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Quemar derechistas, la cruel diversión frentepopulista

Un somero repaso a la represión perpetrada por las milicias frentepopulistas en los primeros días de la guerra en la provincia de Badajoz es suficiente para darse cuenta de la falta de humanidad que mostraron comunistas y anarquistas en algunos lugares. La práctica de recluir a los “fascistas” –así llamaban estas alimañas a quienes no pensaban como ellos- en el interior de iglesias u otros recintos y prenderles fuego fue recurrente. Mostramos, a continuación, algunos casos de lo que fue una forma de actuar muy extendida.

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En Talavera la Real, los milicianos rociaron con gasolina la parroquia y la ermita, donde habían detenido a casi cincuenta personas consideradas de derechas. Cuando las tropas del general Castejón se aproximaban a la localidad lanzaron bombas y granadas de mano. La mortandad dentro de los edificios fue escasa porque, como dijeron algunos milicianos detenidos posteriormente, no habían destechado los edificios. Prácticamente la mitad de las personas recluidas dentro de los dos edificios sufrieron heridas de gravedad.

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Menos suerte tuvieron en Almendralejo. El día 6 de agosto, todos los detenidos que se encontraban en la cárcel local fueron sacados al patio y las puertas fueron atrancadas para que ninguno de ellos pudiera buscar refugio. A las doce en punto del medio día empezó una lluvia de bombas sobre los reclusos que se encontraban hacinados en el patio. Diez bombas fueron arrojadas. Cuando muchos de los presos habían sido ya heridos, los milicianos bombearon gasolina desde lo alto del muro y con grandes trozos de algodón prendieron fuego a los heridos y supervivientes. El resultado fue la muerte de los cuarenta detenidos pertenecientes a partidos de la derecha o a las congregaciones religiosas locales.

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En Villafranca de los Barros, los milicianos frentepopulistas habían encarcelado a ochenta personas en la iglesia. Desde la sacristía prendieron fuego al edificio que, por tener su estructura de madera pronto se convirtió en una gran hoguera. Los que intentaban escapar por alguno de los espacios abiertos, o a través de agujeros realizados por las llamas, eran disparados desde el exterior, donde sus verdugos hacían guardia. Dos docenas de los encerrados murieron, en su mayor parte por asfixia. Pero la proximidad de la columna de Castejón puso en fuga a sus verdugos y gracias a ello muchos lograron salvar sus vidas.

Los derechistas y católicos encerrados en la iglesia parroquial de Fuente de Cantos empezaron a sospechar que su hora había llegado cuando a primera hora de la mañana del 3 de agosto varios milicianos pertenecientes al PSOE, el PCE y anarquistas, sellaban las ventanas y puertas del templo. A las tres en punto de la tarde rociaron con gasolina el edificio y le prendieron fuego mientras, desde fuera, varios milicianos disparaban a quienes pretendían escapar. De las cerca de sesenta personas detenidas en el templo, 21 murieron en el acto y otros 11 como consecuencia de las heridas, quemaduras y afecciones pulmonares por la inhalación de humo.

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Un caso especial, por su crueldad reflejada en una sola persona, es el martirio de Sotero González Lema, párroco de Nuestra Señora del Carmen en Murcia. Allí, el segundo domingo de septiembre, fue sacado de la cárcel por unos milicianos que le dijeron: “vamos, cura, que tienes que dar misa”. Nada más salir a la calle le ataron de pies y manos y le fusilaron. Después, su cuerpo fue arrastrado por varias calles de la ciudad. Al llegar a la Plaza de Camachos, como los milicianos vieron que había mucha gente concentrada ante el espectáculo, le cortaron una mano y, un poco más adelante, al llegar al Jardín de Floridablanca le amputaron los genitales. El cuerpo del sacerdote estaba casi destrozado cuando llegó a la parroquia de la que era titular, donde fue colgado de la pared y quemado vivo.

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