La reacción de los organizadores de los Juegos Olímpicos de París ante la indignación general por su chabacano espectáculo de inauguración ha sido peor que orwelliana: ha sido chapucera, cutre y contraproducente.
Lo primero que se les ocurrió fue presionar a las plataformas de redes sociales, como X, para que censuraran a los usuarios que decían pestes de la escandalosa ceremonia inaugural del viernes. Y cuando el intento de apagón en redes del Comité Olímpico Internacional fracasó, no le quedó otra que disculparse por la parodia drag queen de la Última Cena de Jesús el domingo por la mañana.
«Nunca ha habido intención de faltar al respeto a un grupo religioso«, acabó declarando una portavoz de París 2024. «Si la gente se ha sentido ofendida, por supuesto que lo sentimos mucho», añadió.
«Queríamos hablar de diversidad. Diversidad significa estar juntos. Queríamos incluir a todo el mundo, así de sencillo», declaró a la prensa el director artístico Thomas Jolly, para quien, evidentemente, los cristianos no deben de formar parte de esa «diversidad».
La fase de planificación de los Juegos Olímpicos conlleva años y una inversión de millones de euros. Pretender que a nadie se le pasó por la cabeza que esta parodia podía ofender a millones de católicos en todo el mundo es, simplemente, una tomadura de pelo universal.
Muchas de las empresas patrocinadoras de los Juegos se preparan ahora para sufrir un boicot por culpa del virus woke que ha colonizado las mentes de los organizadores franceses.