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la postura no es ni puede ser otra que la de la Iglesia

El uso de Sánchez de la Conferencia Episcopal y la postura de la Iglesia respecto a la inmigración

Misa funeral del sacristán Diego Valencia. Europa Press

El presidente de VOX, Santiago Abascal, hizo una pregunta clave a Pedro Sánchez en la sesión de control al Gobierno del pasado miércoles: «¿Va a cambiar su Gobierno las políticas migratorias para evitar nuevos atentados yihadistas como el de Algeciras, o va a seguir patrocinando la inmigración ilegal, negando los problemas de convivencia, desprotegiendo a policías y a guardias civiles en nuestras fronteras, desprotegiendo a las mujeres, desprotegiendo a nuestro pueblo en general, y represaliando a servidores públicos como el coronel de Melilla, que lo único que pretendía era defender la integridad de sus guardias, su seguridad jurídica y defender nuestras fronteras?». Interrogantes que muchos españoles tienen, razonables en el contexto en el que nos encontramos.

Al finalizar su intervención, Abascal pronunció una frase lapidaria: «Hoy, Diego Valencia seguiría vivo, tranquilamente viviendo en Algeciras, si ustedes hubiesen cumplido con su obligación de expulsar a quien le asesinó». Cabe recordar que sobre Yassin Kanka pesaba una orden de expulsión que no se ejecutó.

Pedro Sánchez no contestó a ninguna de las preguntas, ni anunció medida alguna encaminada a evitar que se repitan hechos similares –que era lo que se le preguntaba–, y se limitó a citar un texto de la Conferencia Episcopal, dando a entender que la Iglesia respalda la política migratoria de su Gobierno: tolerancia de las mafias de tráfico de personas, cientos de muertos como consecuencia de anuncios imprudentes, órdenes de expulsión que no se ejecutan, etc. No ofreció excusas ni formuló propuesta concreta alguna, y buscó justificar la gravísima omisión alegando un texto de la Iglesia (a la que le acaban de matar un hijo en uno de sus templos).

Sin embargo, la postura de la Conferencia Episcopal no es ni puede ser otra que la de la Iglesia católica. Y la posición de la Iglesia con respecto a la inmigración es, entre otras cosas, que «el inmigrante está obligado a respetar con gratitud el patrimonio material y espiritual del país que lo acoge, a obedecer sus leyes y contribuir a sus cargas» (Catecismo de la Iglesia católica n. 2241), que es mucho más de lo que le estaba reclamando Santiago Abascal.

En nombre y memoria de Diego Valencia y de tantos otros perseguidos es perentorio encender todas las luces para analizar y tratar de comprender de una vez qué es lo que nos está pasando y por qué. Al menos, alcanzar una orientación más definida ante esta situación. Es imprescindible sobreponerse al yugo asfixiante de lo políticamente correcto que impone una censura previa, para tratar de llegar, juntos, desde un diálogo social abierto y sincero, a alguna solución que evite en el futuro hechos, y situaciones tan graves y dolorosas.

Existen numerosos puntos ciegos en todo este asunto que precisan ser iluminados. Y preguntas legítimas que exigen respuestas. Por ejemplo: ¿por qué no pocos musulmanes se niegan a integrarse?; ¿por qué se mantiene en el tiempo tan escandalosa y extrema falta de reciprocidad entre países y culturas?; ¿por qué renunciamos a la defensa de los derechos humanos?; ¿es el islamismo compatible con la democracia?; en su esencia, ¿el islam es más una religión o una ideología política?; ¿se puede afirmar –con verdad– que no existe relación entre tan trágicos atentados y la sharía? Y si existe, ¿cuál es? ¿Qué se puede hacer al respecto? ¿Cómo encaja la yihad (la guerra santa— en nuestra sociedad?; ¿Queremos construir una sociedad verdaderamente libre, en la que puedan disfrutarse plenamente las libertades de conciencia y de expresión, imprescindibles para una libertad religiosa bien entendida? ¿Cuál es el camino para lograrlo?

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