento, los hombres se sorprenden. Las mujeres tienen prohibido «de facto» entrar en estos negocios y su presencia incomoda a muchos musulmanes que admiten sin ambages que «no deberían estar aquí».

«Esto no es París. Aquí tenemos una mentalidad diferente y seguimos las enseñanzas del islam», reconoce otro hombre, ajeno a la cámara que le está grabando. Cuando una de las activistas le pregunta si no estaría mejor viviendo en Arabia Saudí, el musulmán responde: «Francia es un paraíso para nosotros».

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