«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
LA GACETA DE LA SEMANA

De los «niños y niñas» inmigrantes al dinero publico destinado a ‘vecindad’

Coalición Canaria, PSOE y PP piden que los menas que lleguen al archipiélago sean repartidos por toda España
Centro de menas en la Casa de Campo (Madrid). Europa Press

Ocurrencia. Conforme el asunto de la inmigración ilegal va siendo el más importante del debate público europeo, aquel que ocupa mayor espacio en las conversaciones y preocupaciones ciudadanas, los gerifaltes hacen malabarismos dialécticos. Cuales vendedores de milagrosos crecepelos o de elixires de la eterna juventud, se acogen a cualquier ocurrencia, la empaquetan y a correr. Oye, María Jesús, resalá, a ver qué se te ocurre con el racismo este, y de paso me tapas un poco los problemillas domésticos, podría decirle Antonio a una de sus brillantes ministras por la mañana, mientras su esposa sale en coche oficial camino de declarar ante un juez. Es entonces cuando María Jesús, por poner, tiene una iluminación, coge el teléfono, llama a cinco o seis inferiores y estos hacen lo propio con ciertos amistosos periodistas, directores de medios, etcétera. La máquina del fango se ha puesto, como cada día, en marcha.

Sensibilidad. La ocurrencia semanal, propagada al unísono en televisiones, diarios y emisoras, ha sido no decir mena y substituirlo por niños y niñas. Ni en la Rusia del PCUS la obediencia periodística resultaba tan admirable. Con tono emocionado, políticos de color pastel y comentaristas moralizantes ponían sobre la mesa a los más tiernos e inocentes seres, desamparados en el mar. Y, claro, a ver quién es el insensible y cruel que discute algo bajo el peso acusador de la sagrada infancia. 

Preguntas incómodas. Uno se cuestiona, primeramente, dónde están esas niñas. De entre los centenares de imágenes que recogen la llegada y desembarco de inmigrantes ilegales es muy difícil ver a ninguna niña. Según datos de 2022, 5.000 menas varones fueron acogidos en España; niñas, poco más de 500. Hasta octubre del año pasado, el Gobierno contabilizaba 10.738 registros. Quizás podemos acercarnos un poco a la realidad observando que, como ordena el protocolo de acogida, el 97% de los menas entrevistados por las autoridades eran varones. Teniendo en cuenta además, segunda cuestión insidiosa, que resulta complicado atribuir una edad certera en muchachos ya púberes que aparecen sin documentación alguna. A esta situación, digamos, surrealista, se suma la falta de información clara sobre la vida de esos chicos, tanto en régimen de acogida como una vez las administraciones les atribuyen la mayoría legal de edad. Sí conocemos alguna cosa, por ejemplo que la Guardia Urbana de Barcelona señala que la «inmensa mayoría de los delitos en Barcelona son cometidos por extranjeros, el 80 %, y de ellos la mayoría son de menas magrebíes» (La Razón).

Feminismo e inmigración. Mientras Irene Montero y su pandi se hacen selfies en Bruselas y comentan partidos de la selección española sin haberlos visto, uno se acuerda, por aquello de la humanidad, de las víctimas abandonadas en el singular camino de este feminismo obsceno. Y estas son, oh, las mujeres. Las reales, no esa imagen deformada, instrumento envenenado con el que asolar las cabecitas y bañarse en subvenciones. Por reales tengo a las iraníes detenidas y torturadas (en ocasiones hasta la muerte) por no cumplir el reglamento islámico del velo. También a las israelíes embarazadas y pasadas a cuchillo, a las secuestradas por esos mismos hombres cuyas banderas ondean en aquelarres universitarios. A las niñas usadas como escudos humanos por Hamas. O a las chicas acosadas o violentadas por pandillas de inmigrantes a la salida de las discotecas, aquí en Europa. Siempre habrá represión de las mujeres en los regímenes coránicos; siempre, y por desgracia, habrá terrorismo allá donde no exista civilización; también seguirán existiendo violadores. Parecen imponderables de este mundo, de este animalario. Pero el crimen cultural, la cancelación de la mujer que el feminismo ha traído, no tiene perdón de Dios.

En qué se gastan nuestro dinero. Mi amigo Alvarito Climent, que no deja puntada sin hilo, nos hace recordar el presupuesto de la Unión Europea vigente (fue aprobado a finales de 2023). Su lectura resulta esclarecedora del marasmo en que nos hallamos. Fíjense en estas pocas partidas y cifras (en paréntesis, millones de euros): Cohesión, resiliencia y valores (74); Recursos naturales y medio ambiente (57); Migración y gestión de fronteras (3,8); Seguridad y defensa (2,3); Vecindad y resto del mundo (16). Esta última partida es enternecedora. Luego que si antieuropeísmo y tal.  

Toda una mujer. Esta semana traspasaba Marta Ferrusola, esposa del president Jordi Pujol, dama de una Cataluña idílica, aquel oasis de riquezas y buenos gestores políticos que luego resulta no era exactamente así. En todo caso, los regímenes corruptos no mueren tan rápido como pensamos, o desearíamos. El fallecimiento de la señora ha sido tratado en la gran prensa catalana con esa pulcritud ya vista respecto a su marido desde hace años. Una suerte de rehabilitación civil tras el escándalo, todavía no juzgado. Ferrusola, profundamente religiosa y relacionada con el Opus Dei, dedicó grandes esfuerzos en favor de organizaciones benéficas, no nos referimos a su familia. También protagonizó algunos momentos mediáticos, al tachar de «defecto» la homosexualidad o despreciar al presidente de la Generalidad, José Montilla, por sus orígenes andaluces. El catalanismo, todavía hoy y especialmente en estos momentos de despedida, la recuerda como «tota una dona» («toda una mujer»). DEP

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