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SU GOBIERNO HA SIDO ASEDIADO POR EL CORREÍSMO DESDE EL PRIMER DÍA

Guillermo Lasso y la desgracia de gobernar con el viento en contra

El presidente de Ecuador, Guillermo Lasso. Europa Press

La suerte está echada. Más allá del proceso que se ha iniciado recientemente en contra del presidente de Ecuador, Guillermo Lasso, en el que se le sigue un juicio político por, supuestamente, estar incurso en una trama de corrupción que vincula a la Empresa Pública Flota Petrolera Ecuatoriana (Flopec EP) y la contratación de buques para el transporte de petróleo con la empresa Amazonas Tanker Pool Company LLC, el suyo ha sido un mandato atribulado, sometido a una constante operación de asedio y derribo desde su llegada al Palacio de Carondelet.  

Y es que Lasso, a esta altura, es uno de los pocos presidentes de Sudamérica que no orbita en torno a las ideas de esa izquierda que ha tomado auge nuevamente en la región, bien sea a través del carnívoro Foro de Sao Paulo, o de cualquiera de las versiones light que presenta la vertiente herbívora del socialismo.

Su arribo al poder en 2021 supuso un verdadero varapalo para el correísmo criminal que había gobernado el país durante más de una década. A decir verdad, tras haber intentado -sin éxito- alcanzar la máxima magistratura del país en dos ocasiones anteriores, seguramente poca gente pensaba que Lasso tenía alguna oportunidad de triunfo frente a la izquierda local.

Pero lo logró. Y desde que lo consiguió los ataques a su gestión -que tampoco es que ha sido la más abiertamente comprometida con la agenda de las derechas- no han cesado. El correísmo, articulado a través de una bancada parlamentaria que es mayoría en la Asamblea Nacional le ha hecho la vida de cuadritos al presidente, contando además con la constante presión que ejercen los grupos indigenistas de La Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) en las calles para subvertir el orden público cada vez que sea necesario.

Para muestra, ejemplos: en junio del año pasado la Conaie, con Leonidas Iza a la cabeza, se encargó de movilizar un paro nacional que congeló la economía ecuatoriana por más de quince días. Tras torcerle el brazo al Ejecutivo llevándolo a unas mesas de negociación mediante chantajes, el paro fue desmontado. Sin embargo, las consecuencias económicas se hicieron sentir. El Banco Central de Ecuador cifra las pérdidas ocasionadas por el paro en torno a los 1.100 millones de euros, siendo los sectores más afectados el comercio y la agricultura.  

En medio de aquello, la bancada de Correa en la Asamblea Nacional, coaligada con el movimiento indigenista Pachakutik, intentó canalizar un intento de destitución en contra del presidente. La iniciativa al final no prosperó, obteniendo el voto favorable de solo 80 de los 92 parlamentarios necesarios para sacarla adelante. Aquello fue solo el primer campanazo, pues la guerra estaba cantada desde hace mucho tiempo.

Otro de los frentes con los que le ha tocado lidiar al mandatario durante estos dos años en el poder ha sido el desbordamiento de la violencia delincuencial en las calles y cárceles del país. Aunque Ecuador siempre ha tenido problemas con bandas criminales asociadas a las mafias del narcotráfico, desde que Lasso puso un pie en el Gobierno, casualmente, la criminalidad ha estallado a niveles estratosféricos. Esto se ha convertido en el primer insumo de la oposición para mostrar al presidente como alguien incapaz de contener a unos delincuentes que campean a sus anchas, poniendo en vilo a la ciudadanía.

De hace un tiempo a la fecha es común ver en las noticias del país la ocurrencia de motines carcelarios que se saldan con numerosas muertes de presos. Un repaso rápido a este asunto deja entrever que desde principios de 2021 hasta finales de 2022 ocurrieron 11 masacres en las penitenciarías ecuatorianas, produciéndose en total 412 muertos en medio de las mismas.

En suma, podría decirse que hay tres factores -que no los únicos, por supuesto- que han incidido directamente en convertir la presidencia de Lasso en un camino de espinas: la intransigencia de la oposición correísta en el Parlamento, la determinación de los grupos indigenistas -que responden a la agenda de Correa- de calentar la calle siempre que sea necesario y, finalmente, un entorno de incremento de la violencia criminal que ha servido para fijar la idea de que las cosas se han salido de control en el país. Todos estos aspectos confluyen en lo mismo: generar un ambiente de severas limitaciones al margen de maniobra del mandatario ecuatoriano, precipitando su caída en desgracia.

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