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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La ONU previó en 2000 la actual 'migración de sustitución demográfica'

Cuando un multimillonario globalista de la talla de Bill Gates, para quien no hay causa progresista que no financie, da la voz de alarma ante la invasión que está sufriendo Europa, quizá ha llegado el momento de dejar de llamar paranoicos a quienes hablan de sustitución demográfica de nuestras sociedades.  

El hombre más rico del mundo ha declarado que Europa quedará devastada por el influjo masivo de africanos sino «les pone más difícil llegar al continente», y propone que nuestros países destinen miles de millones en (más) ayudas para detener la hemorragia.
La explosión demográfica en África, el continente cuya población crece más deprisa, sumada al generoso Estado del Bienestar de los países europeos, crea las condiciones que hacen inevitable esta invasión.
Es el ‘efecto llamada’, una cuestión de incentivos que, asombrosamente, se trata de negar en el discurso público. «Por un lado quienes mostrarte generoso y aceptar refugiados, pero cuanto más generoso eres, más se corre la voz y más gente quiere abandonar África».
Pero no hace falta recurrir a Gates para comprobar que la situación es realmente alarmante. Mientras los medios siguen jaleando el mito de los ‘refugiados’ y apelando a la compasión para que los países europeos abran de par en par las puertas a la avalancha, la ONU ya planteaba en el año 2000 la ‘sustitución migratoria’, no como un problema, sino como la solución.
Quienes aconsejan desde todo tipo de publicaciones a los occidentales que no tengan hijos -con las excusas más variadas, desde las personales a las ecológicas- parecen no perder el sueño por la espantosa crisis demográfica de Occidente, que lleva décadas con una tasa de fertilidad muy inferior a la que garantiza el remplazo. La Organización de las Naciones Unidas, siempre atenta, observó la gravedad del fenómeno en el año 2000, reflejándolo en un informe de su división de población reveladoramente titulado ‘Nuevo Informe sobre Inmigración de Sustitución’.
Fuera de África, el mundo se despuebla. Son datos contrastables. El envejecimiento de la población es fatal para el crecimiento económico, muy especialmente en los países con servicios sociales significativos y costosos, pero la situación se hace particularmente grave cuando los países que ven reducirse su población son, precisamente, los más desarrollados, mientras que crece en aquellas zonas donde las economías nacionales no pueden hacer frente a las necesidades de sus habitantes.
Y aquí es donde entra el informe de la División de Población del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales (DAES), que se pregunta: «¿Es la migración de sustitución una solución a las poblaciones envejecidas y en declive?
Las proyecciones de Naciones Unidas indican que entre 1995 y 2050, la población de Japón y de prácticamente todos los países europeos entrará en declive.. En algunos casos, como Estonia, Bulgaria e Italia, perderán entre una cuarta parte y un tercio de su población, proporción similar a la que se perdió durante la Peste Negra a finales de la Edad Media.
La mediana de edad subirá a niveles nunca vistos en la historia; por ejemplo, en Italia, podría pasar de los 41 años de 2000 a los 53 previstos para 2050. En muchos casos, el número de personas en edad laboral con respecto a los jubilados se reducirá a la mitad.
De ahí el astuto plan de la ONU que cuenta, sin embargo, con enormes inconvenientes. Uno obvio es que el nivel cultural y de formación laboral de los recién llegados es muy inferior al de las sociedades que los acogen; otro, que los indicios que nos proporcionan los casos alemán, sueco o italiano no son precisamente animantes, con una tasa de paro entre los recién llegados absolutamente desproporcionada que convierte en un insoportable coste neto a quienes se supone que vienen a dinamizar la economía.
Pero el mayor inconveniente es más difícil de reducir a datos numéricos, y es este: las sociedades, los países, son su gente, no sus montañas y sus ríos; ni siquiera sus instituciones, que no dejan de ser reflejo de los valores de un pueblo, no de cualquier pueblo. Suponer que los europeos pueden ser sustituidos sustancialmente por un pueblo distinto y distante y que todo lo demás permanezca más o menos estable es peor que un mero pensamiento desiderativo: es suicida.
 
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