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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Un hermoso acto en la parroquia de Caná

Ayer quedaron instalados en la iglesia de Caná los restos mortales de la venerable María de Carmen González-Valerio  y Sáenz de Heredia, fallecida a los 9 años de un modo verdaderamente santo. Javier Paredes escribió un precioso libro sobre tres niñas que están camino de los altares, del que os dejé una reseña en el Blog y que os recomiendo encarecidamente. Os asombrará y os hará bien.

Tras el traslado, presidido por el arzobispo emérito de Madrid y administrador apostólico de la archidiócesis, Don Antonio María Rouco, se celebró una misa, presidiendo el cardenal la concelebración. La iglesia estaba aborrotada pese a ser día laborable. Como lamisa a la que yo asiste de las nueve de la noche del domingo. La homilía de Don Antonio, excelente. No la leyó y fue perinente al caso, próxima y hasta muy simpática. Se le veía al cardenal sumamente distendido y comunicador. Unas palabras del párroco, Don Jesús Higueras, despidiendo al que tantos años fue arzobispo de Madrid, que puso la primera piedra del templo, consagró la Iglesia y nombró al único párroco que Caná ha conocido, arrancaron de los fieles un prolongadísimo aplauso al cardenal que hubiera durado todavía más si el mismo Rouco no lo interrumpiera. Por supuesto terminó el acto con el himno a la Almudena.

 Todo francamente bien y todos encantados. Se notaba. Los fieles, los sacerdotes de la parroquia: Don Nicolás, Don Fernando y Don Rafael, Don Jesús y el cardenal. Uno de mis nietos, que tiene ocho años, está convencido de que es amigo del arzobispo porque le saludó dos o tres veces. Y no hubo forma de que ayer no se acercara de nuevo a él. Y una vez más estuvo cordialísimo. Con los niños tiene Don Antonio una conexión especial. Se le ve feliz con ellos y a los niños con él. Javier volvió con una chapita en la camisa, que le había regalado su amigo, y más orgulloso con ella que si fuera una medalla ganada en combate.

Acto todo él muy hermoso y sobre el que haré algunas consideraciones. La primera, que esas cosas no ocurren necesariamente, como llegan los inviernos o los veranos o el agua cuando se abre el grifo. Que casi mil personas acudan a una iglesia madrileña un lunes a las 7.30 de la tarde a una misa no es lo normal. Ni aunque a ella fuera a asistir el arzobispo. Se requiere un trabajo diario por parte de los curas para que eso ocurra. Y además unos curas especiales. Que han sabido hacerse con el personal. Y en eso el párroco es un fuera de serie capaz de conseguir todo. Hasta que sus curas sean también fuera de serie. La comunión, repartida por el cardenal y cuatro sacerdotes, duró nueve minutos. Y en Caná no comulga todo el mundo. Allí se sabe lo que se hace. En mi misa dominical de las nueve de la noche hay siempre cuatro sacerdotes confesando. Y no paran. Los confesonarios tienen una lucecita verde para indicar cuando están sin penitentes. Nunca las he visto en verde.  Y en más de una ocasión no he podido confesarme por llegar tarde a la cola.

Catequesis numerosísimas. Adoración al Santísimo que el primer jueves de mes continúa toda la noche, asegurada la presencia de adoradores en las horas más intempestivas. Y me han dicho, yo no he podido verlo sin duda por mi poco espíritu, que en esas horas picudas no es raro ver a un sacerdote de la parroquia no llenando un hueco sino también allí. Peregrinaciones juveniles, javieradas, caminos de Santiago, JMJs… Y así se ven en misa muchos jóvenes. Y en la comunión. Y en los confesonarios. Un hijo mío fue bastantes años catequista y varios nietos asisten ahora a las catequesis. La mayor de mis nietos ya ha ido a Santiago, a la Javierada, a Silos… Ayer nos decía Don Jesús que son ya varios los sacerdotes salidos de Caná, las religiosas y que unos cuantos se preparan hoy en el seminario. En ese estilo cananeo no sorprende nada, es lo normal, el feeling entre el párroco y el obispo. Lo apreciaba hasta el más lerdo. Y entre el obispo y el párroco. Lo que produce, además, la comunión de la parroquia con su obispo.

Pienso que muchos fieles de Caná no tenía conocimiento de quien era María del Carmen González-Valerio. Les bastó saber que venía el sucesor de los Apóstoles que tenía encomendada la diócesis de Madrid para acudir al acto. Algunos, muy pocos, conocerían personalmente a  Don Antonio María. La inmensa mayoría sólo sabían que venía el arzobispo y quisieron estar con él. Y despedirle con amor. Agradeciéndole un fructífero pontificado madrileño.

Y he de decir también, porque todos fuimos testigos de ello, que en las misas del domingo anterior, anteayer, no hubo la menor recomendación imperativa de acudir al acto. Simplemente el anuncio. A muchísimos les bastó. Y allí estuvieron. Creo que todos se alegraron de haber ido. Se notaba.

Seguramente es el último acto al que asista con Don Antonio María Rouco Varela con mando en plaza. No sé si podré asistir a la toma de posesión de Don Carlos Osoro en la que el cardenal tendrá unos minutos de protagonismo hasta que su sucesor tome posesión de la archidiócesis. Desde aquí quiero dejar testimonio de agradecimiento a quien durante veinte años fue mi arzobispo y en mi opinión extraordinario arzobispo. Porque Caná, mi maravillosa parroquia, es también obra suya. Él nos mandó a Don Jesús y mantuvo a Don Jesús hasta el fin de su pontificado. Suyo fue el barracón, que fue lo que le entregó, y suya en cierto modo es también la iglesia de la que puso la primera piedra, en su día consagró y ayer quiso venir a despedirse de los cananeos. Dejándonos en el templo las reliquias de una niña de admirable santidad. Que Dios quiera se reconozcan pronto en los altares. Ha sido el último regalo que el arzobispo emérito de Madrid, administrador apostólico de la archidiócesis todavía, ha querido hacer a la que yo llamo la mejor parroquia de España. Y no por ser la mía.

Que María del Carmen González-Valerio, de la que tanto he sabido por haber sido amiguísimo de mi compañero en RENFE Julio González-Valerio, su hermano, y de su primo, Fernando García-Escudero y González-Valerio,  venerable según ha reconocido ya la Iglesia, y Dios quiera que pronto beata, contribuya desde la arqueta en la que hoy están sus restos mortales para veneración privada de los fieles de la parroquia de Caná, a que su admirable amor a Cristo en el martirio de su vida, a Él ofrecida en su niñez, de modo admirable, multiplique los frutos parroquiales ya tan granados en el momento.

Don Antonio María Rouco ya ha pasado como arzobispo de Madrid, Don Jesús Higueras algún día será pasado en la parroquia de Caná, ambos de bendita memoria, pero ahí seguirá el templo y en él las reliquias de María del Carmen González-Valerio. Esperemos que nadie venga a profanar al uno y a las otras. Sino que uno y otras sean permanente alabanza de Dios que ha hecho, no sólo en la Santísima Virgen, maravillas.    

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