Quedan seis monjas. Entre 70 y 82 años. Van a ceder su convento a una Fundación a cambio de que las cuiden hasta que se muera la última. Ya han tirado la toalla. Eso se muere sin remedio. Hace treinta años o más que no entra ninguna en la comunidad. Que ya es algo en liquidación.
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2014/02/16/catalunya/1392578787_141289.html
Fracasó el intento de traer africanas. No se aclimataron. Y no es el único caso. Señalan también las dificultades cuando se agrupan comunidades. Que me parecen ciertas. Aunque la regla sea la misma.
Estamos ante una crónica triste. Y que desgraciadamente se va a repetir muchísimo. Con variaciones accidentales pero con una realidad común. El cierre de muchas casas religiosas.
En esta ocasión no es cuestión de hábito. Estas monjas lo llevan. Nunca he pensado, ni dicho, que fuera la única causa del fin de la vida religiosa en muchísimos lugares. Sólo he manifestado que la secularización de la vida es anticipo de la muerte. Aunque también fallezcan otras que no se han secularizado.
La primavera posconciliar que se anunciaba en lugar de venir ha dado paso a un gélido invierno. Y lo peor es que se trata de un invierno permanente. El meteorológico, por duro que pueda venir, se acaba a los tres meses. Y después vuelven las flores. El de la vida religiosa no tiene fin. O no tiene más fin que la muerte. Por congelación.
Mientras tanto Matapelo y Chámame Pepe vendiéndonos el mejor de los mundos. Todo maravilloso salvo los Franciscanos de la Inmaculada. Que eran una de las escasísimas muestras de vida y primavera. Inmensa responsabilidad la de estos dos inútiles, enterradores de la vida regular. A quienes lo único que parece preocuparles es que un instituto que tenía vida dijera la misa tradicional. A su alrededor todo se muere y si algo se resiste lo matan ellos. Hora est potestas tenebrorum.
