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PROFUNDA INVOLUCIÓN EN EL PAÍS

Tercer aniversario de las revueltas del 18-O: Boric sumerge a Chile en el caos y la división

Revueltas violentas en 2019 en Santiago de Chile. Twitter

El martes 18 de octubre se cumplieron tres años de la insurrección y anomia que, no solo fragmentó a Chile, sino que hizo que retrocediera en todo lo avanzado las últimas décadas. Es un hecho que Chile está peor cuantitativa y cualitativamente en comparación a mediados del año 2019, y esto se debe a la articulación de los malestares por la extrema izquierda chilena. Sin embargo, el presidente Gabriel Boric sostuvo este día que “el «estallido» no fue una revolución anticapitalista”, pero su institucionalización con el proceso constituyente nos demuestra completamente lo contrario cuando los convencionales dijeron que “refundarían” el país con radicales lineamientos para superar el «modelo». Igualmente, la jornada se destacó por sus conatos revolucionarios e insurreccionales, paralizando al país con vandalizaciones.

El viernes 18 de octubre de aquel 2019 (18-O) representa una profunda grieta para el país. «Evadir, no pagar. Otra forma de luchar» fue una de las principales consignas del mal llamado «estallido social». Hoy, la tesis de que haya sido un «estallido» ha quedado descartada, pues esta consigna es posible rastrearla en las redes sociales al menos hace seis años, tal como lo promocionaba el portal izquierdista “El Ciudadano” (que daba tips para evadir el metro). En febrero de 2016, ya se había convocado a evadir el metro con la misma consigna por una nueva alza del transporte público. Y para el 8 de marzo de 2019 (a meses de concretarse la insurrección), la Coordinadora Feminista 8M convocó, entre sus acciones para “conmemorar” dicho día, evasiones al transporte público.

Dado lo anterior, y sumado a que simultáneamente se incendiaron más de veinte estaciones de metro (de las cuales, nueve quedaron completamente inutilizables por varios meses), es dable sostener que el 18-O no fue un «estallido social» espontáneo y que no era posible de avizorar. Al contrario, durante el año 2019 se pudo observar cómo iba escalando la violencia dentro de las aulas secundarias y universitarias, pues entre compañeros de clases cancelaban a quienes no comulgaban con las ideas de las izquierdas radicales. Asimismo, los «overoles blancos» (insurrectos que usan dicha ropa, quienes no necesariamente son estudiantes, quienes atacan a la policía chilena y al transporte público con bombas molotov) ya existían mucho antes del 18-O. Asimismo, la polarización de la sociedad chilena venía profundizándose con la instalación de distintos antagonismos con los movimientos sociales como los feministas.

Y si bien, en su momento, una ciudadanía transversal se sumó a las concentraciones en las plazas a lo largo del país, los actores de corte anti-sistema y a-sistema articularon la anomia de la revuelta. Recordemos que aparecieron las “primeras líneas”, jóvenes insurreccionales que profesionalizaron los ataques urbanos a las policías, que fueron romantizados como “revolucionarios”.  Igualmente, emergieron símbolos unificadores como el “perro negro mata pacos” y consignas como “hasta que la dignidad se haga costumbre” que subvertían el sentido común.

No obstante, los ánimos canceladores ya estaban presentes para el 18-O, con expresiones como «el que baila, pasa» (acción de que una muchedumbre se tomaba las calles viales y no dejaba transitar a los vehículos, al menos que sus conductores bailaran; de lo contrario eran agredidos verbal y físicamente). Igualmente, las “funas” y los “escraches” entre la ciudadanía y el sistema político fue la tónica. Se realizaron, solo en ese periodo, seis acusaciones constitucionales, lo que demostró un parlamentarismo de facto.

Asimismo, la violencia diseminada a lo largo del país, los incendios a iglesias (celebrados por grupos radicales) y otras infraestructuras develaban que Chile estaba sometido a la violencia política que muchos han validado. Como Gabriel Boric, quien en ese entonces era diputado y llamó explícitamente a la desobediencia civil y se enfrentó a carabineros.

Todo este caos puso en jaque a la institucionalidad, que buscó una salida a la insurrección. Por ello, se firmó el Pacto por la Paz social y la nueva Constitución, abriendo el proceso constituyente. No obstante, este pacto fracasó por completo: porque la propuesta constitucional fue rechazada de manera contundente por los chilenos ya que representaba un completo retroceso para el país, y hasta el día de hoy, la paz no ha vuelto.

De hecho, este 18 de octubre de 2022, volvimos a presenciar acciones de corte insurreccional: quienes saquearon locales y atacaron al transporte público, y volvieron a tomarse Plaza Baquedano (el corazón de la capital chilena). La calle, esa misma que votó en su momento por Boric como presidente, hoy continúa con la violencia bajo su Gobierno. Claramente, esto genera una contradicción para el ejecutivo del frenteamplismo (articulado por el Partido Comunista chileno): porque las principales demandas de los chilenos van en la dirección de más seguridad y orden público, mientras que el Gobierno se debe a la calle, quienes hoy los tratan de traidores.

Por otro lado, el último sondeo de Cadem develó que, a tres años del 18-O, Chile está peor en todas las dimensiones: delincuencia (93%), violencia (90%), situación económica (75%), calidad de la política (73%), pobreza (71%), confianza en instituciones (68%), imagen internacional (64%), desigualdad (62%), salud (49%), educación (46%) y pensiones (45%). Y que las emociones asociadas a este proceso político son principalmente negativas.

Pero, a pesar de lo anterior, la clase política insiste en que se debe continuar con el proceso constituyente. Sin embargo, en realidad lo que la ciudadanía reclama es poder vivir una vida tranquila, y para eso se necesita certezas desde la institucionalidad. Por tanto, seguir insistiendo con la redacción de una nueva Constitución claramente significa una desconexión de los líderes políticos que sostienen esta iniciativa.

Por su parte, Pulso Ciudadano demostró que la redacción de una nueva Constitución se encuentra, recién, en la quinta demanda de los chilenos. De hecho, la primera demanda va en la línea de controlar la delincuencia; luego la inflación/alza de precios; en tercera posición se encuentra desarrollar un plan para recuperar el crecimiento económico; y en cuarto lugar controlar la inmigración.

Entonces, lo deseable es que se solucionen las primeras urgencias antes de jugar con los pilares de la institucionalidad, porque esto crea un círculo vicioso que solo genera retroceso. De hecho, los economistas estadounidenses Daron Acemoglu y James A. Robinson en Por qué fracasan los países (2012), concluyeron que los países exitosos se deben principalmente al respeto de sus pilares institucionales y que generan, desde la institucionalidad, círculos virtuosos.

En definitiva, el 18-O no es un día ni para celebrar ni conmemorar -como dicen las voces extremistas-. Este día representa una profunda grieta en la sociedad chilena, que no ha logrado que “la dignidad se haga costumbre”, porque hoy caminamos al borde del abismo. La clase política debe abandonar en caer en los juegos de los antagonismos, y traer el péndulo hacia el sentido común.

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