A propósito de los golpes de estado, tan mentados por el Gobierno del presidente Petro, vale la pena recordar que este año se cumplieron 71 años de la caída de Laureano Gómez y su reemplazo por el general Gustavo Rojas. Ahora que el siglo XX nos parece más distante, se puede reflexionar sin apasionamientos sobre los golpes de estado más notables de la pasada centuria en Colombia. El del 31 de julio de 1900, (derrocan a Sanclemente), el «autogolpe» del 9 de noviembre de 1949 (Ospina Pérez cerró el Congreso) o el del 8 de junio de 1991, cuando Gaviria acordó con las «fuerzas políticas vivas» la revocatoria del Congreso y el otorgamiento de facultades omnímodas a una Asamblea que produjo el actual régimen constitucional.
Pero el más clásico de todos ellos, fue el de 1953. Raudos tanques desfilaron por la carrera séptima. El ministro de Guerra fue apresado. Al día siguiente, un general de charreteras y quepis apareció en todas las primeras planas de la prensa liberal como nuevo Jefe de Estado mientras el presidente conservador despuesto era exciliado a Nueva York.
Pero nos quedamos en eso. En un golpe de anécdotas parroquiales. En el paraguas de Vicente Casas, en el cubo de hielo en que sentaron a Echavarría, en el catarro de Roberto Urdaneta que, por pudor, obligó a Laureano a retirarse del Palacio mientras unos mejorales le hacían efecto al primer designado. O en la fabulosa respuesta telefónica de doña Blanca Sinisterra a su primo Enrique Gómez, en francés, por supuesto, para «despistar» a la policía que tenía interceptadas las líneas y pasar el mensaje con absoluto secreto: «Mon cher Henri, le ministre Leyva est dans le bataillon Caldas«, lo que terminó de consumar lo que quedara por consumarse en ese 13 de junio.
Reflexionando por encima de las causas inmediatas, (más allá del cubo de hielo, de los pandeyucas; «mi reino por un pandeyuca» —Laureano nunca dijo eso, que es calumnia liberal— o del excelente francés de doña Blanquita), se debe recordar que no fue un golpe orquestado por el Partido Liberal, sino planeado y ejecutado por la mitad del Partido Conservador.
Como el Golpe del 31 de julio de 1900 en donde Marroquín derrocó a Sanclemente (o a Caro), el de 1953 significó el reemplazo de una parte del conservatismo, el laureanista, por otra, el ospinismo. Además de las diferencias personales que ya existían entre Mariano Ospina y Laureano Gómez, uno y otro líder representaban versiones doctrinarias irreconciliables dentro de la derecha colombiana. Porque el conservatismo de Mariano Ospina era, en el mejor de los casos, el mismo Ospina, o sea un liberalismo reposado, respetuoso del orden y la propiedad. Y en el peor de los casos, era Gilberto Alzate, un pseudo fascismo con tintes peronistas. Esas dos vertientes del ospinismo se verificaron en el experimento que resultó ser la dictadura de Rojas.
A diferencia del ospinismo, el lauereanismo de esa época no representaba el republicanismo liberal de Ospina ni las tendencias faccistoides de Alzate. El gobierno del presidente Gómez supuso la puesta en marcha de una reforma integral al modelo constitucional colombiano, que pasaría de la República de 1886 a un sistema corporativo y católico bajo un poderoso presidencialismo. El proyecto de Constitución que el Gobierno Gómez intentaba promulgar suponía, entre otras reformas estructurales, suprimir el sufragio universal, organizar los gobiernos municipales entorno a las cabezas de familia y el gobierno nacional como producto de un consenso entre agremiaciones representadas en un Congreso que elegía al jefe del Estado. El ejecutivo a su vez asumiría un dirigismo económico amigable pero no entregado al sector privado.
Suele afirmarse con ligereza que la Constitución de Laureano era una copia del régimen establecido en España por el General Franco. En realidad, el proyecto laureanista tenía mucho más en común con el Estado Novo que implantó en Portugal Antonio de Oliveira Salazar, y que perduró hasta la Revolución de los claveles de 1974.
En cualquier caso, el gobierno de Gómez se proponía instaurar un régimen incompatible con el de las democracias liberales que, lideradas por los Estados Unidos, acababan de ganar la Segunda Guerra Mundial y pretendían imponer su sistema político en todo el hemisferio. Semejantes tendencias del gobierno de Gómez resultaron intolerables, no solo para el Partido Liberal, sino también para el conservatismo liberalizante representado por Ospina.
De las múltiples consecuencias políticas que tuvo el 13 de junio para Colombia, una de las más significativas fue la bifurcación de la derecha entre ospinistas contra laureanistas, que luego resucitó entre alvaristas contra pastranistas, y que terminó siendo causa muy principal para el debilitamiento paulatino de la posición política conservadora.