«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Lenin fue un ideólogo del crimen, perfectamente comparable a Stalin

Lenin fue el peor

Vladimir Ilich Ulianov, más conocido por su nombre de guerra de Lenin, murió hace ahora un siglo, tras años de ser poco más que un despojo humano que algunos, los más creyentes y por tanto más optimistas, consideran solo un adelanto del infierno que le esperaba después como justa retribución divina por el daño infinito causado a su especie. Porque Lenin, al que aún hoy los comunistas pretenden exonerar de la evolución asesina de todo el mensaje ideológico comunista, su proyecto político y trayectoria de gobierno, es el fundador y gran responsable de la bestialización de la lucha política en Rusia y del exterminio del oponente como forma de dirimir diferencias. Lenin no solo ordenó asesinatos a mansalva sino que teorizó todo lo necesario para que otros lo hicieran después mucho más. El mayor asesino del siglo XX no es por tanto ni Hitler. Ni Stalin ni Mao aunque mataran más millones que él. Pero fue él quien puso todas las bases teóricas de la lógica de estado terrorista. Y en eso estamos cien años después. Porque los estados terroristas siguen presentes y, pese al bendito terremoto histórico anticomunista de 1989, vuelven a estar aumentando. Si tienen en sus gobiernos algún admirador de Lenin, no es una broma que les diga que su vida en algún momento puede correr peligro.

El cuento comunista del «Lenin bueno, Stalin malo» que seguía al «Lenin bueno, Stalin mucho mejor» desde 1924 hasta 1953, surge en el XX Congreso de 1956 con el discurso de Nikita Jrushchov sobre los crímenes de Stalin. Tres años después de morir el carnicero georgiano el mensaje pretendía blanquear al régimen, es decir a Lenin, concluida la lucha de poder que había liquidado a la facción perdedora, ni más ni menos estalinista que la ganadora de Jrushchov. Se pretendía que pobre Vladimiro, con un espíritu revolucionario puro y amante del pueblo en la práctica y en su labor intelectual, no habría tolerado jamás que su sucesor Stalin asesinara, deportara y torturara de la forma que lo hizo. Por supuesto, el cuento no tiene credibilidad ninguna. Aunque nadie va a discutir al «Tío Joe» Stalin su inmensa querencia a nutrir su fuerza del terror de los demás. Pero que él disfrutara con crueldades por su torcida personalidad de descreído seminarista georgiano no significa que la dinámica de terror la impusiera Stalin porque estaba ya plenamente en vigor desde el mismo momento en que Lenin tuvo el poder con el triunfo de los bolcheviques.

Se puede discutir sobre el momento en que se asientan las bases políticas y culturales para las decisiones que preceden a todas y cada una de las colosales matanzas de las ideologías redentoras del comunismo, socialismo o nacionalsocialismo. Las guerras son tan antiguas como el hombre y en ellas y en la destrucción del poder del vencido se mataba mucho. Pero el afán de exterminio desplegado y ejecutado durante todo el siglo XX por las nuevas religiones laicas de comunismo y nazismo no tiene precedentes. Y no solo por la industrialización del genocidio en el caso tan único y especial del Holocausto. O la infinita crueldad del Holodomor de la muerte por inanición de millones.

Los grandes estados de estas ideologías soviético y hitleriano hicieron inmensos esfuerzos para priorizar el asesinato y la siembra del terror como razón de Estado. Como instrumento principal de control político y social. Y eso, amigos, nadie lo tiene tan claro como el primero de ellos, Vladimir Ilich.

¿Cuándo empezó a plantearse que las ideas políticas, no solo el poder, se imponían mejor matando que sin hacerlo? ¿Cuándo se planteó que el terror es un arma eficaz para que los individuos interioricen unas certezas que se les quieren imponer, cualquiera que fuera su relación con la verdad o la realidad más palmaria? ¿Fue durante la Revolución Francesa, en la Guerra de la Vendée de 1793 a 1796, en la que es aplastado sin piedad el pueblo por contrarrevolucionario? ¿Fue en la posterior creación de la ingeniería social que tiene en Karl Marx su sumo sacerdote?

¿O fue cuando ese grupo de desadaptados rusos ideologizados que vivían en el exilio en Europa Occidental, Lenin a la cabeza, bebiendo, debatiendo y jugando al ajedrez, fueron utilizados por el Imperio Alemán para atacar por la retaguardia a su enemigo del Imperio Zarista y generarse así ventajas en una guerra que los consumía a todos? Berlín logró parte de sus objetivos con la victoria bolchevique. Logró acabar inicialmente la guerra en el este con el acuerdo de Brest Litovsk. Pero también saboteó con éxito una transición política reformista en Rusia que podría quizás haber evitado lo peor. Y lo peor era Lenin. No sucedió y la caída de los Romanov tuvo poco después con efecto secundario la caída de los Hohenzollern en Alemania y los Habsburgo en Austria.

Lo cierto es que Lenin fue un ideólogo del crimen, como asesino perfectamente comparable a Stalin, salvo en que no tuvo tiempo ni salud para acometer la misma matanza generalizada de opositores reales y supuestos en todo el mundo. El terror rojo que se extendió e intensificó durante toda la guerra entre bolcheviques y blancos de 1918 a 1922 ya no cesó aunque fuera adquiriendo formas distintas en años y lustros siguientes y las ejecuciones masivas ya no fueran públicas por ejemplo como lo habían sido por expreso deseo de Lenin para que el terror se extendiera lo más rápidamente posible.

La santificación de Lenin prosigue y muy especialmente en países tan enfermos por el contagio universitario de las peores falacias y los mantras más vulgares del marxismo y comunismo leninista. Ahí tenemos a nuestros periodistas y políticos del Gobierno de Sánchez actuando bajo efigies de Lenin como si nos fuera ese miserable y enfermo desarraigado de la clase media rusa de provincias que se llenó de odio cuando su hermano mayor fue muy lógicamente ejecutado por ponerle una bomba al Zar. Desde aquel choque con la justicia, sus desequilibrios mentales fueron continuos, también en su ocioso exilio con frecuentes ataques de ira y total desprecio por la suerte y los problemas de las personas de entorno, incluido del más cercano. El atentado ya en Rusia lo dejó maltrecho con tres tiros que sobrevivió y los posteriores infartos cerebrales lo llevaron al infierno referido, poco precio para todos los infiernos que él desató y sigue desatando con la promesa del asalto del cielo.

Aún hoy, tras unas 120 millones de víctimas del comunismo y decenas de millones de la respuesta ideológica criminal del socialismo nacional alemán, tenemos gobiernos como el nuestro que siguen teniendo a este asesino Lenin como un referente. Y tenemos de nuevo un peligro intenso de que las tesis del poder terrorista se impongan después de haber ganado terreno en Rusia y China otra vez, en muchos países iberoamericanos y también en España. Son defensores del estado terrorista de Lenin aquellos que han formado una alianza con criminales, ya sean terroristas ideológicos, etnicistas o narcotraficantes, para mantenerse en el poder indefinidamente desmantelando todos los mecanismos de equilibrio de poderes que las democracias pretenden. Por eso mismo hay que saber bien quién era ese Lenin que admiran muchos de los malhechores que nos gobiernan. Por la falta de una condena de Lenin —e incluso a Stalin— como la que pesa con toda justicia sobre Hitler existe una amenaza permanente de que quienes se inspiran en él una vez llegados al poder crean necesario repetir algunas de las «gestas leninistas». Enrique Santiago, secretario general del Partido Comunista de España —sí, los partidos que elogian todos crímenes bárbaros del comunismo son legales en Occidente— ya anunció que asesinaría a la familia real si se diera el caso emulando a Lenin con la familia Romanov. Ese peligro lo tenemos en España e Iberoamérica muy especialmente ahora porque los seguidores actuales del asesino de Lenin siempre están a falta de unas contrariedades más o menos dramáticas para emular a su admirado criminal.

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