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LA GACETA DE LA SEMANA

De la segunda misiva presidencial a la defensa de la matanza de los terroristas de Hamás en el Congreso

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Europa Press

Semana de gesticulaciones, un grave contratiempo y segunda misiva presidencial. Según los principios sanchistas, las elecciones no consisten en hacer grandes promesas y excitar al personal con un futuro regalado, sueldos alemanes, hijos colocados y apartamento en Torrevieja. Esas son rémoras del 78, una España romántica. Ya no se llevan los ofertones ilusorios, estamos en guerra y cada voto es una bala contra el enemigo fascista.

Los antecedentes. Como una perversión, Zapatero decidió un día recuperar el guerracivilismo. Era la manera de renovar un partido desgastado, habitado todavía por fantasmas felipistas. De paso, el fomento del frentismo iría socavando el sistema y estigmatizaría a la derecha, amén de instalar nuevamente el mal rollo entre españoles. El de la ceja arqueada -eso tendría que habernos puesto sobre aviso- dio así carpetazo a la concordia, constructo de la Transición, idea fuerza para la reconciliación hispana. Con la trampa de la memoria histórica, encumbró el revanchismo y declaró proscrito el olvido, esa cosa tan denostada y sin embargo utilísima. Fraga y Carrillo en el Club Siglo XXI. La ocurrencia zapaterista halló en seguida adeptos: cómo resistirse al morbo de las fosas (las de republicanos, claro) y a la vanidad de situarse en el lado bueno de la Historia. Además, ofrecía una comodísima venganza sobre el franquismo, aquel dilatado periodo vacacional de los socialistas.

La realidad. El PSOE, del que todavía alguien, quizás por ingenuidad, quizás por nostalgia (a la suma, algún bobo) tiene por un partido constitucionalista, está ya completamente largocaballerizado. Si bien los militantes llevan muchos años en tal condición evolutiva. Así que hay una pregunta inútil, un eco que todavía oímos por ahí: ¿Quién lo deslargocaballerizará?

De aquellos polvos, estos lodos. Sánchez es un producto político de Zapatero, al que se suma una serie de características psicológicas ya de sobra comentadas. A falta de un deseado epílogo y esperando no pueda alargarse mucho, va quedando cristalina la respuesta a su principal preocupación, cómo le recordará la Historia (según divulgó el exministro Huerta): el hombre que quiso reinar.

Plebiscito. Si el sanchismo es la superación de la democracia, para estas elecciones la izquierda ha montado un plebiscito sobre él, su principal valedor. Y, como soñar es gratis, los partidos socios alientan el levantamiento plebiscitario. Cada uno con sus particularismos, sus caprichos leninistas, nacionalistas, ecologetas y/o lujuriosos.

Orwell en la playa. En un insólito arranque de sinceridad, Patxi nos dio la clave de quién manda aquí: Begoña es, en efecto, Presidenta. Aunque no la haya votado nadie. Aunque no presida el Consejo de Ministros. Aunque no hable. Tampoco le hace falta en un país de tamaña mansedumbre ovina. Un tórrido mítin en Benalmádena, que era estampa orwelliana con señoras de playa matutina, tinto de verano y telenovela, reveló su condición de lideresa de los destinos patrios. El pueblo la aclamaba, la besaba, se abanicaba y disfrutaba de una mañana especial, a la vera de Pedro –¡guapo!– y la resalá Montero –habría que verla en un tablao, qué manera de dar palmas-. Estaba también Cerdán –ese gordito, el de puidemón, más esaborío– y uno que se llama Juan –nadie lo conoce-.

En busca del bipartidismo perdido. Si la esperanza de Feijoo es que VOX desaparezca, la misma guarda Sánchez respecto a sus todavía imprescindibles moscas cojoneras, Yolanda en especial. Pero ambos líderes, el popular y el socialista, llevan estrategias dispares: el primero se aleja de Abascal; el segundo, se mimetiza con el radicalismo a su izquierda. Gracias al gigantesco aparato de propaganda, el PSOE puede ganarse a ese electorado zombie que habita ideológicamente en los años 1930. El gallego lo tiene más crudo respecto al votante fiel de VOX.

Por el amor de una mujer. Pedro es el último romántico. Un poco afectado, ciertamente; en extremo sensible, diríamos. Escribe cartas de amor con ese tono roto, tan púber, entre el dolor y la esperanza. Hay, como sabemos, un oscuro pretendiente, un vizconde de Valmont togado que pretende arrebatarle a su querida Bego. Las misivas, compartidas con todos los súbditos por su sentido doméstico de la nación, son un grito desgarrado. No entiendo que alguien las interprete desde la conveniencia política, me duele que haya tanto ingenio malvado entre el periodismo. De momento, y que sepamos, no se ha dado Pedro a la poesía. Pero quizás, un día de estos, entre citaciones judiciales, descubrimos a un nuevo Byron.

Orgullosa zafiedad. El comunismo mental y estéticamente andrajoso ha traído a España un cambio relevante, aquel que se refiere a las formas, que todo lo son. El miércoles, la vicepresidenta Díaz recomendó al jefe en el Congreso mandar «a la mierda» a la oposición. Y, como le ha debido parecer un hallazgo, lo va repitiendo en campaña para goce y disfrute del distinguido personal. Hay más modales en un pub de hooligans un viernes por la noche. Incluso si esta gente, que desea emular al caudillo, no lograra apoltronarse cuarenta años, ¿podrá volver España a una normalidad política, mínimamente formal, educada?

Terrorismo bueno. En el Congreso, se ha escuchado a individuos invitados por Podemos calificar la matanza de Hamás como «valiente iniciativa de la resistencia» a la que «hay que darle las gracias» porque «ha vuelto a poner en la agenda la cuestión palestina». Pero la ultraderecha.

Malditos pantallazos. La inmediatez y la soltura derivada de las redes sociales pueden provocar errores. Algunos de bulto, como un tuit publicado en la cuenta oficial del PSOE que rezaba así: «Parar la agenda verde es un suicidio económico y ambiental. Hay que revelarse [sic] contra ese negacionismo de la derecha y la ultraderecha». Fuera ese revelarse manifestación divina o síndrome fotográfico, el mensaje se eliminó al cabo de pocas horas. Otro que procedió al borrado fue el ínclito ministro Puente, quien, el día del asesinato del hermano de Billacís, escribió un chispeante “hay disparos que salen por la culata”. La irrefrenable locuacidad que padece este señor no es novedad, como tampoco lo es la eficacia del botón “captura de pantalla”.

Ojo. «Cuidadito el día nueve con equivocarse y votar lo que no se debe» (Óscar Puente).

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