La cerrazón de unos obispos negando lo que era un derecho de sus fieles ha llevado a buena parte de quienes pedían filialmente la misa tradicional a una decisión penosa y antieclesial. Se han pasado al lefebvrismo. Tremenda responsabilidad la de unos pastores que han arrojado a los lobos a algunos de sus fieles. Y también tremenda responsabilidad la de esos fieles que ante una injusta actuación de sus pastores se han ido de la Iglesia católica.
Tomada esa decisión me desentiendo de esos hermanos hasta ayer católicos y hoy alejados de la Iglesia. Su peripecia se contará en otras páginas. No en ésta. Aquí hablamos de la Iglesia católica. De sus virtudes y de sus pecados. O mejor dicho, no de los pecados de la Iglesia sino de personas de la Iglesia. Obispos también.
Tristísimo desenlace. ¿Se repetirá en otros lugares? Es posible que sí. Mucha cuenta tendrán que dar a Dios quienes en lugar de conservar el rebaño que Dios mismo les encomendó, lo dispersan y lo entregan a los lobos. Pero hay también responsabilidad en quienes ante la adversidad no han sabido arrostrarla eclesialmente y como ovejas dispersadas se han ido a unos pastos que no son los de la Iglesia. Si Enrique IV pudo decir que París bien vale una misa yo creo que una misa tradicional no vale un cisma. Se puede, se debe, luchar por ella dentro de la Iglesia católica. No en sucedáneos engañosos que antes o después terminarán mal.