Esta película ya la hemos visto. El candidato de derechas empieza ganando por un margen pequeño, pero suficiente, y en la segunda parte del recuento gana su rival. Lo vimos en la extraña noche electoral que se saldó con la presunta victoria de Biden, así que quizá no sea extraño que ese mismo Biden haya tardado escasos minutos en felicitar al ganador en Brasil, el expresidiario Luiz Lula da Silva, declarando la votación «libre, limpia y creíble». Así, de lejos. Es legítimo preguntarse si la Casa Blanca se hubiera dado tanta prisa y hubiera sido igual de tajante ante una victoria de Jair Bolsonaro. No es muy probable.
Para empezar, porque Bolsonaro, como fue el caso en las elecciones presidenciales norteamericanas, en el período previo a las elecciones, había afirmado persistentemente que las máquinas de votación electrónica de Brasil eran vulnerables al fraude.
Pero no hace falta ver «tramas negras» o extrañas conspiraciones para darse cuenta de que Bolsonaro luchaba contra todas las fuerzas imaginables de nuestro tiempo: los grandes medios, el mundo de la cultura, los más poderosos gobiernos extranjeros, las multinacionales y universidades, las ONG. E incluso la misma judicatura.
Porque si Lula ha podido presentarse a estas elecciones, pese haber sido condenado por corrupción tras siete procesos, ha sido porque primero se inventaron una norma por la que el expresidente debería haber sido juzgado en un estado y no en el que lo fue, y luego cancelaron el juicio porque, total, ya tiene 77 años.
Bolsonaro hizo un gran trabajo en condiciones muy difíciles, pero dio igual: cualquier cosa servía a los medios para montarle escándalos diarios. Esa fue la estrategia: ningún día sin su escándalo de mentirijillas, acosarlo sin tregua de modo que los brasileños tuvieran la sensación de vivir en una crisis inacabable.
Especial protagonismo tuvo Alexandre de Moraes, presidente del Tribunal Electoral Superior, que mandó suprimir cuentas en redes sociales de partidarios de Bolsonaro y no tocar ninguna de partidarios de Lula. Incluso llegó a prohibir que la campaña de Bolsonaro citase frases literales de Lula o mostrar fotos de Lula posando con dictadores. Impidió que determinados temas se discutiesen en redes sociales. En la práctica, la mayor parte de la campaña del presidente saliente se volvió ilegal.
Este resultado es histórico, ya que marca la primera vez que un presidente en ejercicio en Brasil pierde una candidatura a la reelección.
Haciéndose eco de las narrativas de la administración Biden, Lula se centró en los riesgos para la democracia del movimiento «de extrema derecha»de Bolsonaro, enmarcando las elecciones como una elección entre «democracia y fascismo, democracia y barbarie». Además, el líder de extrema izquierda se comprometió a reducir la desigualdad y proteger el medio ambiente mientras preservaba la salud fiscal del país (pero causó consternación entre algunos al ofrecer pocos detalles sobre su agenda económica más amplia y negarse a nominar un ministro de finanzas).
En cualquier caso, la victoria de Lula continúa una tendencia de victorias de candidatos de izquierda en América Latina durante los últimos 18 meses, sobre todo en Chile, Colombia y Perú. El mapa de Iberoamérica es ya casi totalmente rojo, con la inestimable ayuda del Grupo de Puebla.