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Los jugadores dijeron «nada de política» en las celebraciones

El triunfo de Argentina en el Mundial evidencia el fracaso del modelo kirchnerista

Los aficionados argentinos abarrotan la avenida 9 de Julio, en Buenos Aires. Leandro Blanco/telam/dpa

Tras un agónico partido en el que se jugaron los 90 minutos reglamentarios, dos alargues de 15 minutos cada uno y la resolución por penales, la Selección argentina de futbol se quedó con el campeonato mundial. Se trata del tercero en su historia: 1978, 1986 y 2022. El país explotó de alegría. Se lanzó a las calles y festejó, festejó durante tres días, en paz, con banderas celestes y blancas como emblema excluyente y camisetas con la inscripción «Messi» y el «10» estampado en el corazón, en calurosas jornadas casi sin incidentes.

Más allá del excepcional logro deportivo, la Selección transmitió un poderoso mensaje a un país ahogado en populismo y fracasos. Revalorizó actitudes de vida que el gobierno se empeña en denostar: esfuerzo y perseverancia en un marco de prudencia y humildad. La figura de Leonel Messi creció con el correr de los días y su mesura contrastó con los gestos extemporáneos a los que la clase política nos tiene acostumbrados. Mientras su imagen captaba la simpatía unánime del público, el rechazo por el estilo pastoril se hizo explícito.

A pura franqueza estos deportistas de elite han conquistado a la gente. Y es una bocanada de aire fresco que así sea, porque implica que los modos de «guapo» que Diego Maradona representó, están en retroceso; son propios de un modelo que caducó. La Selección lo demuestra, el público lo confirma, pero el Gobierno no termina de interpretar la realidad, o quizás sus preferencias le impiden alejarse de su recetario ideológico, por más que haya sido y sigan siendo un pasaporte al fracaso.

Sin negar la increíble habilidad que Diego Armando Maradona demostró en la cancha, sus inolvidables gambetas y la picardía para despistar al adversario con la que coronó jugadas magistrales, su comportamiento fuera de ella ha recibido infinidad de cuestionamientos. El suyo es un perfil que representó una época y a una porción del pueblo argentino.

Sin embargo, todo indica que las generaciones más jóvenes prefieren el estilo Messi. En números fríos, el rendimiento de uno y otro habla por sí solo: Sintéticamente, Messi ganó 13 títulos de liga y 10 coronas de clubes continentales e internacionales contra tres de Maradona; 27 trofeos nacionales frente a ocho de Diego. Leonel Messi suma, además, dos títulos senior (la Copa América y Finalíssima).

En cuanto a torneos, entre profesionales juveniles reconocidos por la FIFA, guarda en su haber 41 títulos de equipo y Maradona 11. Si comparamos galardones individuales, hay siete Balones de Oro para Messi (récord al que solo se acerca Cristiano Ronaldo, con cinco). Fue el máximo goleador de todos los tiempos del Barcelona, Argentina y de La Liga con 790 goles para su club y su país, además del récord en Europa de más goles marcados en una sola temporada de club (73) y en año natural (91) mientras que Maradona marcó 344 goles en toda su carrera.

En el reciente mundial convirtió 11 goles y prestó nueve asistencias, lo que lo convierte en el primer jugador con participación directa en 20 goles en toda la historia de la Copa del Mundo.

Estos números son datos objetivos, como también son datos los perfiles humanos de cada uno. Messi, en contraste con Diego, ha hecho un culto de la familia, mientras que sus convicciones religiosas han sido un eje importante de su estructura. Su rechazo a involucrarse políticamente también es una actitud que le distancia de Maradona, explícitamente consustanciado con el kirchnerismo en la Argentina, la dictadura cubana y el régimen de Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela.

Messi prefiere, siempre, esquivar el conflicto. Maradona lo azuzaba. El ejemplo que transmiten uno y otro es casi opuesto. La moderación y la disciplina versus el descontrol y la violencia.

Esa prescindencia política pesó a la hora de las presiones ejercidas por la administración del presidente Alberto Fernández para que el seleccionado visitara la Casa de Gobierno luego de su llegada al país tras el triunfo. «Nada de política» habrían dicho los jugadores y se mantuvieron firmes. El festejo sería con la gente.

La reflexión que cabe es reconocer el resultado que ha tenido sobre el público ese estilo firme y mesurado de la Selección; sin voces disonantes, sin grandes declaraciones ni agresiones o exabruptos marcaron un derrotero. Y consiguieron el apoyo popular. El día que arribaron al país se produjo la manifestación más numerosa de la historia, solo para saludar el arribo.

Sobre el mediodía, tras muchas horas de espera, cuatro aviones de guerra sobrevolaron la zona de mayor afluencia de público. Sorprendentemente, en un país cuya dirigencia ha intentado por todos los medios durante las últimas décadas demonizar a las Fuerzas Armadas, la gente rugió. Una cerrada ovación estimuló a los pilotos que pidieron autorización a la torre de control para volver a pasar. La segunda aparición fue un vuelo rasante que la muchedumbre recibió con idéntica algarabía. La emoción de muchos espectadores fue auténtica. El kirchnerismo en particular ha borrado ese sector de la sociedad de la participación cívica; sin embargo, por unos segundos, cuando los aviones peinaron la muchedumbre, comprobamos que, sin intermediarios, el vínculo entre unos y otros seguía intacto. Eso mismo pretendió la Selección; un vínculo sin políticos de por medio. Y así fue a pesar de los pedidos y negociaciones de último momento. Sin intermediarios.

De esta convicción firme y silenciosa deberían tomar nota los políticos, que siguen viviendo en un universo paralelo, casi sin contacto con las auténticas necesidades de la ciudadanía.

El expresidente argentino Mauricio Macri pasó un mes y medio en Qatar disfrutando de su mayor debilidad: el fútbol. Se mantuvo sin hacer declaraciones, no hubo contacto con los jugadores argentinos y seguramente se concentró en ejercer sus funciones de directivo de la Fundación Fifa. Sin embargo, al volver a la Argentina defendió con vehemencia el régimen qatarí; sostuvo en una entrevista televisiva que en aquel país rige la libertad y que las informaciones que circularon en contrario, son infundadas. Sin embargo, Qatar es un país donde está prohibida la homosexualidad, el sexo fuera del matrimonio y el alcohol, y donde la religión rige las conductas con mano militar.

Numerosos organismos de derechos humanos como Amnesty International y Human Rights Watch han denunciado los excesos que padece la población y la violación de derechos básicos del ser humano por parte de la autoridad. Sin embargo, para el miembro más expuesto de la oposición argentina, Qatar es digno de ser tomado de ejemplo. Fueron declaraciones, por lo menos, escasamente innecesarias y ciertamente desafortunadas.

Tras el fallo judicial que condenó a Cristina Kirchner por administración fraudulenta en perjuicio del Estado Nacional, sus íntimos intentaron organizar manifestaciones de apoyo que incluyeran críticas a la Justicia. El día que se leyó el fallo, apenas consiguieron que un puñado de simpatizantes estuviesen esperándola en la puerta de su despacho del Senado. Se anunció una movilización que incluiría algunos socios del llamado Grupo de Puebla; sin embargo, primero fue aplazada una semana y luego, definitivamente suspendida. Los trascendidos indican que el motivo fue la dificultad para reunir apoyos que dieran vida a un acto verdaderamente masivo.

Lo cierto es que la política se resiste a abandonar sus costumbres envejecidas y su resistencia a abandonar la realidad amigable y fantasiosa en la que viven, pero la sociedad ha tomado otro camino. Ha ganado el “modelo Messi” del esfuerzo.

Hay otro dato que describe la disociación entre clase dirigente y población: el festejo por el triunfo mundialista, replicado a lo largo del planeta, habla de la diáspora nacional. Los argentinos estamos diseminados por todo el mundo porque el país expulsa.

Dios quiera que la Navidad traiga paz a los corazones de cada argentino y sabiduría a esa dirigencia que se niega a aceptar el fin de un ciclo y el comienzo de otro, asentado en los valores del trabajo, la constancia y el largo plazo.

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