La dictadura de Cuba condenó recientemente para el «asesinato» de Hassan Nasrallah, el líder de los terroristas de Hezbolá. «Condenamos el cobarde asesinato selectivo de Hassan Nasrallah (…) como resultado del ataque perpetrado por Israel contra edificios de viviendas en el suburbio sur de Beirut, causando destrucción y muerte de civiles inocentes», señaló Miguel Díaz-Canel.
No lo hizo con los ataques contra suelo israelí de los terroristas de Hamás y otras facciones palestinas que se saldaron hace un año con más de 1.200 muertos y 255 rehenes, de los cuales se estima que sólo 65 siguen con vida en el enclave palestino.
La masacre fue condenada —con mayor o menor firmeza— por la comunidad internacional, aunque no así por las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua. El régimen de Miguel Díaz-Canel señaló que era «consecuencia de 75 años de permanente violación de los derechos inalienables del pueblo palestino, y de la política agresiva y expansionista de Israel».
La isla siempre ha estado en contra de Israel y a favor del terrorismo palestino. Se estima que entre 1976 y 1982 al menos 300 terroristas palestinos recibieron entrenamiento en Cuba. En el año 1975, el tirano Fidel Castro apoyó una resolución de la ONU que declaraba que el «sionismo» era sinónimo de racismo y posteriormente estableció una relación de cooperación con los grupos terrorista de Hamás y Hezbolá.
En junio, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba anunció que se sumaba a la denuncia de Sudáfrica ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) presentada contra Israel por un presunto «delito de genocidio» en la Franja de Gaza.
La demanda tenía como objetivo principal «detener las atrocidades contra el pueblo palestino». «Israel, con total impunidad y protegido por la complicidad del gobierno de los Estados Unidos, ignora sus obligaciones como Potencia Ocupante en virtud del Cuarto Convenio de Ginebra», aseveró.