A lo largo de más de seis décadas, Mario Vargas Llosa desarrolló una carrera literaria monumental y fue una voz intelectual más allá de las fronteras. Novelista, ensayista, dramaturgo, periodista y figura pública, cronista lúcido del alma de Iberoamérica y firme defensor de la libertad y la democracia.
Nacido el 28 de marzo de 1936 en Arequipa, Perú, Vargas Llosa vivió una infancia marcada por la distancia con su padre y por el tránsito entre ciudades como Cochabamba (Bolivia) y Piura, al norte del Perú. Su paso por el Colegio Militar Leoncio Prado de Lima inspiró su primera gran novela, La ciudad y los perros (1963), una obra que escandalizó a la sociedad peruana de la época por su dureza crítica y su visión descarnada del autoritarismo castrense. Desde entonces, su escritura se ha convertido en un espacio donde confluyen la crítica social, la experimentación formal y una mirada política penetrante.
Entre sus obras más influyentes se cuentan La casa verde (1966), una novela coral que entrelaza varias tramas en la selva peruana y en la costa norte; Conversación en La Catedral (1969), una densa y ambiciosa obra sobre la corrupción y el desencanto bajo la dictadura de Manuel Odría; y La guerra del fin del mundo (1981), una recreación histórica y filosófica del conflicto de Canudos en el Brasil del siglo XIX. En todas ellas, la pregunta por el poder —cómo se ejerce, cómo corrompe, cómo destruye— es central.
En paralelo a su carrera como novelista, Vargas Llosa desarrolló una intensa actividad ensayística y periodística. En La orgía perpetua (1975), analiza la influencia de Flaubert en su formación literaria. Más recientemente, en La civilización del espectáculo (2012), reflexiona críticamente sobre la banalización de la cultura en la era del entretenimiento masivo. En sus columnas, recogidas en diversos volúmenes, ha comentado con agudeza la política iberoamericana, europea y mundial.
La libertad como compromiso
Si hay un hilo conductor que atraviesa la vida intelectual de Vargas Llosa, es su defensa inquebrantable de la libertad. A diferencia de muchos escritores de su generación, que permanecieron en la órbita de la izquierda revolucionaria, Vargas Llosa rompió definitivamente con el castrismo en los años 70 y abrazó una postura democrática, convencido de que solo el respeto por el individuo, el mercado y el pluralismo podía garantizar una sociedad justa y próspera.
“No hay libertad sin responsabilidad, ni responsabilidad sin libertad”, ha dicho en múltiples ocasiones. Su evolución ideológica no ha estado exenta de polémica, pero ha sido coherente: ha denunciado por igual las dictaduras de derecha como la de Pinochet, y las de izquierda, como las de Castro, Chávez o Maduro. Tampoco ha tenido reparos en criticar a líderes populistas contemporáneos, a los que acusa de debilitar las instituciones democráticas en nombre del “pueblo”.
Su incursión en la política activa se dio en 1990, cuando se presentó como candidato a la presidencia del Perú frente a un entonces desconocido Alberto Fujimori. Su campaña defendía un programa liberal en lo económico y en lo político, apostando por la modernización institucional del país. Aunque fue derrotado, su candidatura dejó una huella duradera en el debate público peruano e iberoamericano. Poco después, dejó Perú para residir en España, país donde ha desarrollado gran parte de su vida cultural y donde adquirió la nacionalidaden 1993.
El Nobel y el lugar en la historia
El Premio Nobel de Literatura, otorgado en 2010, fue el reconocimiento final a una carrera que ya era ejemplar. La Academia Sueca destacó su “cartografía de las estructuras del poder y sus imágenes mordaces de la resistencia, la revuelta y la derrota del individuo”. Vargas Llosa recibió el galardón con un discurso memorable, titulado Elogio de la lectura y la ficción, en el que reafirmó su amor por la literatura como una forma de conocimiento y una defensa contra el fanatismo.
A lo largo de su vida ha sido galardonado también con el Premio Cervantes, el Príncipe de Asturias de las Letras, y doctorados honoris causa en universidades como Harvard, Oxford y la Sorbona. Su obra ha sido traducida a más de 30 idiomas y continúa siendo estudiada, debatida y leída con pasión tanto en Iberoamérica como en Europa.
Incluso en la vejez, Vargas Llosa no ha dejado de participar en la vida pública. Sigue publicando novelas, artículos y ensayos; asiste a congresos, pronuncia conferencias y escribe columnas semanales. Para él, la libertad no es solo un tema literario: es una actitud vital, un principio que guía su pensamiento, su acción y su palabra.
En un mundo en el que los discursos extremos ganan terreno, donde la verdad se relativiza y los autoritarismos resurgen, la figura de Mario Vargas Llosa adquiere una nueva relevancia. Su defensa de la libertad, aún cuando resulte incómoda o impopular, es un recordatorio de que los valores democráticos deben ser defendidos con coraje y sin ambigüedades.
Porque como ha demostrado una y otra vez, tanto en sus libros como en su vida, la literatura también puede ser una forma de resistencia.