Toledo está conmemorando con inteligencia y de momento con éxito clamoroso el cuarto centenario del nacimiento de uno de los mayores pintores de la historia. Que aunque nacido muy lejos de la Ciudad Imperial, unió su vida a Toledo de modo indisoluble.
La exposición de sus obras está acogiendo multitudes. Previamente se habia remodelado la sacristía de la catedral que ella sola es un auténtico museo del genial pintor presidido por el Expolio que, tras su limpieza, brilla con luz extraordinaria. En Santo Tomé, el Entierro del Señor de Orgaz, en mi modesta opinión la obra cumbre del artista, está recibiendo más visitas que nunca y no son ciertamente las visitas las que faltan a diario a admirar el cuadro. En la catedral se celebró una misa de requiem presidida por el arzobispo primado que tuvo el buen gusto de recuperar para la ocasión unas lujosísimas vestiduras con el color propio de esos actos: el negro.
Y ayer, también en la catedral, pudimos oír el Requiem de Verdi, interpretado por dos orquestas y dos coros y dirigido por Riccardo Muti. El marco era espectacular, el público, muy numeroso, siguió la interpretación con atención máxima y concluyó con un larguísimo aplauso. Al acto asistieron la Reina de España, el presidente del Gobierno y otras autoridades y por supuesto el arzobispo de Toledo.
Cuando las cosas se hacen bien y hay además tanta obra admirable en ellas, el resultado es óptimo. Para la ciudad, regada por un río de oro, para España, que ocupa un lugar privilegiado en el arte y para la misma Iglesia a la que el Greco dedicó lo mejor de su obra. Y podríamos decir que casi la totalidad.
Enhorabuena a todos y que en otros lugares les imiten.
Y por mi parte agradecer las atenciones inmerecidas a mi persona.