«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
obituario

Adiós, Edwards, adiós, profeta

Jorge Edwards

En 1996, si no me equivoco, Jorge Edwards recibía un homenaje de despedida por su cargo de Embajador de Chile en la Unesco. Carlos Semprún, totalmente arrepentido y repuesto de su pasado comunista (¡y qué pasado!), asistía a ese acto como amigo de Edwards y editor de unos cuentos de Jorge que él había publicado en Moraïma. En el primer tomo de sus Memorias, El exilio fue una fiesta, Carlos narra su asistencia al evento:

«Aproveché para insistir en el escándalo que produjo en su tiempo Persona non grata, escándalo que se repitió, ante mis ojos, en esa sala repleta de colegas embajadores de Jorge, y yo, esperé a que hubiera un pequeño barullo, un barullo pacífico, se entiende, pero Eduardo Manet, sentado a mi lado, me echó un capote, no para contradecirme, sino para contar con humor algunas anécdotas ridículas sobre el Líder Máximo […]»

Escándalo que valió a Edwards la condena eterna de la parte más innoble de la izquierda vergonzosa y vergonzante, ejemplificada por ese comentario patético de Julio Cortázar que sonroja todavía recordar, lo que demuestra, una vez más, que el talento literario y la estupidez (algunos lo llaman «compromiso político»), no son ni mucho menos incompatibles. De esto tenemos numerosos ejemplos, cosa que Edwards sabía perfectamente (véase sobre todo la última edición de Adiós, poeta).

Escándalo que también hizo que, cuando en el año 1999 le dieron el Premio Cervantes, lo más «comprometido» de la intelectualidad española (excepto los editores de Barcelona, todo hay que decirlo) no asistieron ni al acto académico de Alcalá ni al Palacio Real por considerarle «persona non grata». Lo recuerdo perfectamente. Pero ese pequeño inconveniente, por mucho que le enfadara, no alejó a Edwards de España y venía de incógnito a Madrid de vez en cuando. Fue en uno de esos viajes, en 2002, cuando tuve ocasión de tratarlo porque Carlos Semprún, que también estaba en Madrid en ese momento, nos llevó a cenar con él. Yo no le conocía personalmente, pero le admiraba porque le consideraba uno de los escritores hispanoamericanos más originales y libres de todos los que desde hacía unas décadas, fascinaban al mundo entero, junto a Álvaro Mutis, Vargas Llosa, Jorge Luis Borges y tantos escritores cubanos como Reinaldo Arenas, Cabrera Infante y otros.

Edwards estaba preparando una nueva versión de Adiós poeta. La razón, nos dijo, es que sabía muchas más cosas de Neruda que cuando lo escribió. Eso suele suceder. A partir de una publicación de ese estilo, se empiezan a recibir cartas, testimonios, enmiendas, que exigen una nueva edición, corregida y aumentada. Edwards venía de Utrech, de dar una conferencia en el Instituto Cervantes. En ese momento vivía en Chile y aprovechaba para quedarse unos días por Europa.

Por una serie de circunstancias, acabamos rememorando el exilio y a todos esos personajes que hacen de la necesidad virtud y de una desgracia nacional una oportunidad para salir adelante. Pasó con muchos españoles que se inventaron un pasado antifranquista para medrar en la democracia y lo mismo, nos dijo Edwards, ocurría entre los chilenos. Por ejemplo, contó que Luis Sepúlveda cada año abultaba un poco más los detalles de la persecución de la que fue objeto, y que en el Chile de Pinochet Isabel Allende publicaba tranquilamente en Paula, una revista femenina muy bien vista por el régimen, cosa que no tendría mayor importancia si no fuera porque la escritora chilena iba ofreciendo por ahí la imagen de mujer perseguida y acosada durante la dictadura… Son cosas típicas de quienes hacen de su nacionalidad una profesión.

Antes que detenerme en la biografía, la obra y los méritos del hombre cuya pérdida hoy lamentamos, he preferido rememorar estos instantes de su vida, que compartí circunstancialmente con él. Luego, cuando trabajé en Casa de América tuve ocasión de tratarlo más a menudo, pero con las interrupciones y limitaciones propias de las relaciones profesionales. No obstante, no puedo obviar que su perfil como escritor está inseparablemente unido a su trayectoria como diplomático y que su libro más conocido, Persona non grata, tiene que ver con esa experiencia. Lo escribió tras ser expulsado de Cuba, donde representaba al gobierno de Allende. Edwards fue el primer embajador de Chile desde que Castro iniciara su dictadura. Uno de los grandes enigmas de la historia intelectual contemporánea es la desdichada y empecatada connivencia de los escritores hispanoamericanos con el monstruo castrista, aberración intelectual y moral que, por otra parte, comparten con escritores y políticos de distintas nacionalidades y que todavía persiste, para desgracia de ese desdichado país.

Edwards era una persona buena, un escritor con una capacidad ficcional extraordinaria, ingenioso y bastante prudente para todo lo que tuvo que aguantar por ser un profeta en su tierra y en la tierra de todos. Al parecer murió mientras dormía y no puedo dejar de pensar en esa oración que dice «si muero antes de despertar…», con la esperanza de que todo ocurriera con la dulzura que un hombre como él se merece. Adiós, amigo, adiós, profeta.

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