Casta. Nunca me gustó la expresión «clase política», ya asentada en los comunicadores. Aunque, observando hoy a la coalición gobernante, parece bien exacta. Al igual que «casta», aquel eslogan acusatorio de Iglesias para trepar hasta el poder y convertirse, efectivamente, él y su círculo íntimo, en casta.
Errejón. En el inicio de la película Texasville, Jeff Bridges se remoja en un jacuzzi y juguetea con un revolver. Su mujer le pregunta qué está haciendo con el arma y él contesta: «Estoy pensando en tirarme un tiro en la polla. Lo único que ha hecho ha sido complicarme la vida». A lo largo del film comprobamos la veracidad de tal declaración, el tipo es un mujeriego empedernido, con sus típicas consecuencias. Sin embargo, no le echa la culpa a nada ni a nadie, excepto a sí mismo o a su extensión genital. En ningún caso se escuda en el neoliberalismo, eso haría del personaje un imbécil integral.
No hay mal que por bien no venga. En una sociedad hipnotizada por el feminismo radical, el caso podría tener consecuencias ambientales de calado. Ojalá ese cutre pero inspirador episodio sirva para hacer caer el velo de una ideología cegadora, envenenada. El testimonio de la agredida contiene un ingrediente clave, el político, más allá del tocamiento en sí: «¿Cómo iba a ser posible que viniese aquí un político de nivel nacional, conocido precisamente por ser de izquierdas y feminista, y me metiese mano justamente a mí, justamente en medio de un evento feminista y punk? Tenía que haber algún error».
Hombres. Como era de esperar, la izquierda ha visto en el caso Errejón una oportunidad. Es lo que ocurre cuando se funciona al margen de la moral y, al mismo tiempo, se presenta uno como espada moralizante. Socializar el dolor, que decían los filoterroristas de la ETA. No ha tardado, pues, en aparecer el zurderío ejemplar repartiendo culpas. Así, el muchacho fundador de Podemos y luego miembro de Más País sería en realidad un víctima, como cuando el ladrón que roba el bolso a la viejita está proyectando el fracaso del malvado capitalismo. A partir de semejante estafa intelectual, todos los hombres, por el simple hecho de serlo, seríamos errejones. Con esta falta de vergüenza se manifestaba Ramón Espinar, otro personaje salido de la caverna endogámica podemita: «Creo que es honesto reconocer que los hombres de nuestra generación estamos atravesados por el machismo».
Suma y sigue. Sira Rego engordaba el grosero argumento, escribiendo que «las izquierdas también están profundamente atravesadas por las estructuras patriarcales y la omertá machista. Mi solidaridad con las mujeres que sufren abusos y violencias». Un par de cosas. Esta gente gusta de utilizar el verbo «atravesar», quizás sea algo freudiano, la proyección erótica de una penetración. Por otro lado, tanto la Rego como el Espinar antes mencionado han apoyado a Hamas desde la masacre del siete de octubre, en que fueron asesinadas, torturadas y violadas muchas mujeres. La solidaridad feminista va por barrios; o igual es que el grupo terrorista islámico no se encuentra atravesado por el patriarcado.
El karma y tal. Leyendo la denuncia de Mouilaá a Errejón uno se acuerda de, por ejemplo, un tal Rubiales. No es que fuera un dechado de elegancia este señor, pero el feminismo mediático, en colaboración necesaria con la tal Jenni Hermoso, lo defenestró por un beso. Y todo el ruido populista consiguió que millones de zombies españoles creyeran antes el relato que lo que las imágenes mostraban con nitidez. Es decir, la realidad fue cancelada para gloria de la ficción política. Ahora tengo un deseo respecto a Íñigo y lo comparto con ustedes: que todo el peso de esa militancia caiga sobre sus hombritos de flácido politólogo, de liberal y comprometido con no sabemos qué baja causa, aparte del comunismo de festín y chorra al aire.
Colau. Ya había anunciado su marcha y esta semana se ha hecho efectiva. Muchos barceloneses nos sentimos alegres, si bien el daño ocasionado a Barcelona por esta vieja okupa, master en nepotismo, es irreparable. Se va, pero lo hace dejando una velada amenaza: «Es bueno cambiar, moverse, refrescar ideas e impulsar proyectos nuevos». Tiemble el lugar donde recale. Se habla de Italia, incluso de Madrid. No irá a su admirada Cuba, donde ya no podría causar perjuicio alguno, pues no queda nada por destruir.
Periodismo. Desde el progromo del pasado año, casi todos los grandes medios han servido de portavoces de Hamas. Sin despeinarse, las cifras de heridos y fallecidos en la franja de Gaza que los terroristas publican se convierten en titulares de los informativos en todo Occidente. Ni contrastar ni cuestionar, siquiera citar la fuente (un grupo terrorista). En cambio, los datos que ofrece el Estado hebreo son tratados así: «según Israel…». Ahí tenemos a una intrépida enviada especial de RTVE, Ariza, ojeriza indisimulada a todo lo que sea israelí. Para eso no hacía falta llevar a nadie, con lo caro que nos sale. Simplemente bastaba con repetir los mensajes de Hamas en redes sociales.