«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
la gaceta de la semana

De la España decadente a la iranización de Cataluña

Ecos de una España decadente. Como todo acaba cansando, las muestras de apoyo y simpatía hacia los palestinos remiten, se apagan. Queda el asqueroso recuerdo de sus ecos, los eslóganes hamasíes traducidos al español y vociferados en plazas de Madrid o Barcelona. No podremos decir ya que este es un país sano: severo con la maldad, inmaculado respecto a las buenas causas.

La tierra prometida. Mientras pisan a cientos la tierra española, el Estado va distribuyéndolos por la entera geografía. Son personas, en su gran mayoría varones, de los que casi todo se desconoce. Sí existen sospechas, pero la comunicación periodística trata este tema con una escrupulosa oscuridad. Nos quedamos, pues, con las preguntas: ¿Existen todavía nuestras fronteras? ¿Cómo realizan los inmigrantes viajes tan largos en barcazas de madera? ¿Hay riesgo de que, entre los miles de hombres llegados, haya terroristas? Cuestiones sin respuesta, aunque tenemos una imagen. Es la de un hotel de cuatro estrellas, donde descansan los africanos resituados. Tras esa estancia, vacaciones pagadas por el españolito medio, y con la petición de asilo en curso, no sabremos nada más de sus destinos, de su vida europea al fin. Quizás algún suceso luctuoso en un faldón de diario.

Ya existe un Estado palestino. Las voces más equidistantes de la política mundial respecto a lo que ocurre en Israel y Gaza, como la de Borrell o la de Sánchez, insisten, fórmula mágica, en el reconocimiento de dos Estados. Vieja idea, boicoteada una y otra vez por los mismos palestinos, más empeñados en la desaparición de Israel que en dotarse de un sistema homologable. Es la manera de mantener a su pueblo dominado. Sostener y prolongar el subdesarrollo mientras se reciben subsidios de la comunidad internacional y se disfruta del lujo en Doha. Existe en la zona un Estado, el hebreo, solitaria democracia liberal. Y hay un segundo Estado en Palestina. Gaza constituye, de hecho, un estado terrorista, una estructura política y militar subterránea, amagada bajo hospitales y escuelas.

Una grata noticia. Tras varios meses de nerviosismo, falta de apetito y desvelos nocturnos, Colau ha anunciado que no será ministro. No es un asunto menor que renuncie a ese puesto quien ha conseguido cargarse la ciudad de Barcelona. «No quiero ser ministra por motivos personales. Tengo dos niños y quiero vivir su crianza. Pero también por motivos políticos. Una misma persona no ha de estar en todos los sitios», confiesa. Luego están las razones de tal asunto, enmarcadas en la pugna fratricida entre Sumar y Podemos. Desde su columna en el periódico Ara, Iglesias le dedica varios regalos, como tener un «deseo irreprimible de manda»” y mostrar el «patetismo de su desempoderamiento». Son bagatelas aireadas públicamente para entretenimiento del respetable. Hay inquietud en ambas formaciones por el reparto de poltronas y subvenciones electorales. Discuto que Colau haya relajado, como afirma Pablo, su empoderamiento, que viene a ser siempre en esta gente obscenidad política: en el último pleno del Ayuntamiento barcelonés, Inmaculada lucía un pañuelo palestino mientras declaraba que Israel está cometiendo un genocidio.

Preocupa Irene. De entre todos los tejemanejes entre Sánchez y compañía, esa ralea que encarna lo mejor de España, hay uno que despierta ternura. La vemos en sus intervenciones públicas y no podemos sentir preocupación por esa mujer al borde de un ataque de nervios. Ha pasado el tiempo del chulesco gesto (como aquel que dedicó en Zaragoza a un miembro del gobierno autonómico) y, ahora, se la ve entre descarnada y cabizbaja. Con lo bonito que ha sido tener cartera ministerial, hacer cosas junto a las
compañeras, soltar a violadores y abusadores sexuales, jo, tía. Todo son, en estos días negros, sospechas y tribulaciones, soterradas traiciones. Es un sinvivir que recuerda al de la nomenclatura soviética los días antes de la celebración de un congreso del partido. Dicen por ahí que en Podemos se baraja incluso romper la disciplina de voto en el Congreso. Rumor, ocurrencia que busca salvar a la pobre Irene; y también a Belarra, ya que estamos.

Otro estropicio de Díaz. Anunció la señora, como quien no quiere la cosa, la intención de prohibir todos los vuelos peninsulares. Inmediatamente, el gestor aeroportuario perdía un 2,6% de su valor bursátil. Algunas fuentes hablan de error, una forma de exculpar a la ministro. Pero yo digo que en ningún caso se trató de un error, siquiera una confusión, estado en el que se encuentra normalmente Yolanda. La bomba que soltó era de pura naturaleza erótica, contribuir al hundimiento de España. Y, así, matar de una vez al padre franquista. Unas horas más tarde, se desplazaba a Bélgica y confesaba, ufana: «Qué alegría estar en Bruselas para debatir sobre los desafíos de futuro en España y en Europa. El nuevo Gobierno de coalición progresista seguirá cuidando a nuestra ciudadanía en el exterior».

Republican dress code. Pisarello, quizás el político más vago y zascandil que hemos importado de Argentina (en franca competición con Echenique), proclamaba esta semana que no llevará chaqué en el acto de jura de la Constitución de la Princesa Leonor por «dignidad republicana».

Cataluña e Irán. Masud Tehrani Far-jad, alto cargo del Ministerio de Educación del país persa, ha anunciado que «la enseñanza de idiomas extranjeros queda prohibida en las guarderías, los parvularios y las escuelas de primaria porque es a esas edades cuando se forma la identidad iraní”. A renglón seguido, el retorcimiento de la noticia por el nacionalismo catalán: monolingüe exquisito, interpreta la decisión de los iraníes como lo que querría hacer aquí “la derecha”, o sea, imponer una lengua. Cuando la realidad es que en las escuelas e instituciones catalanas que dependen de la Generalitat no se respeta ni se contempla el bilingüismo social existente. Que se lo pregunten a la niña de Canet o a la enfermera gaditana. Cataluña estaría ya iranizada.

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