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EN ASUNTOS COMO EL ABORTO Y LA FAMILIA

La Santa Sede y la Agenda 2030

La Basílica de San Pedro del Vaticano. Europa Press

En las últimas semanas, Bernardito Auza, quien fuera observador de la Santa Sede ante la ONU durante la redacción de la Agenda 2030, y actual nuncio apostólico de la Santa Sede en España, ha estado impartiendo conferencias sobre la postura de la Santa Sede ante la Agenda 2030 en foros de pensamiento como la Universidad Abat Oliva CEU de Barcelona o la Francisco de Vitoria en Madrid. Una iniciativa plausible, dada la confusión existente acerca de la postura de la Santa Sede ante una agenda que ningún español ha votado, pero que se está convirtiendo en una especie de código sagrado omnipresente.

Una agenda que contiene objetivos laudables, que está llena de buenas intenciones, pero mezcladas con otros ingredientes oscuros que la convierten en un verdadero instrumento de colonización ideológica. Un caballo de Troya, un caramelo envenenado que propone soluciones preconfeccionadas que responden más a las prioridades del país donante (en nuestro caso, la UE) que a las necesidades de los países receptores, estableciendo un nexo directo entre la aprobación de ayudas y la adopción de ideologías para conseguir la «imposición de modelos de vida» ajenos a la cultura del país.

El nuncio ha relatado en sus diversas intervenciones que durante las discusiones previas para la redacción de la agenda la Santa Sede formuló «reservas» (que, en este ámbito, son sinónimo de «rechazo»), muchas de las cuales no fueron aceptadas. Por ejemplo, cuando la Agenda 2030 habla de «género», la Santa Sede observó que éste debe ser entendido según una noción fundamentada en el criterio biológico: como hombre y mujer. O, cuando se utiliza el verbo «empoderar», manifiesta que sería preferible usar «promocionar» para no identificar la autoridad con el poder sino con el servicio. Por cierto, la Agenda 2030 nunca fue firmada, ―ni pudo serlo― por la Santa Sede, ya que ésta no es un Estado miembro de las Naciones Unidas, sino tan solo ―desde 1964― observador permanente.

Principalmente, la Santa Sede mostró su rechazo a los objetivos 3 y 5 de la Agenda 2030, que son los que pretenden implantar la ideología de género y el aborto, bajo los epígrafes de «salud y bienestar» e «igualdad de género». En concreto, en cuanto al llamado «derecho a la salud sexual y reproductiva», para la Santa Sede no puede caber el aborto, ni ―menos aún― el aborto entendido como un derecho. Además, en este punto el nuncio deja claro algo importante: «Jamás ningún documento de la ONU ha mencionado el aborto como derecho. Esto es cosa de la interpretación propia de algunos países y, desgraciadamente, de algunas agencias de la propia ONU».

Otro desacuerdo es el elevado número de ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible) que la Agenda 2030 pretende realizar en tan solo 15 años. Además de poco realista, 17 son demasiados. Y, al ser demasiados, hacen fácil dejar de lado los más necesarios y urgentes, para dar el protagonismo ―y el dinero― a los objetivos más oscuros.

El papel de la Santa Sede no fue nada fácil. Podemos imaginar la tremenda encrucijada. Por un lado, «luchar contra el hambre en el mundo», la «educación de calidad» o el cuidado de la naturaleza (con San Francisco de Asís como icono), son objetivos por los que la Iglesia ha luchado durante siglos, desde mucho antes de que la ONU existiera, y que puede aceptar de buen grado: «estamos de acuerdo con la mayoría de objetivos y metas». Pero, por otro lado, existían también importantes «reservas».

¿Qué camino tomar, entonces? El dilema era evidente y cualquier decisión sería en cualquier caso «prudencial», no matemática: o bien rechazar la agenda; o bien aceptarla, sumándose a la gran mayoría de países del mundo, señalando con claridad sus puntos oscuros.

Finalmente, como se sabe, la opción elegida ―quizá discutible― fue la de «seguir creyendo en las loables intenciones de la comunidad internacional», pero formulando «reservas», principalmente en lo relativo a la familia, la defensa de la vida y la sexualidad.

Esto es lo que la opinión pública debe conocer: la adhesión (que no firma), pero también las reservas. Curiosamente, y a pesar de que también las reservas forman parte del documento oficial de la agenda, resulta muy difícil acceder a esa información.

El Gobierno de España, desde el comienzo de la Legislatura se ve como desatado en aplicar con muchísimo dinero, prisas y la peor praxis profesional imaginable lo peor de la Agenda 2030, preferentemente en los objetivos contra los que la Santa Sede presentó «reserva». Las últimas leyes desquiciadas aprobadas en el Congreso de los Diputados son un buen ejemplo. Por ello, es una auténtica muestra de cinismo el intento del Gobierno de trasladar la idea de que sus políticas están avaladas por la Iglesia. Un intento reiterado, como pudimos ver recientemente en la respuesta que Pedro Sánchez dio a Santiago Abascal, citando un texto de la Conferencia Episcopal.

En resumen, la idea de impulsar una agenda global como respuesta a los problemas más acuciantes de la humanidad es algo en lo que la Santa Sede «creía y sigue creyendo». Sin embargo, esto no significa que Roma acepte íntegramente todos y cada uno de los 17 objetivos y 169 metas planteadas, o que comparta todas las interpretaciones que de los mismos han hecho los Estados o las agencias internacionales.

Mientras, gran parte de los fieles católicos se encuentran llenos de dudas acerca de la postura de la Iglesia al respecto de esta agenda omnipresente. Una anómala situación que, sin duda, está allanando el camino a la cultura de la muerte. Por ello, tal y como está haciendo el nuncio estas semanas, sería de agradecer una mayor información acerca de estos asuntos importantes que afectan radicalmente nuestra vida presente y futura. También ―y sobre todo― por parte de la Iglesia.

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