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el plan motosierra de milei pretende acabar con el financiamiento de los satélites kirchneristas

La cruzada histórica de Javier Milei contra la inflación (y «la casta») argentina

Javier Milei. Twitter

Javier Milei se encuentra a solamente unas horas de tal vez ser el nuevo presidente argentino. Se trata de un fenómeno político digno de estudio, solamente por lo que ha hecho hasta aquí, que no es poco. Pero si tiene éxito en los objetivos que plantea fundamentalmente en el ámbito económico y más aún el monetario, podría terminar no solamente haciendo de Argentina nuevamente uno de los países más prósperos del mundo, sino además un ejemplo a seguir de los que hoy ya cumplen con esa condición. 

Al estilo pedagógico del propio Milei, expliquemos las cosas en orden y por pasos.

El dinero: retorno a los principios básicos

Si no fuera tan importante, no sería necesario comenzar explicando brevemente qué es el dinero. Antiguamente, hace cientos de años, en la era pre capitalista, la gente vivía en un entorno de subsistencia porque no tenía la capacidad de ahorrar, porque consumía todo lo que producía y porque no conocía el dinero, porque el comercio estaba limitado al trueque o el intercambio directo de bienes materiales o de servicios por otros objetos o servicios, porque una persona necesitaba encontrar a otra que quisiera justamente lo que uno ofreciera y viceversa. 

Con el tiempo, en períodos muy dilatados de tiempo, el hombre fue descubriendo el intercambio indirecto, es decir, que unos bienes tenían mejores propiedades que otros, como el hecho de ser transportables, divisibles y, sobre todo, con mayor capacidad de retener valor conforme pasaba el tiempo, hasta convertirse en unidad de cuenta y medio de pago generalmente aceptado por el público.

En este sentido, el bien que por excelencia se ha convertido en dinero al reunir estas propiedades a lo largo de la historia (miles de años) luego de la sal, el tabaco o hasta las vacas, han sido los metales preciosos y fundamentalmente el oro, de manera tal que la gente había superado las enormes limitaciones del trueque.

Qué es la inflación y por qué es tan perversa

Más adelante, cuando sobre todo las monarquías absolutistas tenían problemas para cobrar sus tributos o recaudar impuestos, ya sea porque a la gente la era humanamente imposible producir al mismo ritmo en que gastaba el gobernante, o por temor a una rebelión por sus abusos, encontraron la manera de robar por medio del envilecimiento del dinero metálico, por lo general limando las monedas, reduciendo su peso y acuñando más monedas con los residuos manteniendo su valor nominal (conservando el mismo número que llevan estampadas las monedas que no habían sido envilecidas todavía). Es decir, los gobernantes robaban a la gente por medio de la inflación.

Por ejemplo, si un carpintero estuviera tratando de construir una casa y su flexómetro cambiara aleatoriamente de longitud de una semana a otra, la herramienta sería de poca utilidad. Igualmente, si se añade un litro de agua en un litro de leche, en apariencia se obtendrán dos litros de leche, pero el valor nutritivo por cada centilitro de leche se habrá diluido.

Es por eso que economistas modernos como Ludwig von Mises y Milton Friedman, solían decir que la inflación no es un fenómeno, sino una política económica, o un impuesto silencioso y sin legislación que afecta a quienes tienen menores capacidades para producir y ahorrar.

De manera más reciente, hace algo más de 100 años, los gobernantes decidieron terminar con el patrón oro de forma paulatina. Alrededor de la creación de la Reserva Federal de los Estados Unidos en 1913, un dólar estadounidense dejó de valer en términos de oro lo que decía su inscripción en el anverso, hasta que finalmente, en 1971, Richard Nixon decidió terminar de forma definitiva con el vínculo que esta moneda tenía con el metal amarillo.

Entonces, hoy en día, y al menos desde 1971, los gobiernos, para mantener elevado el nivel del gasto público, tienen la prerrogativa de financiarse por medio del aumento de la cantidad de billetes que él mismo emite. De esta forma, al agregar dinero en la economía, en lo inmediato se genera la ilusión de que la gente tiene la capacidad de consumir más. Sin embargo, cuando el mercado o los agentes en la economía van cayendo en cuenta de que al haber una mayor cantidad de billetes en circulación persiguiendo la misma cantidad de bienes, se produce un aumento generalizado de precios.

Evidentemente, con estos dos ejemplos uno puede darse cuenta de dónde está el daño. Sin embargo, el problema se agrava cuando luego de persistir lo suficiente en esta práctica perversa gastar mucho más de lo que recaudan, y encima envilecer los ahorros de la gente para financiarse, los gobiernos comienzan a aplicar medidas antidemocráticas como los controles de precios, de capitales y de depósitos, y todavía mayor emisión monetaria.

Como Wilhelm Röpke, asesor económico de Ludwig Erhard, uno de los padres del Milagro Económico Alemán de la Posguerra altamente inflacionaria, decía para situaciones donde los gobiernos pierden el control de la situación y actúan a la desesperada, decía: «El camino de la inflación reprimida termina en el caos y la paralización. Cuanto más empuja la inflación los precios hacia arriba, tanto más refuerza el Estado su aparato represivo, pero tanto más ficticio se hace el sistema de los precios controlados, tanto mayor es el caos económico y el descontento general, y tanto más se debilita la autoridad de Gobierno o su pretensión de seguir ostentando un carácter democrático».

Es por esto que la inflación es tan perversa y termina trastocando todo todo aspecto de la vida cotidiana de un país, termina afectando el ámbito no sólo económico, sino social y político.

Argentina, del «dólar blue» a la hiperinflación y la búsqueda de dolarización  

De tanto insistir en estas infames prácticas de gasto desmedido, sobre endeudamiento y acumulación de déficit fiscal, y más todavía de financiar todo emitiendo dinero sin respaldo de ahorro real, en los últimos 20 años en el poder, el kirchnerismo ha provocado que hoy la inflación acumulada anual en Argentina sea del 138,3% y que la variación mensual sea del 12,8%. De seguir este ritmo, el país se dirige cada vez más rápido hacia la hiperinflación, caracterizada por aumentos de precios a menudo superiores al 50% al mes o incluso más.

Desde los 80 Argentina es el país que acumula la mayor cantidad de tiempo en recesión en América Latina, incluso más que Venezuela. De hecho, hoy contabiliza su sexta recesión en apenas 10 años, y encara el inicio de un nuevo período hiperinflacionario luego de 30 años, teniendo hoy la tercera inflación más elevada del mundo solamente por detrás de Venezuela y Zimbabue.

¿Cómo se explica que vuelva a suceder esto? Por la aberrante manera de hacer política económica que el kirchnerismo ha tenido desde 2003 hasta la fecha. 

Por ejemplo, en Argentina existe el «dólar blue» por el mismo motivo por el que a partir de 1913 y la creación de la Reserva Federal, los gobernantes en Estados Unidos comenzaron a abandonar la paridad entre el dólar y el oro, porque el Banco Central de la República Argentina (BCRA) tiene en su balance una cantidad de pasivos considerablemente mayor a sus activos, porque ha emitido una cantidad de pesos incalculablemente mayor que la cantidad de activos —y fundamentalmente dólares— que tiene para respaldarlos.

En este sentido, el BCRA afirma que la devaluación que ha aplicado hasta el momento es menor a la real que identifica el mercado, por eso ha establecido un tipo de cambio oficial (un control de precios) alrededor de 365 pesos por cada dólar, de manera tal que la brecha que ha creado con la cotización paralela supera hoy el 100%, provocando que la cotización real sea de 1.010 pesos por cada dólar realmente. Esto es lo que coloquialmente se conoce también como el «cepo cambiario».

Es decir, el dólar blue es el fenómeno por el cual se entiende que, a medida que el gobierno de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, el BCRA y Sergio Massa como ministro de Economía, devalúan el peso, que es de curso forzoso (la gente está obligada a celebrar contratos denominados únicamente en moneda nacional), e imprimen cada vez más billetes para financiarse, la gente defiende el valor de sus ahorros comprando dólares, y que, al no ser de curso legal, solamente se encuentran en el mercado negro o paralelo donde se le aplica una luz azul para detectar billetes falsos.

Es por eso que Javier Milei propone ahora y somete a voto popular su plan de dolarización, que consiste no en eliminar de circulación el peso argentino, sino en reconocer como gobierno que el dólar es la moneda en la que los argentinos prefieren ahorrar y realizar todas sus transacciones, y que, por tanto, es una actividad que no debe ser penalizada. De esta forma, Milei simplemente daría curso legal a una tendencia espontánea que ya está sucediendo de manera cada vez más acelerada y extendida entre los ciudadanos argentinos a medida que crece la inflación en pesos.

Por si fuera poco, y dado que el peso vale cada vez menos y sería cada vez más rechazado por los argentinos, poco sentido tendría la sola existencia del BCRA, porque, al ser responsable de la emisión de una moneda que hoy no tiene valor alguno, también ha fracasado en su objetivo de velar por la estabilidad de la moneda y los precios.

Esto es lo que terminaría de bloquear, de una vez y por todas, la posibilidad de que cualquier gobierno en adelante utilice al ente emisor para financiar su voracidad fiscal.

Pero más aún, el plan necesita de una serie de otras medidas complementarias como el libre flujo de dólares y sobre todo atracción de capital internacional fundamentalmente privado en forma de inversión a largo plazo, objetivo que se alcanza, entre otros aspectos, devolviendo las atribuciones y competencias que el Estado ha tenido sobre la economía durante décadas, y devolverlas al mercado, a la ciudadanía.

Esto pasa por recortar de manera decidida el gasto público estructural, pero no en un cosmético y simbólico 2% o 3%, sino en un 30% o más, porque el objetivo no es apenas «equilibrar el presupuesto». Lo que Javier Milei está planteando con el «Plan Motosierra» es garantizar el mejor funcionamiento posible de la dolarización con un plan que se asemeja mucho a los requisitos mínimos del Tratado de Maastricht que los países miembros de la Unión Europea debían cumplir para formar parte de la unión monetaria del euro: baja inflación, baja deuda pública, bajo déficit público, independencia del banco central, estabilidad del tipo de cambio y sostenibilidad de estas variables en el tiempo.

Pero de manera más específica, Milei busca eliminar el financiamiento de los innumerables grupos de interés que existen en Argentina que alimentan el poder del kirchnerismo peronista a cambio de privilegios, como los empresarios privados, los trabajadores sindicalistas, la innumerable cantidad de empleados públicos que cobran un sueldo sin trabajar, las organizaciones de derechos humanos, grupos ambientalistas, grupos feministas, LGTBI y un largo etcétera de otros grupos de interés que tienen influencia en la agenda política y en la formulación de políticas públicas. Todos ellos son los que Milei ha identificado como «la casta».

En definitiva, Javier Milei ya ha logrado mover el eje del debate sobre las causas de la debacle económica, política y social del kirchnerismo de los últimos 20 años en Argentina. Ya no se discute más el sinsentido que constituyen, por ejemplo, la justicia social o la redistribución de la riqueza, pero si Milei gana las elecciones y además logra dolarizar la economía, habrá terminado dotando de estabilidad a la Argentina y de certidumbre de largo plazo para que recuperando valores de sacrificio y recompensa vuelvan a ser la base de la paz y la prosperidad que alguna vez tuvo su país.

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