«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Hermosa homilía de un obispo

Hace poco os anunciaba que el obispo auxiliar de Santiago de Chile Cristián Contreras Villarroel había sido nombrado por el Papa Francisco obispo de Melipilla, «la diócesis más hermosa de Chile» según dijo el hoy arzobispo de Antofagasta que fue su primer pastor. Tengo excelente concepto de este todavía joven obispo chileno que pasado mañana cumple 55 años. Me he encontrado con la homilía que acaba de pronunciar en la Vigilia Pascual y me parece hermosa. Os la dejo como lectura espiritual en estos días pascuales en los que el gozo por la Resurrección de Cristo debería desbordarnos de forma que todos quienes nos observaran desde la increencia pudieran exclamar: ¿Por qué están tan contentos?

Vigilia Pascual

Santiago de Chile, sábado 19 de abril de 2014

Parroquia La Natividad del Señor

 

+ Cristián Contreras Villarroel

Obispo Auxiliar de Santiago

Obispo electo de Melipilla

 

Muy queridas hermanas y hermanos en Cristo: la noche santa del año pasado la celebramos en el Año de la Fe, a la que nos convocó el Papa Benedicto XVI. Él hacía un análisis lúcido del contexto socio cultural en el cual la Iglesia debe peregrinar y buscar ser Luz de Cristo para el mundo actual.

 

Benedicto XVI no tenía miedo a reconocer que ya no se vive bajo un paradigma de cristiandad. Si bien valoraba y reconocía el compromiso de millones de cristianos que quieren ser fermento en la masa desde lo social, lo cultural y lo político, advertía que yerran al suponer que en la actualidad la humanidad sigue teniendo la fe en Jesucristo como eje central de su vida. La fe en Cristo, con frecuencia es negada; no es unificadora de la cultura; sus valores ya no son universalmente aceptados; muchas personas viven una crisis de fe.

 

En este escenario lleno de desafíos, el Espíritu Santo, que sopla donde quiere, nos sorprendió el año pasado con dos acontecimientos que solamente pueden vivirse desde la fe: la renuncia del Papa Benedicto XVI y la elección del Papa Francisco, proveniente desde el confín del mundo.

 

El Papa Francisco nos ha impresionado con su enseñanza sencilla y con sus gestos elocuentes. Nos ha invitado a los creyentes a ser una unción para el mundo actual, a llevar nuestro testimonio evangelizador a “las periferias geográficas y existenciales”. Es decir, nos está invitando a hacer realidad el mandato de Cristo resucitado: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos” (Mt, 28, 18-20).

 

Pero no solamente nos ha indicado lo que debemos hacer, sino que nos ha señalado que este mandato debemos hacerlo con gozo, con alegría. Así lo señala su Exhortación apostólica sobre el anuncio del Evangelio en la sociedad actual: Evangelii Gaudium. El gozo, la alegría del Evangelio.

 

Por eso, hermanos y hermanas queridos en Cristo, con la certeza de que la promesa de Cristo no defrauda y sabiendo que Él está con su Iglesia, quiero saludarlos con las mismas palabras del Resucitado deseándoles, con alegría, que el don de la paz inunde sus vidas.

 

El Pregón y el Cirio Pascual

 

Un canto rompió el silencio de esta noche para proclamar las alabanzas de lo que el Señor ha hecho en medio de nosotros, para que se nos abriera el oído y el corazón, y una y otra vez escucháramos esta bella expresión: “esta es la noche”. Sí, esta es la gran noche. Es la noche de la creación; la noche de la liberación del pueblo; la noche en la que el Señor ha ido realizando todas sus proezas a favor nuestro. Y por eso nosotros podemos decir con gozo y alegría: ¡qué misterio de amor más grande el de nuestro Dios para con nosotros! Para rescatarnos a nosotros, que somos esclavos, ha querido entregarnos a su propio Hijo.

 

Oh, feliz culpa, que mereció tan grande Redentor. Esto resulta incomprensible. Es una sabiduría que sólo el corazón misericordioso de Dios puede comprender. Todo el año litúrgico girará en torno a esta noche bendita que nos ha anunciado la Resurrección de Cristo. Esta es la noche de las noches. Es la noche memorial de la Iglesia y de cada uno de sus hijos.

 

Por eso, los niños israelitas preguntaban a sus padres: “padre, ¿por qué esta noche es diferente de todas las otras noches?, ¿por qué esta noche estamos despiertos y nos vamos a la cama tarde?”. Y los papás iban exponiendo a sus hijos las hazañas de nuestro Dios ocurridas en la noche del éxodo.

 

Sí, también nosotros estamos llamados a testimoniar con nuestras palabras y nuestras obras por qué esta noche es diferente de todas las demás noches. En mi estadía en Roma, hace años atrás, en una celebración de esta noche de Pascua, los niños preguntaban a sus papás: “¿por qué esta noche es diferente?”; y recuerdo emocionado la respuesta de una mamá joven a la pregunta de su hijo: “hijo, antes de reencontrarme con el camino cristiano en la Iglesia, tú no existías. Y si yo, junto a tu papá, no hubiésemos encontrado a Cristo, tú no estarías esta noche aquí. No habrías nacido nunca. Por eso, esta noche es diferente, porque con tu papá hemos encontrado a Cristo y Dios Padre nos llamó a que nuestro amor fuera fecundo”.

 

La Palabra de Dios

 

¡Oh, noche gloriosa! El canto del pregón pascual, nos llevó a través de la luz de Cristo resucitado, simbolizada en el Cirio Pascual, a mirar la historia de salvación. A la luz del Cirio Pascual que iluminó este templo, siguió la iluminación de la Palabra de Dios de esta bendita noche.

 

Hemos escuchado la narración de la creación cuando la Palabra de Dios se alza poderosa sobre el caos primario; y de la desolación tenebrosa saca el universo armoniosamente ordenado. Y de este modo cada día de la creación es valorado por Dios como algo bueno. Pero su obra principal, la creación de la persona humana, fue valorada como “muy buena”. Eso somos nosotros a los ojos de Dios: muy buenos y también muy bellos, porque somos imagen y semejanza de Dios. ¡Cómo no nos va a ocasionar alegría que cada uno de nosotros seamos valorados por Dios como lo más bueno de la creación!

 

Y, a la luz del Resucitado, alcanzamos a percibir otra palabra que dice “este es mi Hijo muy amado, escúchenlo”, es decir, ámenlo, síganlo con alegría. Él es el amado de los pueblos. Ante Él se postrarán todos los pueblos de las naciones. A Él, clavado en la cruz lo hemos adorado ayer, besando su cruz salvadora… hemos contemplado su cuerpo traspasado en la cruz… lo hemos acompañado en el Vía Crucis, como expresión pública de nuestra fe.

 

Después, nuestra atención se centró en el éxodo y en la libertad que Dios regala a su pueblo. La oración nos hizo comprender que si grande fue haber sido liberados de la opresión de un faraón, mucho más grande es la libertad de todos los seres humanos y de todos los pueblos que el Señor nos ha obtenido y de la que participamos por el bautismo. También nuestra patria ha sido construida con la predicación del Evangelio. Nuestra Iglesia ha sido forjadora de historia. Nuestra fe en Cristo está en los cimientos de nuestra chilenidad. Grande es el desafío de seguir construyendo una patria de personas auténticamente libres, generosas, servidoras de los más pobres, que aman a Cristo y a María, su bendita madre.

 

Hemos escuchado también al profeta Ezequiel que nos dice otra cosa hermosa: nos anuncia el milagro que realizará Dios en nosotros. Nos dará un corazón de carne, arrancando toda dureza de nuestro corazón. Nos dará un espíritu nuevo. Es lo que celebramos como cumplimiento esta noche de resurrección en la que nos hemos injertado en virtud de la consagración bautismal.

 

Hermanas y hermanos, la manera de vivir del Señor es una buena noticia, es decir, un evangelio y es prueba de lo que el mundo cristiano anhela y proclama: la única manera de vivir nuestra existencia en esta vida es al modo de Jesús. Por eso estamos reunidos esta noche en comunión con la Iglesia Universal para celebrar la madre de todas las vigilias: para proclamar su evangelio, para anunciar que incluso con nuestras limitaciones y pecados queremos ser pregoneros del Evangelio para nuestro mundo. Para eso fuimos ungidos en el bautismo y en la confirmación; y los sacerdotes y obispos en el sacramento del Orden. Por eso, el Papa Francisco exhortaba el jueves pasado a los sacerdotes (y por extensión a todos los ungidos por el bautismo y la confirmación) a renovar esa alegría incorruptible del óleo santo. Se trata de un don que es fuente incesante de alegría: una alegría incorruptible que el Señor prometió y que nadie nos podrá quitar (cfr. Jn 16, 22). Puede que esa alegría “esté adormecida o taponada por el pecado o por las preocupaciones de la vida, pero, en el fondo, permanece intacta como el rescoldo de un tronco encendido bajo las cenizas, y siempre puede ser renovada”. Es lo que pide San Pablo a Timoteo: “te recuerdo que atices el fuego del don de Dios” que hay en ti. Es eso lo que quiere hacer Dios, por medio de su Hijo Resucitado, en nosotros: atizar el fuego de su amor que puede estar adormecido o taponado por el pecado. Nos quiere hombres y mujeres alegres. Somos conscientes de ser pecadores, pero como dijo el Papa Francisco en una catequesis acerca del Apóstol Pedro: “pecador, pero no corrupto”. Y en otra ocasión dijo: “somos pecadores, todos los que estamos aquí; pero no corruptos”.

 

La resurrección hoy

 

Quizás más de alguien podría pensar que es hermoso que Jesucristo haya resucitado y por eso lo admiramos tanto. Pero, más profundamente, ¿y nosotros? ¿Qué tiene que ver la resurrección de Jesús con nosotros, aquí y ahora?

 

Basta mirar el contexto social y cultural en que vivimos: dificultades, odios, problemas familiares, soledades, ambiente agresivo, erotizado y consumista que lleva a las personas a nuevas formas de idolatría.

 

¿Tiene un mensaje el Resucitado para los enfermos postrados en los hospitales, para quienes agonizan en sus casas, para los familiares que han perdido inesperadamente a un ser querido?

 

¿Tiene un mensaje Cristo Resucitado para las personas que vagabundean por las calles? ¿Para los que son víctimas del pecado del mundo que se aprovecha de la pobreza y la debilidad de la gente?

 

¿Tiene algo que decirnos Jesucristo resucitado a tantos jóvenes y adolescentes que caen en las redes de traficantes de drogas? ¿Tiene un mensaje el Resucitado para las víctimas de terremotos y de incendios devastadores como el de Valparaíso?

 

Hermanas y hermanos: esta noche santa nos recuerda que el mismo Señor que resucita de entre los muertos es el que descendió a lo profundo de la tierra. El Señor que resucita de entre los muertos no es uno que pasó orillando por la vida de la humanidad. Jesús es el que entró al corazón de la vida de todos nosotros. Es el que ha sido probado con lágrimas y con gemidos en todo menos en el pecado. Es el que ha asumido de corazón la pasión y debilidad de los hombres. Él sabe lo que es el desprecio: nació en una pesebrera de animales; vivió el exilio en Egipto; Él sabe lo que son las largas noches, porque estuvo una larga noche sudando sangre y lágrimas; Él sabe lo que es la maldad y las consecuencias de los pecados de los hombres. Él sabe lo que son los conflictos humanos: conoce a los pecadores y les restituye su dignidad de hijos de Dios como a los leprosos y a la mujer adúltera. En ella está el llamado a nuestra vocación de conversión: “anda y no peques más”.

 

El Señor, Dios nuestro, que ha resucitado de entre los muertos, es quien mejor conoce el corazón humano. Es el que más sabe de las pasiones de nuestros sufrimientos y de nuestros dolores. Por eso, cuando las mujeres fueron a ver el sepulcro, no solamente encontraron a Jesús resucitado, sino que también encontraron a la humanidad que se levantaba de entre los muertos. Y aunque un temor se apoderó de ellas, no dejaron de comunicar esta bella noticia a los discípulos. Lo hicieron “atemorizadas, pero llenas de alegría”, como nos relata el evangelio de esta noche. Fueron incomprendidas por algunos de ellos, lo que nos enseña que debemos superar todo obstáculo y temor para ser auténticos discípulos misioneros de Cristo Resucitado, especialmente en este tiempo de la Misión Territorial, a la que nos convocan los obispos en Chile.

 

El Papa Francisco nos dice: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (EG, 1). 

 

Ante las tristes realidades, el Papa Francisco nos dice: “hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua”. Pero el Papa es comprensivo, y agrega: “(…) reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas de la vida, a veces muy duras. (La alegría) se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo. Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que deben sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias: Me encuentro lejos de la paz, he olvidado la dicha (…) Pero algo traigo a la memoria, algo que me hace esperar. Que el amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura. Mañana tras mañana se renuevan. ¡Grande es su fidelidad (…) Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor” (Lamentaciones)”.

 

Hoy, Jesucristo nos enseña a descubrir el sentido y el misterio de la vida:

       Si quieres resucitar, enfrenta la oscuridad, la angustia, el dolor.

       Si quieres resucitar, asume los dolores propios y de los hermanos.

       Si quieres resucitar, enfrenta la enfermedad, la injusticia, las crisis personales, familiares o comunitarias; enfrenta la soledad y la debilidad.

No pases al lado. Como Jesús debemos meternos dentro de la pasión, del dolor y del sufrimiento porque allí donde aparentemente vence la muerte, ahí surge la vida. Por eso la tumba está vacía. Donde los hombres condenamos al Señor para liberarnos de él, de allí ha nacido la vida; tal como emerge la vida cuando parece que la muerte está venciendo. Allí donde está la muerte, abundan los deseos de vida. Allí donde hay drama humano, como los que han vivido tantos hermanos de Arica, Iquique y Valparaíso, surge la solidaridad y la caridad cristiana.

 

Ser cristianos como María Santísima

 

Cristo con su muerte y resurrección ha inaugurado una manera nueva de vivir; la única manera de vivir; la manera de vivir que vence el pecado y la muerte. En un momento más, renovaremos las promesas del bautismo.

 

¿Cómo nos vamos a presentar nosotros esta noche a celebrar esta manera de vivir? Los invito a que nos miremos en lo que tenemos de semejantes. Esas “periferias existenciales” que todos tenemos y que necesitan ser ungidas por Jesús, el Cristo, es decir, el Ungido. Hemos tenido ocasión en estos días santos de hacernos más conscientes de nuestras llagas y heridas propias de nuestra vida, de nuestro cuerpo, de nuestra mente, de nuestra memoria.

 

Mirémonos con misericordia, porque todos tenemos una existencia herida. De este modo podremos contemplar en el hermano y la hermana su humanidad sufriente, tal como hemos adorado a Jesucristo en la cruz. Les pido que, ante todo, nos miremos con misericordia, al interior de nuestras familias.

 

María Santísima a quien le fue anunciado que una espada atravesaría su alma, María que guardaba todas las cosas de Jesús en su corazón, María al pie de la cruz, María del cenáculo en Pentecostés, María asunta a los cielos, Ella ha recorrido el camino al que estamos todos invitados. Ella comprendió y vivió aquella verdad antes que la proclamara San Pablo: “Si con Él morimos, con Él viviremos; si con Él sufrimos, con Él reinaremos”.  Amén.

 

 

 

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