En una entrevista que circula por las redes, José Toribio Merino, el Almirante que fue parte del golpe cívico militar del 11 de septiembre de 1973 en Chile, hace dos reflexiones de la mayor relevancia. El periodista le plantea que «la Junta Militar afirma haber actuado el 11 de septiembre en nombre de todo el pueblo chileno, pero desde que estoy aquí he tenido la impresión de que la clase media siente que fue su victoria». Luego le pregunta, «¿Cómo los va a convencer de que no fue así?» A lo que el Almirante responde: «Al contrario, estoy convencido de que la victoria fue suya (de la clase media), que nosotros actuamos de acuerdo a la Constitución y en defensa del pueblo».
Probablemente, sea este el mensaje más importante para hacernos en el presente el juicio sobre lo sucedido en Chile hace 50 años atrás y, por lo mismo, sistemáticamente se haya silenciado de nuestra historia. La izquierda se ha afanado con la idea de que la causa del quiebre institucional fue la intervención norteamericana, sin conceder jamás que Chile era territorio tomado por cubanos y soviéticos a cuyos gobiernos Allende rendía pleitesía.
También ha dicho que el golpe fue urdido por los ricos en contra del pueblo, sembrando, como siempre, el odio del que luego profitan en sus revoluciones. Y es que, aceptar el respaldo político, popular e institucional que tuvo el golpe de Estado sería su mayor derrota, pues de ahí en adelante habría que hablar de un «pronunciamiento militar» contrario al establecimiento de una dictadura castro-comunista cuya imposición hubiese costado cientos de miles de vidas.
Los militares no solo evitaron a los chilenos vivir como cubanos, norcoreanos o venezolanos, sino que detuvieron la maquinaria política que nos conducía a una guerra civil. En pocas palabras, decir que los civiles clamaban por una intervención militar, explicar el nivel de violencia que justificaba dicho clamor y comprender cuál hubiese sido el destino de Chile sin el derrocamiento del régimen de Allende, cambiaría el mapa mental de la ciudadanía que hasta hace muy poco solo conocía la historia desde 1973 en adelante.
Otro aspecto fundamental del relato del Almirante Merino también hace referencia al mapa mental de los ciudadanos del pasado, presente y futuro: «Encontramos en la central del Partido Comunista aquí, una pequeña libreta llamada “Psicopolítica». «Después de que leí ese pequeño panfleto y vi la sutileza con la que colocaban palabras aquí y allá, entendí que podían hacer que una buena ama de casa pensara que esa es la mejor manera de resolver un problema», es decir, la solución comunista.
De lo planteado por el Almirante se sigue que es perfectamente válido considerar la política como un asunto de orden psicológico. Ello debido a que cualquier régimen, por despótico que sea, necesita de cierto nivel de legitimidad para sostenerse. De ahí que la victoria deba trabajarse en términos gramscianos, es decir, horadando el consenso social, generando antagonismos, alimentando bajas pasiones, tensionando la propia vida en torno al determinismo, el victimismo, los derechos y las injusticias.
¿Quién puede resistirse, por ejemplo, a su victimización? No hay nada más seductor para una persona que endilgar la responsabilidad de su propia vida a un tercero, más aún teniendo a la vista las limitaciones de la existencia humana. ¿Qué idea puede combatir a la creencia de que es el imperialismo, el patriarcado, la desigualdad capitalista, el mundo binario o el cambio climático el responsable de todas mis desgracias?
Una vez establecida la categoría de las víctimas y victimarios inventados de la realidad de las sociedades occidentales, cuyo marco valórico hunde sus raíces en el cristianismo, los ciudadanos son manipulados al antojo de la extrema izquierda. Sus adalides no solo justificarán cada pecado, debilidad y crimen- como lo hace el derecho garantista-, sino que se ofrecerán para redimir a las víctimas y castigar a los opresores.
Esta fórmula es tan vieja como el hilo negro y sigue dando resultados sorprendentes en la actualidad. La pregunta es por qué. Responderla en profundidad costaría varios litros de tinta, pero podemos dejar escrito, al menos, el título de la obra: «La derecha de siempre; en lo que nunca ha creído y lo que jamás ha hecho».
Quizás el día que tengamos un manual de psicopolítica con el que la sencilla ama de casa se sienta interpretada, logremos desterrar la posibilidad de éxito político de personas como el presidente Allende. Puedo imaginarlo, desde el lugar que la muerte le haya reservado a su alma, celebrar el haber sido carne para el bronce y héroe para millones de personas ignorantes con la psiquis mapeada por la mentira histórica de su gestión, pues no era el presidente del pueblo, sino el presidente que destruyó la democracia y atentó contra el pueblo cuya voz decía encarnar.